«Aunque tu mente esté confundida, tu corazón siempre sabe la respuesta».
A la mañana siguiente, Mateo despertó más temprano de lo normal, debía llegar al apartamento de Verónica (Bueno, de su hermano) antes de que esta se fuera a la dichosa sesión de fotográfica. De ninguna manera permitiría que la joven fuera sola a su compromiso laboral. Esta parte de la sesión sería al aire libre y el solo pensar que habría más de un caballero observándola, le provocaba dolor de cabeza.
Llamó a Daniel para ponerlo al tanto de lo que estaba pasando, con la esperanza de que éste la hiciera cambiar de parecer con respecto a las prendas tan atrevidas que debía modelar, pero para su amigo era algo normal que su trabajo le exigiera vestir ese tipo de ropa, además, confiaba plenamente en el profesionalismo de su hermana.
No concebía que su propia familia viera de manera normal que ella se expusiera de esa manera. Es decir, estaba frente a un grupo de extraños que bien podían abusar de ella. Afortunadamente, lo tenía a él que la protegería y no permitiría que algo malo le pasara.
Llegó al departamento de su amigo y lo primero que hizo fue ir a la habitación de Verónica. Sonrió al ver que ella aún no se había levantado y podría hacer aquello que tanto le gustaba. Verla dormir y escucharla reír se había convertido en su nuevo pasatiempo.
Se acercó a la cama y se agachó a un costado de esta para contemplarla de cerca. Con cuidado para no despertarla, retiró un mechón de cabello que le cubría el rostro. Se veía tan frágil, tan delicada, tan perfecta, pero claro que siempre se veía de esa manera. Incluso cuando estaba molesta y armando un berrinche, estaba perfecta y provocaba en él ganas de…
—¿Qué me estás haciendo Verónica? —susurró.
Verónica abrió los ojos y esbozó una sonrisa al ver aquellos ojos azules que tanto le gustaban clavados en ella. No le extrañaba que una vez más estuviera soñando con él. Hacía días que Mateo no solo ocupaba sus pensamientos, sino también sus sueños. Pero esta vez, era uno más real, porque no solo podía sentir el calor de su mirada, sino el calor de su mano sobre su mejilla.
—Esto se siente tan bien —murmuró y volvió a cerrar los ojos mientras frotaba su mejilla contra la mano del rubio, aún pensando que estaba en medio de un sueño —. Pudiera acostumbrarme a ello.
—Yo también —dijo él.
Escuchar de nuevo esa voz hizo que Verónica parpadeara un par de veces tratando de descifrar si aquello era un sueño o era real. Cuando por fin se dio cuenta de que no estaba en un sueño, se exaltó.
—¡Qué demonios!
El rubio se aclaró la garganta antes de hablar. Estaba totalmente apenado de que lo atraparan de esa manera. Se había dejado llevar por el momento sin medir las consecuencias de sus actos.
—Lo siento Vero. Acabo de llegar y quería levantarte de una manera sutil. Quería evitar tu mal humor mañanero —mintió. Era tan masoquista que su malhumor de las mañanas, era de las cosas que más le gustaba de ella.
—No te quedaras tranquilo hasta que me dé un patatús, ¿verdad? —le reclamó ella sentándose en la cama.
Mateo soltó una carcajada ante aquella peculiar expresión, al mismo tiempo que comenzó a llenarla de cosquillas, disipando así su mal humor.
—Qué malagradecida, solo quería levantarte de una manera bonita —musitó muy cerca de sus labios, absorto en cada uno de sus gestos. Verónica era muy expresiva y le era imposible no prestar atención a cada una de sus muecas.
—¿Qué haces aquí? —murmuró ella tratando de recomponerse. La cercanía de Mateo la puso nerviosa y lo menos que quería era que él se diera cuenta de lo mucho que le había gustado su manera de despertarla y lo mucho que estaba disfrutando de su cercanía.
—Es hora de trotar, así que levántate —dijo colocándole un cabello detrás de la oreja.
—¿Cómo que trotar? Tengo una sesión de fotos, ¿recuerdas?
—Sí, pero es dentro de dos horas, así que deja la pereza y levántate —ella le hizo un mohín y en respuesta, él le jaló la cobija descubriendo su diminuto pijama —. Te… te espero afuera —balbuceó mientras apartaba la mirada de ella y se obligaba a salir de la habitación antes de que perdiera el poco autocontrol que le quedaba.
Verónica lo vio salir de la alcoba y esbozó una enorme sonrisa al ver que estaban volviendo a su rutina. De un salto salió de la cama y se fue directo al baño, no quería hacerlo esperar.
Luego de hacer su rutina de ejercicios, volvieron al departamento y juntos prepararon el desayuno en medio de una amena conversación. Las risas y comentarios salían a flote siempre que estaban juntos, haciendo más que placentero cada momento que compartían.
—Ya es tarde. Iré a darme una ducha o de lo contrario no estaré lista para cuando vengan a buscarme —comentó la modelo.
—¿Quién viene por ti?
—El mismo taxista que me llevó ayer. Tomé su número y le pedí que viniera por mí a las nueve.
—Llámalo y cancélalo —le indicó.
—¿Cómo?
—Yo te llevaré.
—No es necesario. Seguramente tienes mucho trabajo y te haré llegar tarde —sabía lo responsable que era él con su trabajo y lo menos que quería era causarle problemas.