Tintes de Otoño

2. Tara con cara de mala

La verdad es que creo firmemente en que las cosas insignificantes de la vida, son esenciales; como un beso, agarrarle la mano a alguien, un abrazo        

La verdad es que creo firmemente en que las cosas insignificantes de la vida, son esenciales; como un beso, agarrarle la mano a alguien, un abrazo... todas esas cosas son fundamentales. Son cosas especiales que se hacen con alguien especial.

Al menos eso creo yo.

Mi primer beso no fue memorable, lamentablemente. Tenía la ardua esperanza de que debía ser algo especial, sin embargo, no fue así.

Fue con un naranja. Todos sabemos que la combinación entre amarillo y naranja no es cómoda. Existe demasiada luz y eso encandila.

Por la desilusión que sentí aquella vez, mi mente lo rechaza y es como si nunca hubiese existido.

Nos encontrábamos fuera de la entrada de los baños, a la hora que terminaban las clases de ese día. Naranja me sujetó por la cadera y me sonrió de oreja a oreja.

No digo que Naranja haya sido un mal besador, más bien, la química entre ambos no era la mejor y el lugar donde fue no era precisamente romántico. Con ese beso comprendimos que no éramos el uno para el otro, porque al combinarnos, la luz de los dos se fundió e hizo que estalláramos.

Naranja y yo ya llevábamos algún tiempo intentando ser algo. Fue el primero en fijarse en una albina como yo. Pero no era para mí, ni yo para él. Pienso que por el hecho de nuestro color.

No hicieron falta las palabras, los dos habíamos sentido que el destino no nos quería juntos, bastó una mirada y una sonrisa para entender nuestros pensamientos.

Me alejé unos pasos de él, hice un ademán con la cabeza y divisé a mis amigas en una mesa, al acercarme, sus miradas dieron a parar a mí.

Muchas veces me llegué a sentir como un fantasma, y no había de qué dudar, mi aspecto era de uno. Tomé asiento delante de ellas, junto a Lissa, precisamente. Ella, Alex y Mía, continuaron platicando, sin presentarme atención.

—Pero ¿todo está bien? —susurró Mía en cuanto me vio, estaba tan abrumada en mis asuntos que no me percaté del rostro de Alex, me daba la espalda, pero sí observé que Ella y Mía sujetaban su mano.

—Ems —Lissa susurró a mi lado, acercándose—. ¿Y James? —buscó al susodicho con la mirada.

—No va a funcionar —comenté con una sonrisa prendida sobre mis labios.

Todas guardaron silencio y ahora sí me prestaron atención. Era evidente que mis amigas se alimentaban de chisme.

—¿Qué no va a funcionar? —preguntó Ella.

—Sí, ¿qué, qué? —inquirió Mía con cierta desesperación.

Alex se limitó a observarnos inquisitiva.

—Me di cuenta de que el amarillo y el naranja no quedan del todo bien juntos —espeté.

—¿Qué dices? —Preguntó Ella con una incógnita sobre su cabeza.

—No entendí —la coreó Mía.

Claro que no lo entendían. Así como yo no entendía ciertas cosas que las cuatro hablaban.

Me levanté del asiento, tomando la mochila que tiempo atrás había dejado, antes de ir con Naranja.

Estaba fatigada de ser un fantasma, de que nadie me prestara atención, que a veces ni se percataran de mi existencia. Alex tenía algo y yo era la única repostera que no estaba enterada de ello.

Coloqué la mochila sobre mi hombro, me despedí con un ademán y avancé a la salida, donde la luz del sol abarcaba más territorio. Donde muchas personas se juntaban a pasos veloces para salir a toda prisa de la prisión estudiantil.

Las reposteras son increíbles, chicas con secretos entre ellas. Ella representa al color lila, al color morado pastel, la dulzura y calidez en un mismo cuerpo. Es caracterizada por su risa y tiene la impertinente capacidad de hacer reír a las personas a base de cualquier cosa, no importa lo que digas, Ella siempre tendrá algo para reír y para hacerte reír.

Lissa es la más tranquila de todas —después de mí—. El color verde de mi vida. Es la más sensata, fresca, saludable, natural y la que más tiende a estresarse. Es una chica perfeccionista, que intenta hacer todo en su tiempo y forma. No importaba si algo, cualquier cosa, lo que fuese, a los demás les parece bien y a Lissa no la convence, ella decide volver a empezar.

Mía, bueno, Mía representa el rosa. Sensible, tranquila, amorosa, femenina y carece de pensamientos negativos, al menos en el exterior. Siempre está compartiendo la mejor de sus sonrisas para quien necesite avivarse un poco. Dulce y atrevida. Comparte la mayor parte de su tiempo con Ella, con quien siempre está riendo y perdiendo el interés en muchas cosas, como las clases.

Luego está Alex, la única naranja que necesito. Vital en nuestras vidas. Llena de energía y emociones en su máximo esplendor. Suele jugar con sus dedos o el objeto que tenga delante, pues, aunque no lo note, necesita canalizar toda la energía que tiene reprimida por dentro.

Yo, muchas veces, me siento como el complemento. El adorno. La chica pálida como un vampiro, con el cabello blanco como la nieve, con características del color amarillo, pero, si no estoy con ellas, ¿con quién estaría?

Ellas son mis reposteras. Cada una con su color, el color que ilumina mi vida, en su tono más dulce, el pastel.

Mi teléfono celular sonó con Kiss Me de Sixpence None the Richer. Tomé éste, que estaba encima del edredón, contesté después de ver en la pantalla el rositaaa.

—¿Bueno?

La risa de Ella rebotó en el auricular, del otro lado de la línea. Seguramente Mía estuvo tratando de no reír.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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