Tirita: Vendas de humor para tiempos fríos

Reencuentro en la fase que sea con queso

 

Se me ocurrió que podíamos ir al restaurante del que me acababa de escapar (realmente sería skapar…) a celebrar dos cosas: la primera era nuestro reencuentro, tras varias horas sin vernos, y la segunda era el triunfo del “simpa” (irse sin pagar, como todos los caraduras saben) que yo había protagonizado minutos antes.  Víctor, como es muy tolerante (ya ante lo era, así que depué lo sigue siendo…) lo aceptó sin  problemas (no era matemático).

—¿Vamos a un bar? ¿O al restaurante del que me acabo de ir sin pagar? Tiene buena pinta y apenas he tomado unos aperitivos sin apetito.

—Venga, eso está hecho.

—Sí, lo hecho hecho está. Ahora solo nos queda afrontarlo.

Entramos de nuevo en el restaurante… Realmente entraba “de nuevo” yo, ya que Víctor nunca había estado allí. Pero lo cierto es que el único que entraba “de nuevo” allí, porque era un desconocido, un “nuevo”, para ellos, era Víctor. Visto así aquello era un pedazo de cacho de fragmento de paradoja. ¿Sí o qué?

No solo nosotros estábamos contentos, también Nadie (recordad, porfi, que así se llamaba el camarero del capítulo anterior) se puso muy contento de ver a Víctor. Y sobre todo a mí, intuyo. In-suyo espíritu… alegría de evitarse la bronca de su jefe que estaba al caer. Su jefe era miembro de la Brigada Anti-simpa. (Gente poco simpática vamos.)

—¿Vino, señores? —dijo Nadie.

—Sí, el vino de antes… y algo de queso —respondió Alguien… que era yo.

—¿Usted se llama Alguien? —preguntó Nadie, asombrado.

—No, chico. Es que soy uno de los escritores de esta cosa. Y, claro, hago mis gracias. Pero no te preocupes.

—Descuide, señor, que yo me cuido. Enseguida les traigo el vino y una ración de queso aunque sea. Y luego les cobro todo y añado las aceitunas, el pan con alioli y los nachos.

—Gracias, muy amable. Pero nadie ha pedido nachos…

—Ya. Es a modo de intereses, que a nadie  interesan, ni a Teresa. Por pagar con retardo.

—¿Quién es Teresa?

—Esa —dijo Nadie señalando a una que pasaba por la calle en ese momento.

—Perfecto. Si me lo permite quiero hablar a solas con mi amigo. Me añoraba.

El camarero se alejó para no interferir más.

—¿Tú no me añorabas? —Víctor preguntaba con los ojos tan abiertos que tuve que entrecerrar los míos, de la impresión.

—Yo lo que estaba pensando es que ya sé de dónde te viene el mote de “El todopedoroso Víctor”.

—¿Quién te lo ha contado? —Víctor enrojecía por momentos.

—Lo he deducido. Es un porcentaje. Igual que Espíderman, en el que he pensado antes, existe…

—Es Spiderman —comentó Víctor, interrumpiendo.

—Ya, pero se dice Espíderman, e igual que él, hay otros superhéroes, o mutantes, o “mu-después”, o lo que sean. Uno de ellos es conocido en toda la galaxia como “Thor, el Pedoroso”. Y claro, como tú te llamas “Víc-Thor” llevas incorporado también ese mote.

Víctor apartó una mota de polvo que vio en su vaso de agua vacío.

—Me has dejado flipadísimo… 

A su comentario siguieron unos segundos de silencio. Nadie se acercó con la botella de vino en una mano y un plato de queso en la otra.

—¿Quién lo pagará todo? —preguntó un maleducado Nadie.

—Él —respondimos a la vez Víctor y yo señalándonos el uno al otro de modo simétrico.

Nadie se alejó, satisfecho por la respuesta. Nos dimos cuenta de que era cierto ese dicho popular de que “Nadie es tonto”.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.