Tintes de Otoño

23. Preguntas y subpreguntas

Nada podía compararse cuando entraba a la academia        

Nada podía compararse cuando entraba a la academia. Cierto era que miles de sentimientos se revolvían en mi interior cuando salí de la escuela; volviéndose uno que era sumamente extraño, uno que nunca había sentido. Pero con poner un pie en la entrada del local, ese sentimiento se evaporó, como suele hacerlo el agua a la nube, así sucedió, quedé limpia en ese lapso.

La academia de canto era mi escape, era llegar a un segundo hogar donde sí quería estar, me sentía protegida ahí dentro. Deseaba que las horas pasaran lento, pero me hallaba, siempre, tan entretenida y sumida en lo que amaba, que se pasaban volando.

—Eleva un poco más ahí —me indició mi instructora, mientras tocaba el piano—, vas muy bien, Emma.

Estaba realmente emocionada por interpretar las canciones, así que daba todo de mí para que eso se hiciera realidad, de la mejor manera. El dos de noviembre sería el recital, todavía quedaba un mes para ello, mañana entraríamos en octubre, seguro las chicas comenzarían a decidir de qué nos drisfrazaríamos., y el tres celebraríamos el cumpleaños de Mía.

Al terminar mi sesión, me despedí con una sonrisa, pero al salir, el viento de otoño acarició mi rostro y lo alargó de la tristeza. Tenía que regresar a la realidad, al lugar donde no era más que una chica albina que va de la escuela a la casa.

Tenía esperanza de no encontrarme a Clark recargado en la pared. Me detuve frente a la puerta, si daba un paso y giraba un poco a la izquierda, tal vez lo vería ahí. Pegué las partituras a mi pecho, tomé aire, llenando mis pulmones y di el paso.

Una sensación extraña me hinundó cuando Clark no estaba ahí, ¿era decepción? Tal vez spi quería que estuviese ahí, porque quería arreglar las cosas, extrañaba hablar con Clark, extrañaba que él fuese un escape para mí, de esta espeluznante realidad.

Solté un frenético suspiro y salí de la reja para caminar por la acera. Cuando un carraspeo, inconfundible, resonó tras de mí. Giré sobre mis pies, para encontrarme con Clark, tenía dos bebidas en sus manos, una sonrisa nerviosa, las mejillas encendidas y sus ojos azules estaban puestos sobre los míos.

—Lamento las tardanza, creí que no se tardarían tanto con los jugos —musitó, encogiéndose de hombros.

Ésa fue la segunda vez que lo vi encogerse de hombros, yo provocaba eso en él, algo mágico.

Se acercó a mí y extendió uno de los envases. Tenían popotes de bambú, lo cual me alegró. Hoy en día el medio ambiente era un gran problema.

—¿Cómo te fue en tu ensayo? —preguntó, menos nervioso.

Lo que había sido incomodidad de horas atrás, sin decir nada de nosotros, se transformó en lo mismo de siempre.

—Bien —dije, tomando un sorbo del jugo de zanahoria—, estoy emocionada, me genera impotencia el hecho de que falte un mes.

—¿Un mes?

—Sí, la función será el dos de noviembre, ¿irás?

Clark se detuvo, y eso me preocupó. Humedeció sus labios y me observó para luego curvearlos, ahí supe que algo andaba mal, pero lo confirmé cuando carraspeó.

—Me encantaría, mi sueño es ir a un recital... pero iré a los Ángeles, saldré el primero en la noche —musitó, bajando la vista.

Eso me entristeció en muchos aspectos, Clark no estaría en algo que considero demasiado importante en mi vida, ese día fue especial, después de todo. Pero era parte de mi lista, del regalo para él. Así que tenía que ingeniármelas para tachar eso de la lista del príncipe azul.

—No te preocupes —musité, ocultando mis sentimientos detrás del popote de bambú.

Clark se aproximó a mí y tomó mi mano, la que no cargaba con el jugo. Su rostro se enterneió aún más. No quería apartarme de él ni de los sentimientos que me provocaba. Quería que eso que sentíamos los dos, el uno por el otro, esa magia que nos envolvía cuando estábamos cerca, nunca desapareciera.

Por mi parte, no fue así y nunca lo será. Siempre vivirá esa llama apasionante en mí.

—Sé lo importante que es para ti, pero, Emma, créeme, también lo es para mí. Verte en el escenario, con esa voz tan angelical que tienes... —su oración se corto, pero lo prosiguió, tomando aire—: sería el sueño de cualquiera...

Clark era el correcto. Clark es sinónimo de la mejor persona del mundo y nunca nadie me hará cambiar de parecer. Nadie merece ese título, mas que Clark.

Continuamos nuestro camino, el ratón de mi cabeza ideaba las mil formas para cumplir todas las maneras para hacer cumplir cada punto de la lista antes de terminar octubre.

—Mañana te aparto —espeté—, me toca a mí —frené en seco, Clark me imitó, confundido.

Solamente me mostró su brillante sonrisa. Eran como perlas relucientes en el sol junto al océano. 

—¿Te toca? —preguntó.

—Sí, ya has hecho suficiente, te toca relajarte.

—Imposible —rezongó, emberrinchado—, yo no descanso del bien.

Sí, ése era Clark.

—No, al menos dame unos días, ¿sí?

Clark frunció el ceño y escudriñó mi rostro.

—Está bien —dijo, rendido.

Mi pregunta sobre qué era el amor seguía en pie, estaba dispuesta a conseguir una respuesta. Dentro de esa pregunta se formulaban pequeñas (y muchas veces muy grandes) subpreguntas. Entre ellas estaba la pregunta de si Clark sería mi gran amor. Si en verdad estábamos destinados y si íbamos por sobre la muerte.

El amor es la fuerza que sobrevive ante todo, siempre y cuando sea real. Es la fuerza que sobrevive en el tiempo y espacio. Por eso es tan magífico, sincero y poderoso.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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