Días de lluvias. Para completar la lista de Clark eso me faltaba. Pero no quería verlo. Su rostro, aunque fuese imaginación mía, me provocaba una sensación desagradable.
Estaba al borde del colapso.
Cuando llegué a clases, esta vez más tarde porque no había podido encontrar las fuerzas para levantarme, las reposteras me llevaron al exterior a empujones y millones de preguntas. Mi mente solo podía vagar y recaer en un rostro.
Mis párpados se caían por voluntad propia.
—Clark estuvo preguntando por ti, ¿dónde te metiste?
Después de que Clark me rompiera el corazón, me quedé con Caty todo el día, temerosa de ver al autor de mis desdicha. No les comenté nada a las reposteras y tampoco me digné de ver sus mensajes.
¿Había hecho mal en eso?
No lo sé, pero me sentía realmente rota como para seguir dándole vueltas al asunto.
—No quiero hablar de eso —musité, intentando pasar al salón, sin embargo, ellas opusieron resistencia—. ¿Qué? —pregunté, cansada.
—¿Qué fue lo que te pasó? —inquirió Ella.
—¿Por qué tienes más ronchas? —preguntó Lissa preocupada.
Tal vez por el ánimo que cargaba conmigo.
—¿Estás bien? —ahora fue Alex quien cuestionó, acercándose lentamente.
Mis mejillas volvieron a arder y mis ojos picaron, como si me hubiese tallado los ojos con las manos después de haber tocado un chile.
Las cuatro chicas que tomaba por amigas me observaron e intercambiaron miradas ante mi estado. Yo me encogí de hombros, conteniendo todo aquello que sentía.
Caty estuvo conmigo toda la mañana del día anterior. No hizo preguntas, solamente escuchó lo que tenía por contarle, ciertamente, hacía comentarios de vez en cuando. Pero el que me haya escuchado sin una interrogante, fue de bastante ayuda.
Asentí ante sus insistencias.
Mía me tomó de la muñeca y me sujetó de la barbilla para que la mirase a los ojos, cuales estaban haciéndome ver todo borroso. La lluvia caía cerca de nosotras mientras nos hallábamos bajo el techo de los escalones.
Mi respiración se sentía pesada, densa y rota.
—¿Nos quieres contar, Bola de Nieve?
¿Cuántos apodos tenía? Porque, vaya... tenía muchos.
Me encogí de hombros. ¿Quería o no? Meditando, les dije que mejor en los recesos les contaba, para que hubiese el tiempo necesario.
Dicho eso, la profesora entró al salón mientras las reposteras abrían paso.
Cuando me dejaron pasar, mi corazón se detuvo después de volver a explotar. Clark estaba a unos pasos de la puerta, con la mirada triste, los ojos caídos y los labios entreabiertos. Como si estuviese pidiendo clemencia.
Pasé junto a él, elevando la barbilla e intentando mantenerme fuerte. Mis amigas se desconcertaron ante tal acto, Lissa me siguió igual de confundida que las demás.
Tomé mi asiento con la respiración entrecortada, dispuesta a sacar mis materiales. Lissa me observaba desde su asiento. Por otro lado, Clark se mantuvo estático donde lo dejé, desconcertado. Sin hallar nada dentro de su cabeza.
Lucía bastante estúpido de esa forma.
Hasta que la profesora le llamó la atención, se sentó tras de mí.
Durante las clases intentó llamar mi atención, pasándome papelitos que nunca abrí, tocándome el hombro y murmurando mi nombre con susurros y frenesís. Pero yo me limitaba a concentrarme a los blah, blah de la profesora o el repicar de la lluvia.
Temía que el crujir de mi corazón se escuchara por toda la estancia, al igual que mi pesada y densa respiración que no hallaba un rumbo fijo.
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—¿Puedo ir a golpearlo? —gritó Ella con ímpetu, levantándose de la banca.
Yo negué con la cabeza mientras sollozaba con fuerza y meneaba mis manos delante de mi rostro. Ella apretó su quijada, estaba realmente molesta.
—Después de todo él solo dijo eso? —inquirió Alex con un mal sabor de boca.
Asentí y me encogí de hombros.
Por fin les dije lo que había sucedido aquel día anterior con Clark, mientras mi corazón buscaba la manera de abandonarme de una vez por todas. La Reina Blanca se había roto en mil pedacitos, todos llenos de dolor.
Mía se quedó con nosotras en vez de estar con Jacob, por lo que deduje que el rojo y el azul debían estar pasando tiempo juntos.
Las chicas estaban furiosas con lo que les terminé contando, con todos los detalles que mi corazón pudo. Lo que más dolía era que no había sido una pesadilla o una terrible alucinación formada por mi mente. Todo había sido real. Esto sí era real.
—A las princesas... —logré formular entre sollozos, mi voz se rompió, pero aguardaron hasta que pude continuar— no les sucede esto a las princesas, ¿dónde está mi final feliz?
Mis amigas me observaron tristemente, cada una con distintas expresiones. Ella trompó sus labios, Mía los ladeó, Lissa se quedó con el ceño fruncido, denotando su tristeza y a Alex se le cristalizaron los ojos.
Las cuatro se levantaron y me fundieron en un abrazo, con distintos aromas que me recordaban a una familia unida, al amor y la lealtad.
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Bajo la lluvia, caminé al parque. Mi rostro estaba más empapado por mis lágrimas que por las gotas que desprendían las nubes. Cada paso que daba era como clavarme más y más una daga que estaba enterrándose profundamente en mi pecho.
Había charcos por todas partes y yo estaba igual de mojada que ellos (vaya ironía). Seguí mi camino y pasé por el sendero de los colores, con el corazón en la boca. El lugar no me ayudó mucho, me hizo recordar en la primera vez que Clark me habló, justo en ese lugar.