Todo Llega En Forma De Amor

CAPÍTULO 11

«Lo malo de las miradas es que a veces hablan de más».

 

Verónica no mintió cuando dijo que era la favorita de los abuelos. Desde que llegaron a la casa de Blanca y Frederick, la joven se convirtió en el centro de atención, haciéndolos reír con cada una de sus ocurrencias. Los llamaba abuela y abuelo como si fueran parte de su familia y los trataba con tanta familiaridad que parecía que llevaba conociéndolos toda su vida. 

—Esto está delicioso, abuela. Tienes que enseñarme a prepararlo —dijo Verónica al probar la ensalada de patatas que Blanca estaba preparando para el almuerzo.

—Creí que no te gustaba cocinar —comentó Mateo. En los días que llevaba visitándola nunca la había visto hacerlo, siempre era él quien lo hacía.

—No porque no me hayas visto hacerlo quiere decir que no me guste o no lo haga —mintió.

No quería quedar mal delante de los abuelos. La verdad era que la cocina se le daba fatal. En Venezuela, su madre tenía un pequeño restaurante a la orilla del mar y en una oportunidad se vio obligada a ayudar en la cocina y por poco ocasionó un incendio al dejar quemar un pescado.

—En ese caso, sería bueno que un día de estos cocinaras tú y no esperaras a que yo llegue del trabajo para hacerlo.

—Bien, lo haré. Pero te aclaro que si espero a que llegues para que concines es porque estoy aburrida de mi sazón y me gusta lo que tú preparas.

Mateo se ruborizó mientras que Blanca y Frederick pusieron los ojos como platos al oír esas palabras. Verónica las soltó con tanta naturalidad que los sorprendió e hizo pensar que entre ellos había algo más. Parecían una pareja de casados que discutía por las actividades que realizaban día a día.

Tenían entendido que Mateo solo se ocupaba de ella debido a la ausencia de su hermano, pero parecía que entre ellos había algo más y eso se los decía la manera en que se hablaban y se miraban. Con una confianza y una complicidad como la que llegaban a tener las parejas consolidadas.

Viendo lo sonrojado e incómodo que se había puesto su nieto por el comentario de Verónica, Frederick decidió intervenir.

—Hijo, acompáñame a la terraza.

—Abuelo, ya hemos hablado de eso. No es bueno para tu salud que fumes —sabía que si su abuelo quería salir a la terraza era para fumar.

—Ya estoy viejo, ¿qué más da?

—Sí Mateo, no seas aburrido —Verónica dirigió la mirada de donde estaba el rubio a donde se encontraba el hombre mayor—. Abuelo, si él no quiere ir, yo con gusto te acompañaré.

—¿Tú fumas? —preguntó Frederick provocando que Blanca y Mateo se mantuvieran atentos a la respuesta que diera la chica.

—¡No! —negó y al ver que las miradas seguían sobre ella, agregó— No te voy a negar que alguna vez lo hice, pero la verdad es que no me gustó —la vez que fumó lo hizo hecho bajo los efectos del alcohol y la sensación del humo en su garganta combinado con el del licor le provocaron la peor de las resacas. 

Mateo respiró con alivio al escucharla decir eso. Suficiente tenía con lo de su problema de alcoholismo.

—No te preocupes Vero, yo lo acompaño. 

—La verdad, prefiero que lo haga ella —alegó Frederick.

—¡Abuelo no seas traidor! —se quejó Mateo.

Verónica soltó una carcajada y antes de acercarse a Frederick para tomar su brazo, fue a donde estaba Mateo y en su oído musitó:

—Te lo dije, soy la favorita de los abuelos.

El rubio negó con la cabeza mientras sonreía y la veía marcharse junto a su abuelo.

—Vaya que es todo un personaje —comentó Blanca.

—Lo es abuela, lo es —su mente daba vueltas tratando de procesar todo lo que hasta el momento había pasado. Estar con Verónica era semejante a estar en una montaña rusa, donde las emociones podían cambiar de un segundo a otro —. ¿Necesitas ayuda? —no esperó a que su abuela respondiera, tomó los platos y los llevó a la mesa. Necesitaba espabilar la mente o de lo contrario no sobreviviría hasta el final de la visita.

Blanca lo vio salir y consideró llamar a su hija para contarle lo que estaba pasando con su nieto. Lucia tenía tiempo preocupada por la vida amorosa de su hijo y se alegraría al saber que había una posible candidata para Mateo. Aunque por los momentos lo mejor era no hacerlo, primero debía indagar bien y cerciorarse de que entre ambos jóvenes había algo más que una simple amistad.

Minutos más tarde, los cuatro se sentaron alrededor de la mesa para degustar los platillos preparados por Blanca, al tiempo que está aprovechaba de hacer una que otra pregunta a Verónica con la intención de conocerla un poco mejor y así dilucidar qué tipo de relación tenía con su nieto.

—Cuéntame Vero, ¿dejaste algún corazón roto en Venezuela?

Mateo dejó de lado lo que estaba comiendo para prestarle total atención a la mujer que tenía enfrente. Tenía días queriendo formular aquella pregunta, pero por temor a la respuesta se abstuvo de hacerlo. No era que le interesara mucho saber la respuesta, solo sentía curiosidad de ver a una mujer tan única como ella enfrentarse sola a sus problemas. Era raro que no tuviera una pareja para apoyarse.




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