Comentar nuestras experiencias a la hora de ir al baño sería muy escatológico.
Si vamos arrastrando una escayola, obviamente, hablaríamos ya de algo escayológico.
Sin embargo, hay una historia tras mi Thoropedoroso mote.
Sin más prolegómenos ni adornos, baste con reconocer que cuando conocí a mi chica lo hice en un estudio con baño y cocina. Un piso de una pisada, así de pequeño era.
Nada que ver con la magnitud de lo que no dudamos en llamar “El fenómeno Chernóbil”. Tanto mi gatita como mi novia quedaron profundamente anestesiadas por esa visita Thoropedorosa que hice al lavabo.
Ahora que he acomodado mi escayola, Óscar parece estar experimentando un fenómeno parecido, pues el número de improperios que lanza por segundo tras ir luego mío al baño así lo indica.
Curiosa historia la de mi pierna.
Superviviente de mil batallas, que encontraron en la guerra de la botellita de agua su cúspide, acaba por fracturarse debido a un infructuoso intento.
El pedo más grande de la historia es algo que solo los valientes abordan.
Con diferentes resultados de dudoso renombre, como puede comprobarse mirando mi pierna derecha.
Iba con Óscar, cómo no, cuando solté la vacilada.
—¡Atención al peído de los peídos! — … y apoyándome en una de mis piernas, tratando de apoyar en una papelera la otra, la magnífica propulsión que se originó como una fina ocarina me hizo desequilibrarme.
El resultado, claro está.
Tan claro como el Martini que me he preparado mientras espero que Óscar acabe del baño, si es que sale vivo de ahí.
Mi bebida es una mezcla de dulce y amargo.
Como el tema del que hablo, algo realmente másqueroso.
Le doy la razón a Víctor, aquello fue másqueroso de lo normal. Me maravilló su habilidad de echar el pestillo (el sufijo “—illo” es más irónico que Ironman, aquí) sin necesidad de puertas, coches ni nada. Pero en fin, cambiemos de tema para que no te comas este marrón indecente, amigo lector.
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Editado: 16.04.2021