Viendo mi situación, desde miles de puntos, debí admitir que siempre había imaginado mi vida un poco más mágica.
Tenía 13 años cuando mis padres me adoptaron. En esos momentos, estando entonces encerrada en el interior de un orfanato, recibiendo burlas de uno que otro niño por mi apariencia, creía que mi vida sería aterradora.
Hasta que aparecieron mis salvadores. Una joven de cabello pelirrojo y un joven con lentes, con un libro en la mano.
Las encargadas del orfanato, más alborotadas de lo normal, nos formaron. yo iba más atrás del resto: menos oportunidades de ser escogida.
Cabe admitir que en ese orfanato aprendí a apreciar los colores. Se volvieron mi único escape.
Los ojos de la pareja se encontraron con los míos.
Y no observaron a los demás niños.
Las encargadas, aún más alborotadas, se confundieron ante su decisión. Adrián fue quien se acercó a mí y Zoé habló con las alborotadas.
—Hola —sonrió Adrián—. ¿Cómo te llamas?
En esos momento no conocía a quien tenía delante, pero fuese quien fuese, él me veía especial y yo a él.
—Emma —murmuré.
—Eres muy bonita, Emma.
Muchas veces había tomado esa frase como una burla hacia mi persona.
En ese entonces no entendía lo que tenía. No comprendía porqué no podía jugar bajo el sol con los demás niños., no entendía porqué era distinta al resto. No entendía porqué debía de usar más bloqueador que otros, hasta que llegaron los que serían mis padres.
Nunca nadie se había preocupado en enseñarme lo que tenía, hasta que fui adoptada por personas que sí se preocupaban por mí de verdad.
En el orfanato, muchas veces, pensé en cómo sería mi vida si fuese un poco más normal, si no hubiese estado en un orfanato.
—Me gustaría que mi vida fuese más como un cuento de hadas, más dulce —murmuré.
Clark me observó y esbozó una sonrisa.
—Me encargaré de que así lo sientas.
Una ebullición de emociones se aproximó en mi estómago: miles de hadas, atontadas, se tambaleaban de un lado a otro sin cuidado, estrellando sus pequeños cuerpos contras las paredes que conforman mi cuerpo.
—Emma, ¿te parece buena idea hacer una lista? Para ambos... yo igual quisiera vivir a mi forma.
Una idea, tal cual como un relámpago, cruzó por mi mente.
—¡Una lista secreta! —exclamé con entusiasmo.
—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó confundido.
—Sí, mira —me acomodé en el asiento, para quedar un poco más de frente a él—, yo hago una lista, tú haces otra, nos las intercambiamos y ayudamos al otro, de forma secreta, a cumplirla.
—¿Y si mejor yo te analizo y hago tu lista como yo creo y tú la mía? Ninguno de los dos la puede ver, hasta el final claro, y así nos ayudamos de forma aún más secreta.
Mordí mi labio inferior de la emoción.
¿De verdad estaba pasando? ¿De verdad Clark quería hacer eso conmigo? ¿íbamos a jugar a la lista secreta?
Mi corazón volvió a explotar dentro de mi pecho y las hadas que habitaban en mi estómago volaron con muchas más fuerza y velocidad que antes.
Clark esperó mi respuestas, tras la emoción que sucumbía por todo mi cuerpo, era capaz de exclamar lo que quería expresar, así que me limité a asentir con emoción, mordiendo mi labio, tal y como una niña pequeña.
Clark emitió una risa que hizo mi cuerpo flaquear. El viento erizó mi piel, pero más que nada la causante fue la risa sonora de Clark.
—Entonces quedamos en hacer la lista.
Volví a asentir con la misma emoción, esta vez sin morder mi labio.
Clark se levantó y observó mis rodillas cicatrizadas.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí —sonreír, por fin podía hablar—, sólo que me molesta caminar.
—Pero bien que andábamos caminando por acá —señaló el sendero.
—Es mi lugar favorito —me encogí de hombros—, me relaja cuando estoy mal.
—Entonces estás mal.
—Estaba mal. Me ayudaste más que el propio sendero de la vida.
A pesar de que él haya sido el mismo causante de mi mal.
—¿Sendero de la vida? Bonito nombre.
Me levanté de la banca, mis cicatrices apretujaron mis rodillas y junté mis labios. Clark me sonrió, apaciguando mi dolor interno.
—¿Nos vemos mañana?
Tras darle una respuesta afirmativa, Clark desapareció por una de las salidas del parque.
¿Así sería ahora siempre?
Ahora esperaría con más entusiasmo hallarme en el parque, así podría encontrarme con Clark, sin Tara que nos observe, sin mis amigas presionando sobre algo que no quiero.
Ahí me di cuenta que dejar fluir las cosas era mejor que otra cosa: sin forzar nada, veía a Clark cada tarde en el parque, sin forzar nada, Clark y yo habíamos creado nuestro propio juego de vida.
Cuando me había decidido a salir del parque, Jack y Peter yacían caminando hacia la misma entrada por la que yo salía. Ambos me sonrieron y me saludaron, regalándome una sonrisa.
—Hey, Reina de las Nieves —saludó Jack una vez frente de mí, Peter sonrió, con unos ligeros hoyuelos, no tan marcados como los de Jack—. ¿Conoces la Ley de Murphy?
—Sí, ¿el "si algo malo puede pasar, pasará"?
Jack y Peter asintieron al mismo tiempo.
—Ése es nuestro apellido.
—No les queda para nada —comenté alzando las cejas—, es decir, su familia atrae todo lo bueno, ¿dónde queda la mala suerte?
—No hay cupo para ella —respondió Peter.