Timeless

Capítulo 3. NightFall

Geraud miró al horizonte y sonrió como el idiota enamorado que era. Nunca había creído en las historias que los inmortales habían inventado con respecto a encontrar al Amor Destinado, lo que los vampiros, como ella, llamaban Maldición. Siglos habían pasado desde que alcanzara la inmortalidad antes de que el Destino lo golpeara a la cara.

La conoció poco después del desastre que hiciera con la mestiza de loba en la que había reencarnado Regina, quien había sido la primera Cazadora, la mujer destinada a Damian; qué indignado se había sentido cuando Regina lo rechazó, tanto así que por siglos había estado encaprichado esperando la reencarnación para cobrar venganza.

Pero helo ahí, destinado a una vampira, casi tan bestias como los hombres lobo… pero ella sí era suya. Al principio no se dio cuenta de que ella era su destinada, hasta que se dio cuenta de que había hecho casi hasta lo imposible por conseguirle una piedra de lapislázuli para que pudiera andar bajo el rayo de sol sin sufrir daño alguno.

—Eres un idiota. –la voz que había soltado ese improperio era una que conocía de toda la vida, una voz demasiado parecida a la suya propia, tanto que le causaba la misma incomodidad que escucharse a sí mismo en una grabación.

Horace era una copia casi perfecta de él; casi, porque donde uno era pulcro, el otro era desaliñado, posiblemente eso fuera lo único que ayudara a distinguir uno de otro porque en verdad ambos tenían la misma mirada sociópata y sonrisa perversamente oscura… no, había más parecido, Geraud aceptaba que tenía su propia oscuridad, pero a diferencia de su hermano había sido un poco más mesurado, alimentando su deseo de venganza hasta que llegó al límite y por fin  la pudo llevar a cabo, sin mucho éxito, cabe aclarar.

» No me ignores, hermano menor. –lloriqueó Horace, acercándose a su silencioso hermano.

—¿Por qué me dices idiota? –preguntó Geraud, por fin saliendo de sus pensamientos para ver a Horace e ignorando el último comentario.

—Tú y yo somos iguales. –comentó Horace con una sonrisa maliciosa, como si esa respuesta fuera suficiente-. No importa lo mucho que te peines, o lo bien que te vistas, los dos fuimos hechos con la misma tela y cortados con la misma tijera, usando el mismo patrón.

Horace caminó hasta estar cerca de Geraud, pero a la hora de sentarse, se pegó demasiado a su hermano, como si realmente, en el escalón no hubiera suficiente espacio para que se sentara un poco lejos de él. Horace todavía sonreía malicioso, sobre todo por el silencio de su gemelo.

» No importa lo mucho que intentes negarlo. –recargó los brazos hacia atrás y miró el cielo que ya estaba de un color azul oscuro-. ¡Ah! La primera estrella de la noche, ¡la encontré! Lo que me recuerda a mi Ángel… -murmuró con profunda ilusión.

—Lo que le hiciste a esa chica… -comentó Geraud.

—¿Lo que yo le hice? –preguntó Horace un poco indignado, y soltó la carcajada que resonó aún más fuerte por el eco-. Lo que no hiciste, Geraud, lo que no hiciste… lo que has hecho. -comentó el hermano.

Geraud se encogió un poco y sintió su estómago revuelto al recordar de nuevo todo lo que no había hecho por la chica que Horace tuvo en cautiverio durante años, y todo lo que le había hecho a la mestiza de lobo en la que Regina había reencarnado, por la que ahora considera una estúpida razón.

El sentirse arrepentido no le brindaba ningún consuelo: no había hecho nada para ayudar a Christian Weiss, le había hecho mucho daño a Regina y también había dañado mucho a Emilia Silva. Nunca había ayudado a nadie más que no fuera Horace, así como su hermano cuidaba sólo de él. Así tenía que ser, de ese modo los educaron, Horace podía tener menos control sobre sí mismo que él.

No era que Geraud fuera el gemelo bueno, y Horace, el malo; la diferencia era que Geraud siempre había sido más mesurado. Pero para eso eran los hermanos, y a pesar del poco control que su hermano pudiera tener, él siempre había estado ahí para cubrirle la espada.

» Creo que ya falta poco para que sueltes la rienda, a fin de cuentas ya encontraste a tu Compañera, ¿verdad? –preguntó Horace como quien no quisiera la cosa.

—Cállate. –exigió.

Horace volvió a reírse, y él sintió que su estómago se encogió más porque comprendía perfectamente lo que su hermano quería decir con sus palabras.

 

Con Horace a su lado veía exactamente todo lo que quería ocultar de sí a sí mismo. De pronto, su hermano se calló y miró al cielo por un largo rato, hasta pareció que no volvería a hablar, pero era muy pronto para sentirse feliz por eso.

—Bien sabes que mi ángel no fue la primera. –comentó su hermano con un tono nostálgico-. Tampoco creo que sea mi última, tú me entiendes, ¿verdad, Geraud? –sonrió con picardía-. Pero ella ha sido la que he conservado por más tiempo...

Geraud, antes de responder, miró sus botas como si hubiera algo importante en ellas. Lo cierto es que sí lo entendía, la otra verdad es que se dio cuenta demasiado tarde de que había tenido secuestrada a la mestiza de ángel.

—También ha sido la única que ha sobrevivido. –comentó-. Es la única que se te escapó…

—No por mucho, ¿verdad, hermanito? –levantó la mirada hacia Horace, y se le quedó viendo por largo rato-. Bueno, Geraud, me voy. No quiero molestarte en tu cita. Después de todo, pronto vas a soltar la rienda.



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En el texto hay: monstruos, brujas

Editado: 29.05.2022

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