Empezar a contar una historia es complicado, pero cuando dejas fluir las cosas, tal y como suceden en el momento, se vuelve ligero. Eso lo aprendí un poco después. Contar una historia puede ser liberador, más si sabes que la estás contando. Como es mi caso.
Ese miércoles, Jack me escuchó con atención, se percató de mis movimientos y muchas veces no supo qué decir.
—Emma, ¿qué sientes por Clark? —preguntó, una vez que acabamos nuestra comida.
Yo apreté mis labios y me lo pregunté mentalmente: ¿qué siento por Clark? Muchas palabras llegaron a mi mente, pero no sentí que alguna de ellas fuese correcta, lo que sentía no se podía definir en una sola palabra, era tanto que se debía de definir con las palabras más cultas, grandes y expresivas.
Ésa fue mi respuesta:
—Mis sentimientos por él son más grandes que unas palabras.
Jack acentuó sus hoyuelos con una sonrisa, se levantó de la silla, juntando toda la basura de la mesa, después de observar el reloj de su muñeca; y la llevó al contenedor, después, ambos salimos, rumbo a la academia, donde ensayaría.
Cuando ingresamos, Jack se sentó en una esquina y nos escuchó, al terminar, comentó:
—No entiendo de qué habla esa mujer, ya cantas perfecto —lucía sorprendido.
Sentí mis mejillas hervir, esbocé una sonrisa y me encogí de hombros.
—Hay que mejorar las cosas —respondí, acomodando mis cosas para salir.
Nos despedimos del personal con el que nos cruzábamos y una vez fuera, él me acompañó a casa.
—Clark suele hacer eso —le comenté.
—Me gusta cómo se ven juntos —murmuró—. Mereces algo lindo y puro, Emma.
—Oh, tú el doble —le señalé.
Jack rodó los ojos y guardó sus manos en sus bolsillo. La positividad del chico me hizo olvidar muchas cosas, las cuales recuperé una vez entrando a casa. Le comenté mi sorpresa para Clark, la cual estaba prevista para el sábado de la siguiente semana. A Jack pareció agradarle la idea y se entusiasmó hasta que llegó el día.
Cuando llegué a casa, me encerré en mi habitación y miles de ideas, palabras claves e imágenes, cruzaron por mi mente, en un divague. Tara no había ido a clases ese día, ¿estaría bien?
Sus palabras sucumbidas en dolor me llevaron a un abismo de preocupación. El techo me había hipnotizado hasta cavar en mis pensamientos, lo observé fijamente mientras la preocupación me llevaba a un nivel más alto.
La puerta se abrió, mamá asomó la cabeza, con su cabellera roja cayéndole por los hombros, los labios rígidos y su mirada seria, cuando me observó, abrió totalmente la puerta y entró.
—¿Qué haces, Emma? —preguntó, alzando sus cejas rectas.
—Pienso —musité, volviendo al techo, el peso de la cama me hizo saber que mamá había tomado asiento, esto iba para largo.
—¿En qué? —inquirió, con la voz baja.
—En muchas cosas —suspiré.
Había tantas cosas en mi mente que no sabía por dónde comenzar.
—¿No quieres compartirlo?
Dudé un poco, no sabía qué debía compartirle, una vez que mis pensamientos se ordenaron ligeramente, pude decirle:
—Hay una chica, que tiene graves problemas en casa —murmuré—, ella siempre me molestaba y creí que era algo contra mí y, por tonto que suene, lo hacía para hacerse más fuerte y darle cara a su padre.
Mamá se mantuvo en silencio, yo la observé. El color rojo de su cabello era llamativo, me gustaba su tono, combinaba con ella misma.
Me acomodé en la cama, sentándome junto a ella, mamá suspiró, su mente saturada.
—¿Por qué nunca lo dijiste?
—¿Qué?
—Que alguien te molestaba.
Me encogí de hombros. Se lo decía a mis amigas, pero nunca di cara al problema frente a mis padres, a veces comentaba algo al respecto, pero le restaba importancia.
—Bueno, no me mató —comenté, después de un silencio incómodo.
Mamá achicó sus ojos y me observó.
—No se trata de eso, Emma, cuando alguien te molesta, apaga algo dentro de ti —repuso ella, con un tono de culpa.
Y la curiosidad me invadió con sus palabras. ¿Por qué había ese tono en ella?
—¿Tú cómo sabes eso? —inquirí.
Mamá dudó. Humedeció sus labios y se mordió el inferior. Se acomodó en la cama, observó su entorno y luego a mí. Me moría de curiosidad por saber lo que diría, ¿a ella igual la molestaban y por eso su carácter es tan duro? Definitivamente no quería que eso me fuese a pasar.
No quería ser una gruñona de grande, me gustaba ser como era.
—Yo no era esa chica, tampoco era tú —comenzó a decir.
—No —reí—, tú eres Zoé.
Mamá me dirigió una mirada desaprobatoria, la cual, segundos después, se transformó en una sonrisa cínica.
—El caso es que... nadie me quería, pero yo tampoco quería —parecía estar confundida en sus propios pensamientos.
—¿Y la tía Diana?
—Oh, ella vendrá el 22 de octubre —cambió de tema, ahora yo la observé, alzando las cejas—, fue la única amiga que tuve por mucho tiempo —siguió, rendida—, era la única que seguía conmigo a pesar de mis quejas y comentarios despectivos hacia todos.
—Vaya, mamá, así igual eres de joven —musité.
—Oh, no se puede comparar, si crees que lo soy ahora, no creo que pueda imaginarte cómo era en la preparatoria.
Esbocé una sonrisa, ladeé mi cabeza y la observé.
—¿Y ese Joshua?
Mamá suspiró y echó el aire sobrante por su boca.