Londres, 1888.
La humedad dominante del invierno se mezclaba con el humo del habano que Dante llevaba en su mano. Lo había dejado consumir sin siquiera acercarlo a su boca, un vicio sin beneficio que alimento durante años mientras esperaba a sus compañeros como cada noche de jueves. En silencio, calmado, observaba los sosegados callejones antes de arrojar el habano para posteriormente pisarlo, extinguiendo su luz.
Contemplo su reflejo en los sucios charcos de agua y suciedad humana que abarcaban las calles de piedra. Pero al escuchar los relinchos del percherón que lo acompañaba, desconcentró sus acechantes pensamientos. Aquel fiel compañero, un gran y viejo caballo, de gruesa contextura y largo pelaje negro, que tiraba de su carruaje, su consorte de décadas se mantenía intranquilo.
—Tranquilo tinieblas —Se acercó a acariciar el largo pelaje del corcel—, pronto iremos a casa.
Aunque unos pasos entre las sombras, con tal fuerza que se escuchaban a lo largo del callejón, hacían hincapié en no estar solos. Mas aquel hombre no tenía miedo, pero si sintió un extraño escalofrió que domino sus sentidos.
—Andando.
Ajusto las riendas del caballo y subió en el, halando con fuerza de las mismas. Apenas podía andar entre los casi indistinguibles caminos, estrechos y malolientes, de los callejones de Whitechapel. Dando docenas de giros que perderían a cualquiera en la baja ciudad.
Aunque, pensándolo con detenimiento, ¿Quién lo atracaría? Podía defenderse, más no de noche, por lo que era fácil de impresionar aun con sus años vividos en Londres.
Por otra parte, daba igual que camino tomase; sus compañeros no se presentaban. Aquello era jugar en escondrijos peculiares, en el que la carrera se hacía contra el amanecer y el tiempo.
—Tarde, otra vez tarde —Miraba el reloj de bolsillo que guardaba en su abrigo al momento que detuvo el carruaje— 1 hora para el amanecer, dónde se habrán metido
—¡Dante!
Fuera de quién fuese esa voz, la conocía. Busco con la mirada hasta toparse con el dueño de la voz. Era un joven de unos 19 años, pálido, herido y con un hilo de sangre corriendo por sus delgados labios. Se había apoyado en la puerta trasera sin ser visto por el mismo chófer.
—Rogue...
—Siento llegar tarde, Alicia —Risoteó entre burlas hasta subir al carruaje, como si no tuviera desagrado al manchar los asientos de sangre—. Tenemos que irnos, ajetrearon la situación y nos separaron. Kalen tuvo que distraerlos y perdimos el botín, pero parecían ser los mismos de Scotland Yard, malditos bastardos— Maldijo entre dientes.
—Dudo que esto lo hubiese hecho un simple grupo de patrulleros —Afirmó con aspereza—. Algo me dice que fue un error salir esta noche.
—Tranquila señorita, Kalen nos alcanzará en casa.
Rogue descanso en el respaldo del asiento recubierto de terciopelo carmesí, resoplando injurias inapropiadas para un joven al paso del carruaje partía rumbo a su hogar. El percherón apresuró el paso mientras ambos hombres vigilaban su alrededor, más uno trataba de no desfallecer desangrado.
De pronto, el sonido de una bala incrustada en la rueda rompió el silencio. El animal de tira relincho con temor y se alzó, quitándole el control de las riendas a Dante. Eufórico y abrumado por el acecho corrió a toda velocidad rumbo a la gran muralla, la barrera que separaba los paupérrimos barrios de Whitechapel de la alta sociedad.
Dante trato de controlar el desenfrenado viaje, pero un segundo disparo proveniente de la parte posterior del carruaje puso todo en silencio mientras se perdían tras el muro, devuelta a la gran sociedad.
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Editado: 18.06.2018