Tintes de Otoño

30. La princesa Disney

Solamente un momento        

Solamente un momento. Un instante mágico varado en el tiempo, entre el sueño y el despertar, entre el sueño y la pesadilla. Una ocasión en el punto medio y en el momento exacto.

Estaba nerviosa, mis manos sudaban y mis labios titubeaban. Me detuve varias veces ante el espejo, observándome en aquel vestido oscuro como la noche. Observé en diversas ocasiones mi celular. Había citado a Clark en el parque, Jack iría en su búsqueda, junto con Caty y las reposteras, quienes no sabían nada.

Estaba ansiosa, no dejaba de verme en el espejo, una y otra vez, creyéndome insuficiente, pero, a la vez, harta de creerme de esa forma. Me acerqué al reflejo y lo observé fijamente, con una mirada retadora.

—Yo me amo —anuncié—. Amo cada parte de mí, cada roncha, cada brillo y cada problema.

Salí de la habitación un poco más segura de mí misma, Tara estaba del otro lado, recargada en la pared, con los brazos cruzados.

—¿Por qué tan bonita?

Mi corazón y respiración se contrajeron, observé a la azabache, vestía con su camisa de cuadros roja, sus jeans, su chaqueta de cuero y sus Dr. Martin. Se separó de la pared y paseó por el pasillo y el corto camino que nos dividía.

—Tú vas a acompañarme —comenté, con una flamante sonrisa. Tara cambió su semblante tranquilo a uno sorpresivo.

Tara sufría en esos momentos y yo conocía a una persona que sanaba el interior, el alma, hasta volverla totalmente pura. Tara me acompañó a la salida de la casa, cuando nos detuvieron nuestros padres.

—¿Adónde van? —preguntó papá. Su voz sonaba especialmente apagada.

—¿Por qué tan arreglada? —inquirió mamá.

La señora Owlman nos observó, interrogantemente, estando sobre el sillón. Tara me miró fijamente.

—Es una sorpresa —comuniqué, indicando secreto. Papá y mamá se observaron y pronto nos dejaron salir sin más preguntas.

Mientras caminábamos hacia nuestro destino, le expliqué a Tara en grandes rasgos lo que haría. Ello me llevó a muchas preguntas, por ejemplo, cómo surgió esa idea. No podía mentirle, simplemente tenía que decirle la verdad.

—Tenemos algo así como un juego. Creamos una lista de cosas por hacer antes de morir, lo que creemos que el otro quiere hacer.

—¿Cómo y cuándo surgió?

Entendí a Tara, quería saber qué había ocurrido entre nosotros, quería saber si Clark me había besado, si le había sido infiel conmigo. Lo cual no fue así.

—Hace un tiempo lo encontré en el parque, al que siempre voy, estuvimos hablando y le dije que quería dejar de ser albina, quería ser normal, al menos por un día. Entonces surgió el juego.

Tara avanzó en silencio, dubitativa, sumida en sus pensamientos. Sus pensamientos la atacaban en su mente y ella no sabía cómo luchar con ellos, así que decidió preguntar, de forma directa.

—¿Alguna vez se besaron? Quiero decir, cuando él y yo éramos novios.

Sí, ésa era la pregunta que estaba esperando responder. Lo bueno de ello era que no le rompería el corazón, me sorprendía que pensase que Clark pudiese hacerlo semejante, conociéndolo y sabiendo que le tiene tanto cariño.

—No, Tara, no te mentiré, hubo unas dos veces que casi, pero él rompía todo y decía que tenía novia y que nadie merecía besar a alguien que tiene novia, que se merece algo mejor —Tara se detuvo y sus ojos me buscaron, me analizaron, cada parte de mí, para saber si mentía—, cuando terminaron sí nos besamos, cuando me llevó a la playa.

Los ojos de Tara se agrandaron de sorpresa, creí que por el beso. Tal vez eso sí le rompería el corazón: ¿era muy pronto?

—¿Por eso tienes tantas ronchas? —escupió, escudriñando mi piel—, Emma, el sol te hace daño, ¿por qué lo retas?

—Yo no reto nada —comenté, ofendida—, solo nos amamos. Las ronchas son los besos que el sol me da.

Tara me observó alzando su ceja y cruzándose de brazos. Su semblante lucía molesto. Negó con la cabeza repentinas veces y, en un acto dramático, llevó su mano a su frente. Sin embargo, hubo un silencio y seguimos caminando.

—No debes dudar de la confianza de Clark, él siempre fue fiel, te tiene demasiado cariño como para hacerte daño, además, su ser se lo prohíbe.

—Idealizas mucho, Emma, sería lindo vivir en tu fantasía —comentó en un áspero suspiro.

Nunca me había visto como una persona que idealizara sobre la realidad, que soñara, claro. Hasta ese momento no me percaté de que realmente no estaba con los pies sobre la tierra.

—¿De qué hablas? —musité.

—¿Crees que Clark es un ser perfecto? —inquirió.

—Bueno... lo es, pero tiene sus errores como todos...

—Y eso lo tienes que tener en mente —se detuvo y me señaló con el dedo, retrocedí unos pasos por el miedo, recordando el comportamiento de Tara días atrás.

—Lo tengo...

—No, no es cierto. Idealizas a Clark y ése es un problema. Es un ser humano, comete errores, ¿sabes? Tal vez cometa un error que te rompa el corazón, nunca lo sabes. Clark es un muy buen chico, lo sé, pero lo errores no definen a una persona, realmente.

—La perfección se subjetiva —comenté—. No es solo lo que plantea la sociedad. Es lo que uno cree perfecto para sí mismo. Para mí, Clark es perfecto, pero tal vez para alguien más, quizá tú, no sea así.

Tara volvió a suspirar, negando con la cabeza, emprendiendo el paso una vez más. El transcurso fue silencioso a partir de ahí. El sol besaba mi piel y las marcas que ya había dejado días atrás, ardían con intensidad. El sol me besaba para marcar su territorio.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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