Tintes de Otoño

Espacial #5

Mamá lucía sorprendida con cada paso que daba. Ni en sueños podríamos estar en un lugar como éste, pero lo estábamos. Mamá podría relajarse sin tener que imaginar en el trabajo.

Cuando llegamos a nuestra habitación, nos quedamos solos después de nuestro cansado día. Nos recostamos en las camas y sonreímos observando al techo. Después de unos minutos, siento su mirar sobre mí.

Yo la imito.

—Ay, Clark —suspira—, esa niña es maravillosa.

Se refiere a Emma. Lo sé porque es maravillosa. No sé cómo describirla porque las palabras no le llegan, su único problema es no ver lo que es gracias a una sociedad que baja la autoestima. Todos cometemos errores y Emma ha cometido varios, pero eso no le quita valor alguno, la hace humana y real.

Si tan solo pudiera ver lo que yo veo en ella...

Asiento tímidamente al comentario de mamá. Ella gira sobre la cama para verme con más precisión.

—¿Te gusta, cariño?

Observé el techo, evitando su mirada inquisitiva. Nunca creí que me vería en esa situación con mamá. Ella nunca se atrevió a preguntarme eso cuando Tara y yo empezamos a salir.

Ahora, ¿en verdad me gustaba Emma? Creo que la respuesta se había vuelto obvia con el paso del tiempo. Eso es lo que Tara había logrado ver antes que yo:

—Admítelo de una vez, Clark —me señaló, con lágrimas en los ojos—, te mueres por ella. A mí me gustaría que esa sonrisa, que ese titubeo y esos suspiros accidentales fuesen a causa mía —reprochó mientras limpiaba las lágrimas rebeldes que osaban en salir por sus ojos.

Yo me petrifiqué ante ella. No tenía idea de qué decir o qué pensar. Nunca había visto lo que hacía cuando pensaba, hablaba o estaba con Emma. Me pregunté si era cierto lo que Tara decía, pero no lograba dar una respuesta certera, todo era confuso.

—Lo quieres negar —musitó, continuando—. Es algo que yo he visto, pero tú lo sientes, Clark. Ahora hazte la pregunta: ¿te gusta Emma? ¿Sientes por ella algo más grande que por mí?

Tampoco supe qué responderle en ese momento. No sabía si era real que me gustara Emma. Tara había sido mi mejor amiga por mucho tiempo, pero hasta aquella vez con la mentira de la carta, creí que, tal vez, confundía sentimientos de amistad por los de amor, pero luego, al estar con Emma... me percaté lo que realmente era el amor.

El amor se trata de magia pura. Ella lo era y me hacía sentir de dicha forma. Pero seguía dudando.

—No lo sé —musité, Tara comenzaba a desesperarse—, no estoy seguro, Tara.

Yo igual quería llorar. Cierto era que afecto de forma romántico no sentía por Tara, pero no quería que nada cambiase entre nosotros.

—Bien, Clark, me gustaría que lo meditaras, pero esto se acabó. No está bien porque no sientes lo mismo por mí. Yo sé que no lo haces con la intención, pero es un error, Clark —gruñó—, un terrible error que estás cometiendo, ¿para qué? ¿Para ocultar tus reales sentimientos?

Y se fue.

Volví a observar a mamá, quien no había dejado de verme.

—¿En qué estabas pensando? No creo que en esa chica blanca porque no sonreías —se burló, acomodándose en la cama con una victoriosa sonrisa.

—¿Puedo preguntarte algo, mamá?

—No —respondió, juguetona—. Eso fue una pregunta —señaló—, ya la hiciste.

Yo rodé lo ojos y mamá se rindió, cediéndome la palabra.

—¿Por qué nunca me hiciste la misma pregunta cuando andaba con Tara?

Ella guardo silencio, tornándose seria. Avanzó a mi cama y se sentó junto a mí, para tomar mi mano.

—Cariño, te conozco perfectamente —comenzó—, sabía que no durarían. Que no sentías y que solo te confundías. No amabas a Tara pero —su rostro volvió a ser el mismo juguetón de yacía unos minutos—, ¿qué tal Emma? Ella sí, ¿ah?

Cuando me iba a levantar de la cama, tocaron la puerta. Mamá y yo intercambiamos miradas y ella fue quien se levantó a abrir. Yo la acompañé. Los padres de Emma estaban en la puerta. El señor Celaya sonreía mientras que su esposa se mantenía recta. A veces me daba miedo, solo un poco...

—Nos preguntábamos si les gustaría bajar a cenar —comenta él.

Mamá me observa por encima de su hombro pero me niego, tal vez era tanta la emoción contenida que no tenía hambre (tampoco fue que el avión nos diese gran cosa para ingerir).

Mamá sí accedió la propuesta y se preparó para bajar. La mamá de Emma estaba diciéndole algo a su esposo, mientras él me observaba indeciso. Un miedo me recorrió por la espalda cuando me llamó.

Yo me acerqué a la pareja un tanto temeroso.

—Emma igual se quedará —murmura—, está en la habitación, por si no quieres quedarte solo.

Yo asiento repetidas veces. Su ceño fruncido me atemorizaba, más cuando centraba más sus cejas para observarme.

—Te estaré observando —comentó, cuando mi mamá y la señora Celaya se adelantaron. Yo tragué grueso—, no corrompas a mi princesa.

—¡Adrián! —gritó la pelirroja de su esposa. Ambos la observamos, lucía molesta y se cruzó de brazos. El padre de Emma rascó su nuca y sonrió en dirección a ella. Me señaló con el dedo antes de desaparecer cruzando el pasillo.

¿Sería bueno visitar a Emma después de la amenaza que me dio su padre?

No iba a mentir, me daba miedo que algo ocurriese y él me descuartizara. Pero, después de meditarlo durante un tiempo, parado en la entrada de la habitación, con la puerta abierta, me decidí por darle una visita a la Reina Blanca.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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