Durante el trayecto no dejó de cantar y eso que Dan apagó la radio para ver si se callaba pero no tuvo suerte.
—Eres un cortarrollos—le dijo mientras se bajaba del coche—Pero un cortarrollos muy guapo...
—Cállate ya que bastante la estás liando hoy ¿Desde cuándo eres tan inconsciente?—realmente estaba muy preocupado por ella y no sólo porque se había bebido hasta el agua de los floreros, sino por el motivo que la incitó a eso.
—¡Mira quién fue a hablar!—le respondió mirando para atrás mientras caminaba—No creo que seas el más indicado para…
Todo pasó muy rápido, ella no tuvo reflejos y él simplemente no lo vio venir. En décimas de segundo Nerea se tropezó y se cayó al suelo golpeándose en la frente. Pero no parecía dolerle mucho ya que se quedó sentada en el suelo incapaz de levantarse muerta de risa.
—¿Te parece gracioso?—ella se encogió de hombros—Déjame ver—se agachó para ver que se había hecho.
—¡Anda, tengo sangre!—se tocó la herida con la mano, pero siguió riendo mientras miraba lo serio que estaba Dan—No me mires así, no es para tanto ¡Me queda mucha sangre todavía!
—¿Que no te mire así?—susurró—¡Qué no te mire así!—gritó—Definitivamente eres una inconsciente.
Sin decir nada más la cogió en volandas y así subieron hasta su casa. A ella le daba igual que le gritara o que la cogiera de cualquier manera. Abrió la puerta y la sentó en el sofá.
—Ni se te ocurra moverte de aquí, ahora vuelvo—se sentía como una niña pequeña cuando la riñen por alguna travesura, no protestó y se portó bien.
Más o menos seguía guardando las cosas en la cocina como antaño, así que no le costó demasiado poner la cafetera y hacer café bien cargado para que se despejara. Después le curó la herida de la frente, a pesar de que era muy aparatosa por la sangre, no era nada preocupante, un chichón y una herida pequeña. Cuando el café estuvo listo, le llenó una taza y se la llevó.
—Bebe—le ordenó.
—¿Quién te crees que eres, mi padre?—ya se había cansado de obedecer.
—Pues ahora que por desgracia ya no lo tienes, puedes considerarlo así—se sentó frente a ella—a regañadientes empezó a beber el café, haciendo guiños y mohines.
—¡Aggh! Está muy amargo y encima quema—Dan la observaba pero no le respondió—Él te quería, a pesar de todo—siguió bebiendo.
—¿De quién hablas?—preguntó Dan.
—De mi padre. El último día que nos vimos, ya sabes hace años en el hospital, tuvo una conversación conmigo. Le conté lo que había pasado entre nosotros y que ya no había nada, que por mi parte no volvería a verte. Obviamente no le hablé ni una palabra de todo lo que tú me dijiste, ya no tenía remedio. Me dijo que a pesar de todo siempre supo que eras un buen chico y que te quería muchísimo, sólo que tenía miedo que me hicieras daño.
—¿Eso te dijo?—estaba sorprendido ante aquella revelación.
—Sí, eso me dijo ¡Dios! Ojalá siguieran aquí conmigo, ¿Por qué se tuvieron que morir, Dan?—dejó la taza para echarse el pelo hacia atrás mientras las lágrimas le desbordaban por los ojos—¿Por qué? Fue mi maldita culpa. Yo les insistí en que se fueran y ya nunca volvieron. Por mi culpa mis hermanos perdieron a sus padres.
—Eso no es así—no pudo evitar limpiarle las lágrimas con sus propias manos—Tú no tienes la culpa de nada, a veces las cosas pasan porque tienen que pasar.
—Esa culpa me va a perseguir siempre. Llevo siete años con una losa sobre mis hombros y cada día se me hace más pesada. Tú no sabes lo que es mirar todos los días a dos niños que te preguntan por ellos, que desean con todas sus fuerzas verlos y la impotencia que me da saber que yo disfruté con mis padres lo que ellos jamás podrán. A lo mejor en el futuro me reprochan precisamente esto y sinceramente si los pierdo a ellos, me quedaré sin nada y no sé si yo podría soportarlo—ahora era ella la que se limpiaba las lágrimas con el dorso de sus manos.
—Eso no va a suceder ¡Ellos te adoran! No hay más que ver cómo te miran y te cuidan a pesar de ser niños. Estoy seguro que cuando crezcan y sepan lo que pasó, opinaran igual que todos, por esa parte no sufras—sin darse cuenta se sentó a su lado y la atrajo hacia sí mismo—Tuvo que ser durísimo para ti perder a tus padres a la vez y quedarte con dos bebés tan pequeños—la apretó más fuerte contra él.
—El día del funeral fue una de las cosas más duras que he tenido que vivir. Todos querían mostrarme su apoyo y brindarme su ayuda. Yo lo agradecía, de verdad que sí. Pero cuando se acercaban a mí y me abrazaban o me besaban diciéndome «pobrecita», me daban ganas de gritarles a todos que me dejaran en paz. Cada persona que veía me recordaba algún momento vivido con mis padres y más hecha polvo me quedaba. No podía llorar, no me quedaban lágrimas que derramar y eso duele más aún. Por la noche estuvieron allí, tu madre, tus hermanos, mi prima y tu tío, no me dejaron sola ni un instante. Pero justo en ese momento me sentí más sola que nunca, me faltaban mis padres, un gran pedazo de mi vida, pero también me faltaba algo más.
—Fue un golpe demasiado duro para ti. Tu mundo se derrumbó sin que te diera tiempo a asimilarlo. Pero por más que te machaques no vas a conseguir que vuelvan, tienes que dejar de pensar en todo eso.