Tirita: Vendas de humor para tiempos fríos

La cola de las almas

 

—¿Qué tienes ahí? — Inquirió Óscar, curioso.

—Algo que he escrito. Estoy tratando de hacer una autobiografía.

—¿Como si fueses un coche que condujo por barrios bajos llenos de graffitis?

—¿Qué diablos dices? — Respondí.

—Como cuando un auto vio grafía…

La nefasta maniobra cómica de Óscar vino a ocultar su verdadera intención. Cuando me di cuenta, se había hecho con mi libreta y ya la devoraba. Con su lectura, claro está.

 

 

Nacer no requiere de mucho esfuerzo.

Tal y como el propio verbo indica, na a hacer.

Pasas unos cuantos meses alimentando el buche y dormitando.

En mi caso, los potitos caían de dos en dos... Aunque los comía con cuchara. Se trataban de unos mejunjes hechos puré, de ternera con verduras.

Algo debía pasar ya en mi cabeza, algo que me traje de la cola de las almas, porque mi comportamiento resultaba, cuanto menos, peculiar.

Haré un inciso para explicar eso de la cola de las almas.

Tengo la corazonada de que, cuando muramos, y antes de volver a la vida, nos tocará hacer cola junto al resto de almas pendientes de reencarnación. Ahí estará nuestra alma, como recubierta por una sábana blanca, con las manos extendidas y nuestra boca en babia. Quizá habrá algún guardia de seguridad por ahí, para evitar que la peña se descontrole. Aunque, ¿quién demonios querría colarse para repetir?

Bueno, regresando al hilo principal de mi comportamiento errático, me basta con comentar el hecho del infante revienta—cabezas. 

¿No parece un nombre para película de terror?

Pues está basada en hechos más que reales.

Porque los bañistas que tomaban el sol, mientras yo me acercaba a los pocos años armado con grandes piedras sobre mis hombros, iban a sentir los golpes de forma hiperrealista. 

Eso me llevó a pasear en mis primeros años de edad con correa para niños.

La verdad es que mi juego preferido no podía ser más suicida, pues me abalanzaba a las carreteras en una suerte de pilla pilla cuando sentía que nadie me vigilaba.

Supongo que, mientras algunos tienen prisa por reencarnarse, otros echamos de menos las mieles de la cola existencial.

Tiene que haber algo de entretenimiento para que las almas no enloquezcan. Una máquina de recuerdos 3D con realidad virtual o algo así.

 

 

—Estoy impresionado — pronunció Óscar con solemnidad.

—¿En blanco y negro o a color?

—Va en serio.

Óscar guardó silencio, estudiando sus próximas palabras.

Yo estaba algo nervioso, pues era la primera opinión que iba a recibir de mis memorias.

—La cola de las almas. Las pegadas o empachadas de gas de las pobres almas. Deberían hacer un anuncio con esto promocionando pegamento o refrescos. ¡Fijo que traería cola!

Taciturno, recuperé mi libreta y traté de cambiar de tema. Cuando pasé la canción que sonaba en mi móvil, respiré algo más aliviado. Sonaba Lana del rey.

—Los borbones deben estar contentos con este homenaje a sus jerseys…

Óscar estaba imparable ese día.




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