«Un mundo nace cuando dos se besan», Octavio Paz.
Acostada en su cama con la mirada fija en el techo, Verónica se preguntaba ¿Qué había hecho mal? Tenía más de veinticuatro horas sin saber de Mateo y algo le decía que, ella y solo ella, tenía la culpa de su ausencia.
No debió insistirle en pasar a ver la película, al final, ella se quedó dormida y seguramente eso fue lo que terminó de enojarlo, ya que cuando se despertó él no estaba y pasó todo el día sin llamarla ni visitarla. Todo por su estúpido empeño de pasar más tiempo con él. Ahora lo había ahuyentado y nada podía hacer para tenerlo de vuelta. Lo sabía porque intentó comunicarse en varias ocasiones sin obtener ningún tipo de respuesta.
Quizás solo estaba muy ocupado y por eso no le devolvía los mensajes ni las llamadas. Le había mencionado que tenía una reunión importante en su trabajo el lunes a primera hora y quizás todo se le complicó. Sin embargo, algo le decía que ese no era el verdadero motivo, el motivo era ella y su insistencia por permanecer más tiempo en casa de los abuelos y por ver una tonta película.
Mateo era un hombre de tiempos planificados y, ese día, ella hizo todo lo posible por sacarlo de su programación provocando que se obstinara y alejara. Ahora, estaba de nuevo sola y con millones de pensamientos rondando por su mente, pensamientos que solo lograba callarlos con alcohol.
Tomó aire y desechó esa idea, debía enfocarse en la actividad que tenía para ese día. Iría a una sesión de fotos y no podía llegar al estudio con aliento a licor. Siempre había procurado que su problema con la bebida no afectara su ámbito profesional y así seguiría siendo. Además, estaba comprometida con su recuperación y haría todo lo posible por no recaer y continuar sobria. Ya intentaría desahogar sus penas de otra manera cuando estuviera de vuelta en casa.
Revisó por última vez su teléfono celular con la esperanza de tener noticias de Mateo, pero al ver que no tenía ni un solo mensaje, volvió a chequear el correo que le envió su agente con la dirección del estudio de fotografía. Era hora de levantarse y cumplir con la pauta del día.
Estaba un poco nerviosa, tenía mucho tiempo sin hacer una sesión de fotos, sin modelar. Aunque era una actividad que solía apasionarle, la había dejado de lado luego de la muerte de su madre, cumpliendo solo con los contratos que ya tenía establecidos. Durante ese tiempo, le colaboró a Marcela con la administración del restaurante, tratando de cumplir la promesa que le hizo a Gabriela. Sin embargo, no se sentía a gusto en aquel lugar. Por eso se fue de Venezuela, por eso se quería ir a Italia y por esa misma razón aceptó la oferta laboral en Múnich.
No quería que su familia se enterara de lo que le pasaba, porque para avanzar debía sanar el conflicto que llevaba por dentro y confiaba en que lejos de su entorno familiar lo lograría y así ellos jamás se darían cuenta de lo perdida que estuvo en un momento. Aún no sabía bien qué quería hacer con su vida ni con cuál de los dos trabajos se sentiría más cómoda, pero era el momento de avanzar, de adquirir nuevas experiencias y darle un rumbo a su vida.
—Tú puedes con esto, Vero —se dijo mientras observaba su reflejo en el espejo —. Un día a la vez.
La verdad era que no tenía tan buen ánimo, ni tan buen semblante como el del día domingo, pero no pretendía ocultarlo con ningún tipo de maquillaje, ya se encargarían de eso en el estudio.
Tomó un taxi y le indicó al chofer la dirección a la cual debía dirigirse. Una vez en el auto, le fue inevitable pensar en Mateo y en cómo se imaginó que sería ese día. Yendo acompañada por él, sintiendo su apoyo, no solo con su presencia, sino con aquella mirada transparente que le hacía sentir que todo estaría bien. Lástima que por andar con sus actitudes infantiles lo alejó, quedando nuevamente sola, tratando de mantenerse a flote.
Sumida en sus pensamientos llegó al lugar donde fue citada y, antes de entrar, inspiró hondo repitiéndose una vez más que podía con todo y que ese sería un maravilloso día.
***
En su oficina, Mateo mantenía la mirada en su ordenador tratando de ignorar el otro aparato electrónico que estaba sobre su escritorio, su celular. Quería evitar verlo porque tenía un par de mensajes sin leer de Verónica y, sabía que si los leía, dejaría de lado lo que estaba haciendo por ir a verla.
Ese día tendría la dichosa sesión fotográfica y de solo pensar que estaría expuesta ante varias personas le hacía doler la cabeza. Por suerte, la sesión era para una línea de ropa de otoño y no mostraría mucho de su delicado cuerpo.
La noche anterior, por curiosidad, se puso a buscar en internet como eran las sesiones de fotos de ese estilo y lo que vio no le gustó para nada. Imaginarla posando de manera seductora y provocativa frente a otras personas lo atormentaba y no entendía porqué, después de todo ella no era más que una amiga y no le debería de afectar nada de lo que hiciera con su vida.
Se levantó de su asiento, ignorando una vez más el teléfono y se dirigió al departamento de producción. Lo mejor era ocupar su mente en las cosas de la empresa, su abuelo les haría una visita en el transcurso de la semana y quería que todo estuviera en orden para cuando ese momento llegara.
Estaba supervisando una de las líneas de producción cuando escuchó el llamado de una voz familiar.