Hoy, hace un año, quien consideraba mi alma gemela, falleció, precisamente donde estoy.
Un año en el que tuve que soportar el dolor.
Otoño. No sabía si odiarlo o qué hacer con él. Me había arrebatado al amor de mi vida.
Pero cada vez que mi intención era odiar la estación, las palabras que Emma dijo alguna vez me asaltan: el otoño no se trata de la muerte, sino de un descanso para ser mejores. Florecer. Restaurarnos.
Emma no había muerto, en sí... había dejado el plano terrenal para formar parte del espiritual. Ahora ella es la que gobierna nuestro mundo, arriba de nosotros.
Yo sé que me está observando en este momento. Mientras despierta a todos los tintes de un otoño, cuales comienzan a cobrar brillo con su presencia. Yo la observo con los ojos cerrados, como dijo en aquella nota que nos dejó a todos.
Me propuse que todos los años haría lo mismo. Hablaría con ella.
Mi amor por ella seguía siendo igual (o más) de fuerte. Nunca se apagaría esa llama que solo ella pudo haber encendido.
Sostengo las hojas y el polvo con mis manos mientras ella despierta ante mí. Todavía era muy temprano, precisamente ése era el plan. Quería verla despertarse, imaginando su hermosa sonrisa, su piel y cabello blanco.
Ella era mi Yue. Mi princesa del cielo.
Casi nunca hablaba de esto, la gente creía que estaba loco, menos aquellas personas que tuvieron el honor de convivir con Emma, ellos sabían que hablaba a través de la luz. Pero nadie había podido verla una última vez como yo pude hacerlo hace un año...
—Hola, Emma —saludé con un tono tímido.
No me había vuelto a enamorar, era incapaz de dejarme llevar por mis sentimientos. Sé que Emma ahora observa todo en todos lados y que a ella no le gusta que me aferre al pasado. Pero es imposible dejar de amar a una persona como ella.
Todavía recuerdo cuando murió... a veces me siento culpable, que debí quedarme con ella y no irme, que yo tuve la culpa por cumplir su juego, sin embargo, no todo recae en mí.
Dicen que las mejores personas son las que se van primero y Emma era la mejor persona, por eso tomó el lugar del sol a sus diecisiete años.
A través de la luz ella me contestó con un hola, Clark que erizó mi piel. Volver a oír mi nombre con su voz, después de todo un año sin ella, fue lo mejor que me hubo pasado desde su partida.
—Tenía que venir hoy —comento, para luego abrir los ojos.
Lanzo un poco del polvo hacia ella y creo el mismo camino que la vez pasada. Recuerdo que a Emma le gustaban mucho las hojas secas. Decía que, al ver un lugar en San Diego con ellas, era cuestión de buena suerte.
Cuando el camino hubo estado hecho, esperé a que mis plegarias se hiciesen realidad... pero tardó más que la última vez, así que cerré los ojos.
—Emma...
No pude terminar, porque ella, a través de la luz me responde: yo sé que quieres verme, Clark, pero espérame.
Asentí con la cabeza, sin dejar de cerrar los ojos. Esperé a que me dijese algo, pero igualmente tardó.
—¿Ya no me quieres, Emma?
Después de varios segundas, ella responde a través de la luz: ¿cómo puedes decir eso?
—¿No quieres que te vea?
Y a través de la luz me responde: ya puedes abrir los ojos.
Al hacerle caso, después de abrir los ojos, me encuentro con Emma al pie de las hojas, con una sonrisa, el cabello en un chongo y con un lindo vestido espiritual.
—Ser el sol no es tan sencillo —responde, esbozando una sonrisa.
Rasqué mi nuca con nerviosismo.
—Ya me lo imagino...
En vez de avanzar yo a ella, es ella quien lo hace. Camina a mí con la espalda erguida, con su paso lento y una sonrisa de oreja a oreja.
—Todos los días te observo, pero extraño estar cerca de ti —musita casi en un susurro—, Clark —llama, acariciando mi rostro con sus frías manos, las cuales yo soy incapaz de acariciar—, ¿cuántas veces debo decirte que dejes de aferrarte al pasado?
—No me aferro a él —respondo, observando sus ojos violetas, apenas reconocibles por el hecho de estar en otro plano—. Pero soy incapaz de separarme de ti, Emma...
—Deberías... porque, Clark, nosotros somos pasado. Mi ahora está en ser el sol que alumbra la vida, y tú debes enfocarte en tu música.
Una lágrima rodó por mi mejillas. Era incapaz de separarme de ella. Simplemente no podía. Emma era lo que necesitaba para mi música, era la musa de cada una de mis poesías. Como me dijo Alex aquella vez que lo conocí.
Tenía el honor de inspirarme en Emma.
—Me enfoco en ella y me inspiro en ti.
Una vez más tuve el honor de escuchar la maravillosa risa de Emma.
—¿Sabes qué más extraño?
—¿Qué? —inquiero, observando sus lindos ojos y curveando una ladina sonrisa.
—Pasear aquí —responde, señalando con su barbilla tras de mí—. Recuerdo que éste era el mejor lugar. Todos mis pensamientos negativos se esfumaban al ver los colores.
—Ahora tú los creas —contesto con una sonrisa y las mejillas sonrosadas.
Ella sonrió divertida y acarició con sus dedos mi cuello.
—Dile a mamá que no tenga miedo de venir a visitarme —susurra con un tono triste—. Dile que todos los días la veo y puede hablar conmigo, solo debe cerrar los ojos y yo le responderé a través de la luz. Dile que me hubiese gustado conocer a mi hermana como es debido...
Asiento con la cabeza. Se lo diría a su madre al salir de ahí.
Ella se separa un poco y observa por encima de su hombro.
—Debo irme para alzar más los colores —comenta, guiñando uno de sus ojos y caminando al pie de las hojas.
Sin decir nada más, desaparece de mi campo visual, cierro los ojos una vez más.
—Adiós, Emma.
A través de la luz ella me responde adiós, Clark.
No había una sola palabra para describir a Emma. Ella era más que todas las palabras, era todos los colores.