Tinieblas sangrientas

III-. El sacerdote en Londres

La fría lluvia cubría el sombrío páramo de la ciudad londinense. Gruesos goterones calaban desde los altos tejados, haciendo eco en los charcos mal olientes de un oscuro callejón. Un hombre miraba a sus pies el destrozado pedazo de carne que una vez se consideró humano. Agitado y convulsionante, luchaba por mantener el último suspiro de vida dentro de su irreconocible cuerpo, tirado entre la basura.

—Que lastima. Un desafortunado final para un ser desafortunado.

Quitó su sombrero para colocarlo sobre su pecho. Respetaba a todo aquel que luchaba por mantener su vida, pero también perdonaba a los hombres que desviaban su camino de esa manera.

—Si te dejo con vida puedes convertir en uno de ellos —Del interior de su abrigo había sacado una Mannlicher de poco calibre—. Que dios te perdone y te tenga en su santa gloria.

Tras eso, el sonoro eco de un disparo se escuchó en los alrededores, precedido por el golpe de las gotas sobre las calles.

—¡Señor Jakob!

El grito de una mujer había interrumpido el final de su monologo. Aquella se veía agitada, cansada y empapada con la lluvia. Era una mujer de tez blanca, llegando a palidecer al contrastarse con él, y de sus ojos azules, resplandecía una tenue alegría de haberlo encontrado.

Jakob se levantó nuevamente para acomodar su sombrero, por respeto ante la dama.

—Aquí se encuentra —expuso fatigada mientras se acercaba con gentileza a tomar su brazo—, lo he estado buscando. Debemos irnos de aquí, Scotland Yard y los Peelers están cerca.

Aquella mujer tenía razón en sus palabras. Su pronta llegada a la ciudad los podría hacer sospechosos de cualquier crimen, y era lo que menos quería. Vagaron lejos de esos barrios, por las calles bajas de la pobre Whitechapel. Un extranjero no era bien recibido en aquel país, menos un sacerdote enviado por el vaticano.

Jakob Doria, como solía ser llamado, era proveniente de Roma, de basto conocimiento para hablar inglés fluido. Era un hombre entrado en los 30 años, de cabello negro cubierto por un sombrero de copa, ojos verdes penetrantes, alto y fornido. Vestía un largo abrigo negro que mantenía abierto mostrando una perfecta camisa blanca, el no era la típica imagen de un sacerdote y eso le daba ventaja en un país protestante.

A su lado caminaba una joven mujer, quien había conocido al sacerdote un tiempo atrás, lo suficiente para tomarle aprecio después de salvarle la vida. Era una chica de escasos 25 años, cabello largo y fino, de un color rojizo como el fuego, los cuales ocultaban brillantes ojos azules.

—Compré un poco de comida, bueno la mejor que encontré— Sonrió mostrando la pequeña bolsa que llevaba entre su vestido. La comida en esos días era escasa, contaminada o de altos costos—. Nos alcanzara para la cena y el desayuno.

—Bien, Ivee —murmuró. No era muy apegado a las personas, aun siendo alguien que trata con muchas personas.

Llegaron entrada la tarde a los pobres cuartos que, de callejones, era lo mejor que la baja muralla podría ofrecer. Su punto no era estar establecido, pero al ser acompañado por una dama debía brindarle seguridad. En aquel pequeño cuarto se escuchaban gruñidos leves. Era, a los ojos de cualquiera, un pequeño cachorro de un perro, aunque no estaba lejos de lo que en verdad era. Ivee saco la poca comida que traía para separarla, dándole su porción al animal.

Miró el periódico sobre la paupérrima mesa para tomarlo, el encabezado recalcaba la presunta muerte de Henry Den, bajo la mirada por el articulo con dificultad, a diferencia de Jakob, ella no sabía leer mas que nombres.

—Jakob, ¿acaso este hombre es a quién venias a buscar?

El hombre tomo el diario para leerlo, Ivee tenia razón. Henry Den, el hombre a quien le pediría ayuda haba sido asesinado antes que pudiera encontrarlo.

—Nos ganaron —Gruñó, seguido de mirar el siguiente nombre indicado en la página, lo cual había dejado sin palabra. Había escuchado ese apellido antes, el Vaticano tenía conocimiento de aquel, una amenaza peligrosa—. Los Stone... La familia Brown está metida en todo esto. ­

Ivee cargó al cachorrito para sentarse en la cama, escuchando todo lo que él decía. No eran tan conocidos, pero al igual que la iglesia, los tenían en la mira.

—¿Qué tienen que ver ellos? —consultó la mujer.

—Esa familia es casi tan antigua como la iglesia, han servido de escusa para mantener viva a tres bestias —Acomodó su sombrero y arrugo las hojas para meterlas en su bolsillo, no se quedaría de brazos cruzados, y así decidió salir—. Volveré tarde.

—Sí, señor Jakob. Recuerde que hoy hay luna llena.

El hombre asintió ante lo último, y cerró la puerta tras él. La joven mujer sonrió mirando al cachorro.

"Es un buen hombre" pensó la mujer con cierta nostalgia.

El caminar lento del hombre mojaba aún más su abrigo con la afluencia



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En el texto hay: vampiros, londres, aseinato

Editado: 18.06.2018

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