Charles Brown.
La sola presencia de Sara me está haciendo perder el control. Verla con ese sexy vestido, descalza, su cabello recogido y mostrando su cuello desnudo estaban haciendo que la tomara sin su permiso en medio de la cocina y la empotrara en la mesada… Dios, no puedo seguir.
Le indiqué dónde podía cambiarse, mientras yo pedía la cena; debía intentar pensar en otra cosa, distraerme, nunca desee tanto a una persona como la deseo a ella, mi cuerpo se siente atraído como el imán al metal, y mi corazón reacciona de una forma que me sorprende a mí mismo y mis pensamientos no se quedan atrás, la piensan día y noche imaginándola de la forma más lujuriosa posible.
Tomé el teléfono y marqué a la cocina, pedí la cena, sabía lo que le gustaba, aunque me mostrara indiferente con ella en el trabajo, siempre la escuchaba hablar con sus super amigos de lo que le gusta o no comer, de lo que hace los fines de semana, lo que le gusta o no leer, creo que sé mucho de ella; espero que cuando se vaya enterando de todo esto no me rechace. Su simple rechazo mataría mi corazón.
Mientras pensaba en ella, recordé que no le indiqué en qué lugar puede encontrar su ropa, no lo pensé mucho y subí hacia la habitación. Todo está en penumbras, pero se escucha el agua correr, mi corazón saltó como loco de solo imaginarla desnuda.
Mi cuerpo como poseído por un hechizo, avanzó hacia el baño, la puerta entreabierta fue la señal que mi mente necesitaba para escabullirse en el interior y verla como la diosa que es. Estaba de espaldas, desnuda, su perfecto y delicado cuerpo le dio la bienvenida a mis ojos, quienes se deleitaron recorriéndolo por completo, su largo cabello caía en su espalda completamente mojado, desee en ese momento ser cada gota que recorría su figura. El camino de agua que descendía por su espalda me estaba llevando a la perdición, su voluptuoso y sensual trasero me puso duro y mi mente en cuestión de segundos vagó en una nube llena de pecado y lujuria.
No pude soportar más el deseo que se despertó en mí, tuve que alejarme de allí o sino… Me hubiese mostrado como un acosador, un enfermo, un pervertido.
¡Mujer me estás matando!
Salí molesto de esa habitación, pero no medí mi fuerza y terminé azotando la puerta. Mientras bajaba escuché unos toques en la entrada, esa debía ser la cena. Llevé todo a la cocina y organicé los platos en la mesa del comedor, quería sorprenderla, pero después me di cuenta de que Sara no se deslumbra por nada, a ella hay que enamorarla con pequeñas y simples cosas.
Cuando regresé a la cocina allí estaba ella, sentada frente a la mesada, descalza, “cómo que le gusta estar así”. Llevaba puesto un pantaloncito tan corto que me dejaba apreciar sus largas y hermosas piernas, ese pequeño suéter dejaba ver su espalda baja, “no quiero imaginar cómo se ve de frente”.
Me acerqué con cuidado y me encimé en su espalda temiendo que notara mi deseo por ella, la acorralé con mi cuerpo mientras escondía mi rostro en su cuello, ella me dio lugar así que aproveche y aspiré su aroma, dulce, un delicioso una aroma a coco y vainilla.
—Te sientes mejor… —no sabía ni que preguntar para que no se apartara de mi lado.
—Sí, por…
—Porque quiero comerte —y no sabe cuánto deseo probarla—… quieres comer, yo tengo hambre —corregí antes de que saliera huyendo.
—Eh… sí. Yo también quiero… —dijo mientras se giraba y me miraba a los ojos— … comer.
Esas palabras estaban llenas de una verdad que ninguno de los dos quería revelar en este momento, porque nos saltaríamos las cenas, las bebidas, los bailes, las citas y todo a lo que haya lugar antes de… de tenernos.
La tomé de la mano y la guie hacia el comedor, los platos ya estaban servidos y distribuidos en la mesa. Ella se acercó curiosa y al ver lo que había, sonrió y casi que saltó de felicidad.
—¡Pasta marinera! … mmm, ¡Mi favorita! —chilló y en un salto llegó a mis brazos y me besó en la comisura de los labios—, cómo supiste.
Sé muchas cosas de ti.
Quise decirle, pero sabía que me condenaría allí mismo y cavaría una tumba para enterrar mi cuerpo descuartizado por ella misma y sin ayuda alguna.
Sentir sus tersos labios junto a mi boca fue la mayor tentación, cuando se alejó un poco me miró a los ojos, no tuve necesidad de pedir permiso porque hoy era yo quien asaltaba su boca, besándola como un endemoniado.
La presión de mis labios en los de ella era demasiada porque la sentía luchar por llevar el ritmo de mi deseo, pero no se apartaba, al contrario, intentaba mantener mi demanda abriendo su boca para dar paso a mi lengua la cual inició una lucha incontrolable con la de ella. Nos comimos la boca, mis dientes devoraron sus labios mientras sus pequeños jadeos demostraban lo que estaba sintiendo.
Mis manos hicieron lo que quisieron en su cuerpo, lo acariciaron, iniciando en su espalda y bajando hacia el inicio de sus nalgas; yo me estaba controlando para no poseerla en ese momento, puedo jurar que quería respetarla y dejar que ella misma lo pidiera, pero no lo conseguí, mis manos viajaron voluntariosas a su trasero, mis torpes dedos acariciaron la desnuda piel que salía de ese calzoncito y la apretaron sin recato alguno.
Ella levantó una pierna y la enredó en mi cadera, no perdí ni un segundo en acariciar esa porción de piel expuesta, solitaria y necesitada de atención. El recorrido fue lento, tortuoso para mi voluntad y enfermizo para mi cordura. Mis dedos, temerosos, pero dispuestos a dar su aporte en este momento tan calenturiento no perdieron tiempo para meterse en ese mini pantalón y darse cuenta de que esta mujer no solo es perfecta, es diferente a las demás.
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Editado: 27.05.2023