Ahí estaba el miedo que recorría cada rincón de mi cuerpo, mis mejillas cosquilleaban. Mis pensamientos se comportaban como un disco rayado, repitiendo las palabras: ¿Qué hago?
Me hallaba en un estado de conmoción.
Era común verme en shock. Cuando entraba en estado de conmoción, permanecía estática, reproduciendo las mismas palabras en mi cabeza, una y otra vez. Siendo incapaz de moverme, sólo viendo mi entorno sin saber qué hacer. Parecía una tonta. Incapaz de ser independientemente.
Jack entreabrió sus labios en preocupación. Mis ojos fijos en un árbol con hojas verdes, justo delante de mí. Mi corazón bombeó con mucha más fuerza. Mi respiración era cada vez más pausada.
Aquí venía el show.
—¿Emma? —preguntó dudoso.
Quise responder al llamado, pero era incapaz de hacerlo, me hallaba sumida en un mundo congelado.
—¿Emma? ¿Estás bien? —inquirió.
Mis labios se entreabrieron, pero de ésta no salió nada. Me limité a asentir con la cabeza.
—¿Quieres que te llevemos?
Por fin un suspiro logró salir de mí.
—No puedo pedirles eso —susurré en un hilo de voz.
—Nosotros no tenemos inconveniente, ¿verdad, Peter?
Peter agitó su cabeza en un gesto afirmativo.
—Ningún problema —coreó Peter.
Era inútil rechistar, pues el destello en sus ojos indicaba que no me dejarían sola. Acepté, después de buscar, una vez más, mi celular.
Jack me cargó hasta su vehículo, un Mustang rojo, cual parecía ser el más viejo del catálogo, me sentó en el asiento del copiloto, Peter tomó asiento en la parte trasera y Jacko condujo.
—¿Crees en el poder de la mente? —preguntó Jack, quien, con una sonrisa, acentuó sus hoyuelos. Su vista fija sobre el volante.
—¿A qué te refieres? —pregunté, aunque por dentro ya tenía na idea de a lo que se refería.
—A lo que podemos atraer con ella, ya sabes. El poder que tiene nuestra mente y cómo nos puede engañar. Cómo podemos controlar nuestra vida —en ningún momento Jack dejó de sonreír, sus hoyuelos se marcaron con más fuerza mientras pronunciaba las palabras.
—Sí, sí lo creo, pero no estoy segura de si se puede controlar la vida a través de la mente —opuse.
—Se puede —comentó, sin duda alguna, era una afirmación total—. ¿Conoces la Ley de Atracción, Emma?
—¿La qué? —pregunté, confundida.
—La Ley de Atracción —repitió—. Es... bueno, es el poder de la mente. Verás, Reina de las Nieves —su apodo acentuó sus hoyuelos en una sonrisa—, a mí me criaron de la forma en que no soy la víctima de la vida, sino, un creador. Todo lo que me ocurre es porque yo soy quien lo atrae.
—¿Entonces todo lo malo que hay en mi vida soy yo quien lo desea?
—Sí, algo así, Reina Blanca, lo pides de manera inconsciente, por ello debes pensar adecuadamente. Por eso hay que ser positivos —añadió, aún con su sonrisa y hoyuelos intactos.
—¿Entonces sólo debo pensar en lo que quiero?
Jack asintió, levemente, con la cabeza.
—Exacto, Emma, piensa positivo y crea tu vida ideal —sonrió Jack—. Eso es lo que yo y mi familia hacemos. Te pondré un pequeño ejemplo —prosiguió—, una tía se curó el acné con sólo su mente: no cremas, no medicamentos. Leyó que el acné se crea a base de lo que tú piensas, de forma negativa, de ti mismo, cuando no te quieres ni aceptas, así que cambió ese aspecto y... —hizo una pequeña pausa para humedecer sus labios—, funcionó.
—¿Y por qué me cuentas ésto? —inquirí.
Claramente acababa de conocer a ambos hermanos, y Jack me estaba tratando como a una vieja amiga. No era que me molestara, pero se había abierto conmigo y ya conocía cómo funcionaba su vida y la de su familia en general.
—Yo te atraje, Emma, bueno, no específicamente a ti, porque no se puede atraer a alguien en específico; pero te atraje.
Observé a Jack, esta vez no sonreía, pero tampoco estaba serio.
—¿Me pegaron adrede?
La expresión de Jack cambió radicalmente a una sonrisa sorprendida. Negó, repentinas veces, con la cabeza, y añadió:
—No, Emma, sólo pedí conocer a una nueva amiga en el parque o algún lugar público y agradable; así que... —volvió a humedecer sus labios—, eres tú.
—¿Y...? —guardé silencio, observé el camino y aplané mis labios—. ¿Por qué tan seguro?
—¿Tú no lo sientes? —preguntó.
—¿Qué cosa?
—La conexión —una pequeña risa hizo que entreabriera sus labios.
No respondí, me limité a hacer un ademán con la cabeza.
—¿Qué color eres? —espeté mi pregunta, en vez de utilizar mi pregunta ya usual: «¿cuál es tu color favorito?»
Jack alzó las cejas, indicando su confusión.
—¿Qué? —preguntó.
—Tú crees en el poder de la mente —senalé—, yo en el de los colores.
—¿Y cómo es eso? —preguntó, observándome por el rabillo del ojo.
—Todos tenemos un color favorito, ¿no? Nos identificamos con uno.
Jack asintió afirmativamente.
—Creo que me gusta donde va ésto.
—Por lo tanto, somos ese color, imagino que conoces la psicología del color.
—Sí, claro —respondió el chico.
—A base del color que eres, en sí, tu color favorito, dice cómo eres. Así que ahora te pregunto, Jack —humedecí mis labios antes de continuar—, ¿cuál es tu color favorito?
Jack meditó unos momentos antes de responder. Sus hoyuelos se acentuaron con su sonrisa. Mientras él pensaba, yo intentaba buscar el color que diría.