Todo inició bajo la lluvia

CAPÍTULO 10.

Charles Brown.

La mañana se asomaba entrometida entre las cortinas de la habitación queriendo interrumpir nuestro sueño, la calidez de su cuerpo desnudo me abrazaba, sus piernas enredadas entre las mías, sus manos perdidas en mi pecho y su alborotado cabello ocultando su bello rostro, un rostro que disfruté ver excitado, perdido en el placer, un rostro que mostró todo lo que le hice sentir, mientras mis oídos se deleitaban con sus jadeos y gimoteos.

Toda la noche me perdí en su cuerpo, en su espíritu y su alma; la hice mía de todas las formas habidas, en todas las permitidas, pero cuanto daría por realizar con ella las prohibidas. En cada encuentro me recibió sin objetar; su cuerpo se amoldó al mío perfectamente, nuestra sincronía era maravillosa, era perfecta.

En ningún momento se quejó, todo lo contrario, pedía más y más, es insaciable y eso me llenó de satisfacción, mi orgullo de hombre se hinchaba, “ella es perfecta para mí”. No nos cuidamos, en mi pensamiento solo estaba clavada la imagen de perpetua satisfacción que ella me regalaba en cada embestida, que en ningún momento pensé en que pudiera quedar embarazada, aunque ese sea mi objetivo, porque en realidad quiero que suceda lo inevitable, pero no, no puedo ser tan miserable con ella, más tarde le traeré pastillas.

Me moví un poco para salir de la cama, pero ella se aferró más a mi pecho.

—Mmm… noo… no te muevas tanto…

—Preciosa… quieres desayunar algo…

—Mmm… si vas incluido en el menú, sí… —qué puedo decir ella me gusta y mucho.

—Ya vuelvo…

Me levanté y fui al baño para asearme, tenía su olor impregnado en toda mi piel. Su aroma es excitante, me prende.

Cuando salí ella aún estaba en cama dormida profundamente, mi mirada se desvió a la mancha rojiza que adornaba la sábana y que demostraba su pureza, esa que me entregó complaciente. Ella estaba desnuda, la sabana enredada en sus piernas, no intentaré taparla porque esta vista me gusta y junior ya está que salta de felicidad.

Sin deseo alguno me vestí y bajé a la sala, llamé a la cocina para pedir el desayuno: fruta, huevos con tocino, jugo natural, tostadas con mermelada y café negro sin azúcar; por Dios ella come todo eso y el café sin azúcar. No me quejo, me gusta que coma bastante y sin problemas. Ella no es como las otras chicas que he conocido, problemáticas para comer, para ellas todo es malo, mujeres plásticas; de igual manera pedí con discreción una caja de pastillas de emergencia. Ahora ella es mi responsabilidad y la cuidaré. Aunque, a decir verdad, deberíamos buscar un método de planificación perfecto para ella, porque quiero descargarme una y mil veces en su interior; el que mi carne sienta sus apretadas paredes abrazando mi pene es la maldita gloria.

Cuando regresé a la habitación ella salía del baño; se detuvo mirándome con esos preciosos ojos marrones. Estaba completamente desnuda, empapada de pies a cabeza, su hermoso y perfecto cuerpo, porque para mí es perfecto, me recibió. Su rebelde cabello se pegaba a sus hombros y caía en sus pechos que estaban en punta, erectos por el frío del ambiente, las gotas de agua recorrían su anatomía sin respeto, haciendo la vista más provocativa y llevándome a rememorar cuanto saboreé su deliciosa piel milímetro a milímetro hasta llegar a mi parte preferida, su intimidad, la cual degusté sin pudor alguno durante toda la noche. Ese lugar perfecto hecho para mí, en donde mi hombría fue acogida y fue presa de sus fuertes caricias. Cómo olvidar sus gestos y movimientos enloquecedores, esas caderas bailando sobre mí me tenían poseído; no quería salir de esa cálida, húmeda y gloriosa cueva.

Magnífica…

Ella se dio vuelta y tomó una toalla para cubrirse. No, porque lo hizo, me gusta verla desnuda, ver ese exótico cuerpo que me llama a ser irrespetado por mí, ese cuerpo con el que he soñado cada noche desde que la conocí.

Recuerdo como si fuera ayer, el día en que llegó a la empresa, casi me da un infarto de solo verla, hermosa, con una angelical sonrisa, deslumbrantes ojos que brillaban maravillados con todo lo que se le explicaba sobre su trabajo, y ese cuerpo fuera de los estándares femeninos de hoy; su piel canela, casi como un caramelo el cual anhelaba chupar, saborear, morder; y esos pechos, que son la perdición, deseaba perderme entre esas tetas, morder esos picos que se asomaban cuando su piel se erizaba… y que decir de su trasero, redondo y respingón, perfecto para acoger mi polla.

Ya me estoy endureciendo.

—No te cubras, me gusta verte así.

Ella duda un poco.

—Eh… ¿Des… nuda? —dijo con temor. Se veía adorable cuando se le sonrojaban las mejillas, y ver la duda en su mirada era más que un encanto, parecía una niña pequeña.

Sonreí al verla temerosa, Sara me gusta muchísimo, me cautiva, ella aún no sabe el poder que tiene sobre mí; sí supiera que con una sola orden que salga de su deliciosa boca me tendrá rendido a sus pies concediendo todos sus deseos.

—Sí, te quiero completamente desnuda, en mi cama, dispuesta solo para mí —dije haciéndole un gesto para que se acercara mientras yo me sentaba al borde de la cama. Ella dudó un poco, pero así lo hizo.

Se acercó a pasos lentos y dudosos, sus mejillas aún estaban encendidas y su piel erizada. En cuanto estuvo frente a mí la ubiqué entre mis piernas. Sus pechos estaban justo frente a mi cara. Ubiqué mis manos a cada lado de sus pechos sin llegar a aferrarlos. Pasé mi nariz por ellos deleitándome de su tersura y en el aroma de su piel recién lavada. Mi pene no tardó en responder, me estaba poniendo más duro de lo que ya estaba.




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