Toda una vida ( Trilogía Destino #3) (2014)

CAPÍTULO 22

Eran las siete de la mañana, los niños aún estaban dormidos ¡Que envidia! Ella apenas había pegado ojo. Siguiendo con su plan, salió al salón y dejó en el sofá dos regalos uno para cada uno y después fue a despertarlos.

—¿Dónde están los hombrecitos que hoy cumplen años?—les encendió la luz y los dos niños saltaron de sus camas en busca de sus abrazos de cumpleaños—¡Felicidades!

—¡Gracias!—respondieron los dos como siempre a la vez

—¿Hay regalos?—preguntó Rubén.

—Sí, hay regalos pero antes—lo sentó en sus rodillas—Quiero un beso tuyo.

—¡Ya soy mayor para besos tata!—se quejó pero al final se lo dio.

—Ahora tú—señaló a Rodrigo, no le dio uno, le dio dos besos. Él era un poco más cariñoso—Si salís al salón igual encontráis algo que os gusta.                                                

Ambos salieron corriendo hacia allí y cogieron su paquetito correspondiente. A Rubén le había regalado un videojuego que llevaba pidiendo mucho tiempo y a Rodrigo un estuche de pinturas y carboncillos con algunos lienzos.

—Me encanta mi regalo ¡Eres la mejor!—el pequeño fue raudo y veloz a probar su videojuego.

—¿Y a ti, te gusta el tuyo?—preguntó a Rodrigo que estaba muy callado.

—Sí, tata me gusta. Era lo que yo quería, siempre aciertas con nosotros, pero…

—¿Pero?—se puso a su altura.

—Me hubiera gustado que papá y mamá estuvieran con nosotros y haberlos podido dibujar.

—¿Sabes? Ellos están aquí estoy segura, aunque no los podamos ver. Puedes dibujarlos, hay muchas fotos, elige la que más te guste. Ya sé que no es igual—cogió al niño en brazos y lo besó—Y ahora todos a desayunar que vamos a llegar otra vez tarde al colegio.

Cuando estuvieron todos preparados, salieron de casa y como cada día llamaron al ascensor, cuando las puertas se abrieron, de nuevo Dan estaba en él.

—¿Otra vez tú?—soltó Rubén, Nerea agradeció que su hermano se le adelantara.

—Sí, otra vez yo, creo que no sabéis que somos vecinos.

—¿Vecinos?—dijo Rodrigo.

—Sí, aunque sólo por un tiempo. He alquilado el ático, podéis ir cuando queráis.

—¡De verdad!—exclamó sorprendido el crío—Bueno ya que tú nos has invitado a tu casa, yo te invito a nuestra fiesta.

—¿Vais a dar una fiesta?—llegaron al portal, Nerea y Rubén se adelantaron y Rodrigo se quedó hablando con su nuevo amigo.

—Sí, es nuestro cumpleaños hoy. Cumplimos ocho años. ¿Quieres venir?

—Rodrigo, no creo que tenga tiempo para fiestas de niños. No lo molestes y ven aquí, que hoy vamos a llegar más tarde que nunca—sus hermanos lo miraban con mala cara.

—Pero él quiere ir—se volvió hacia él—¿A que sí, a que tú quieres venir y hacernos un regalo?

—¡Rodrigo!—lo riñó Nerea.

—Visto así…Iré y os llevaré regalos—se estaba divirtiendo mucho con ese chaval.

—No le hagas ni caso, este niño tiene mucha cara—comentó ella.

—Entonces te espero a las cinco en el Boing que hay frente a la plaza—el niño le señaló el sitio exacto.

—De acuerdo amigo, ahora es mejor que obedezcas a tu hermana y os vayáis ya. Nos vemos luego—y como el día anterior, pasó ante ellos y desapareció.

Cuando los vio que ya se iban retrocedió sobre sus pasos. La verdad no tenía que ir a ningún sitio, sólo fingía ir a algún lado para ver a aquella curiosa familia. No evitó la tentación de bajar al garaje, y cuando llegó a la plaza que tenía asignada Nerea, la vio.

Allí estaba su vieja moto, fue lo único que no se pudo llevar cuando se fue. Ella no la había movido de allí. Eso significaba que debía de aparcar en la calle, si no la había hecho desaparecer sería por algo. Tal vez para ella tenía un valor sentimental incalculable. Se convenció que ya era hora de deshacerse de su vieja compañera que tantos ratos buenos le había hecho pasar.

Después de salir del desguace, se fue directo a una empresa de alquiler de coches, y como no eligió un coche último modelo rojo y negro, igual que era su moto y uno de los cascos que ella le regaló. También le dio mucha pena deshacerse de ellos.

Una vez salió de allí, se fue directo a ver a su madre, era la única que le faltaba por ver. ¡Pobre! Siempre la dejaba para la última.

—Hijo mío, estás más guapo que nunca—su madre lo abrazaba pero no conseguía abarcarlo del todo.

—Siempre me dices lo mismo.

—Un respeto a tu madre, si yo digo que estás guapo, lo estás y punto. ¿Alguna «novieta» a la vista?

—No mamá, yo no estoy hecho para eso—se sentó junto a ella. Estaba feliz por poder contar con su compañía. Por muchos años que tuviese siempre le hacía falta su madre.

—Es que no quiero que te quedes solo. Si hasta tu hermano se va a casar, yo que ya había perdido la esperanza con él y mira, queda poquísimo.

—Nunca hay que perder la esperanza. Pero lo mío es distinto.




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