«Todo va a estar bien»
Verónica no dejaba de parpadear mientras sentía su cuerpo estremecer al observar con detenimiento la imagen que tenía enfrente y se preguntaba si realmente había comprendido lo que Mateo le acababa de decir.
Estaban al aire libre, en una colina y, no cualquier colina, era la colina del Luitpoldpark, aquella que le transmitió tanta paz desde el momento en que la pisó, aquella donde se confesaron por primera vez sus sentimientos y se dieron su primer beso de amor, donde se atrevieron a más que un simple roce de labios.
A pesar de que era de noche, entre la altura del lugar y las luces que lo decoraban, se podía apreciar gran parte de la naturaleza que los rodeaba, provocando que se le formara un nudo en la garganta al ver tal majestuosidad. La magia del lugar, la compañía y el motivo por el cual estaban allí, pusieron a flor de piel sus emociones, generándole cierta duda sobre si lo que tenía ante sus ojos era o no real. Pero si lo era, Mateo, su chico, el hombre al que amaba profundamente, quería llevar su relación al siguiente nivel, quería comprometerse, quería casarse con ella, o al menos eso le había dado a entender.
Cuando horas atrás, en su papel de Presidente de la Brauerei Stärke, él le mencionó que creía que estaba comprometida con su “novio” y que ese compromiso era su prioridad, contempló por primera vez la posibilidad de que algo así ocurriera entre los dos y se dijo que llegado el momento no dudaría y daría una respuesta afirmativa porque, sin importar el tiempo que llevaban juntos, si de algo estaba segura, era del amor que sentía y que quería pasar el resto de su vida con él a su lado. Lo que nunca imaginó fue que esa proposición llegara tan rápido.
Sabía que él era un hombre romántico y apasionado, se lo había demostrado en un sinfín de oportunidades, sin embargo, le costaba creer que hubiese orquestado todo aquello que veían sus ojos. Luces blancas tipo cortinas colgaban de los árboles, velas blancas y flores de todos los colores se encontraban extendidas alrededor de una pequeña mesa para dos que era el centro de toda la decoración. Sobre la mesa, una botella con un líquido que parecía ser jugo de naranja, ya que por ningún motivo su novio la incitaría a tomar licor, acompañaba un par de platos que por motivo de estar al aire libre, estaban cubiertos, generándole la curiosidad de que habría servido en ellos. Aunado a eso, una suave melodía instrumental que no lograba descifrar de dónde venía, terminaba de dar el toque romántico al momento que estaban viviendo.
—¿Esto es real? —preguntó en un tono de voz apenas audible— Me parece que estoy en un sueño.
—Aquí el único que vive perennemente en un sueño soy yo —dijo Mateo acercándose lentamente a su boca— Tú eres un sueño, un sueño para mí.
—Y tú para mí.
Sin poder contenerse, Verónica envolvió sus brazos alrededor de su cuello y terminó de acortar la distancia que los separaba para poseer su boca con loca pasión. Una vez que el beso terminó, ella volvió a formular su pregunta inicial. Necesitaba que le confirmara el motivo por el cual estaban allí.
—Ya, en serio. ¿Dime qué es todo esto?
—Nuestra fiesta de compromiso —confirmó.
No había escuchado mal, pero, ¿cuándo él hablaba de compromiso, a qué tipo se refería? Normalmente, ese tipo de celebración se hacía una vez que se había hecho una propuesta de matrimonio y esta había sido aceptada, entonces, se reunían a los familiares y demás seres queridos con la intención de oficializar el compromiso y así dar comienzo a una nueva etapa. Sin embargo, ese no era su caso, él aun no le había hecho una propuesta de matrimonio y en el lugar no estaban presentes ni sus familiares, ni amigos.
Tratando de aclarar un poco sus dudas, preguntó:
—¿Fiesta de compromiso? ¿Aquí? ¿Así? ¿Los dos solos?
—Pues sí. Como yo lo veo, no necesitamos la presencia de alguien más.
Ella frunció el ceño aun tratando de procesar todo lo que estaba ocurriendo. Mateo, al ver su gesto, le aclaró:
—Siempre he pensado que es absurdo hacer una fiesta y hacer partícipe a un montón de personas cuando él compromiso es solo de dos. No sé, me parece que es mejor hacerlo en la intimidad y luego gritarlo a los cuatro vientos.
—Tienes toda la razón. Entonces, ¿eso quiere decir que este será un compromiso de verdad? —necesitaba que le aclarara si ese era del tipo de donde le pediría matrimonio y pondría un anillo en su dedo. Aunque dadas las circunstancias, algo le decía que en esta ocasión no habría la típica propuesta de rodillas y eso le gustaba. Era muy satisfactorio y a la vez significativo que las cosas entre ellos siempre se dieran de una manera diferente.
—Por supuesto que es uno de verdad —respondió ligeramente ofendido. Con ella lo quería todo y lo quería hasta el fin de sus días—. Es un compromiso para toda la vida.
—Pero, se supone que para comprometernos debes hacer primero una pregunta —se cruzó de brazos ansiosa por ver la respuesta que su chico le daría.
—Para que preguntar algo que ya sé —se encogió de hombros— Me amas, te amo, quieres estar conmigo, quiero estar contigo. Eso ya lo sabemos, lo que no sabemos es a que estamos dispuestos para mantener nuestra unión.
Mateo tenía razón, no necesitaba que él le pidiera matrimonio, no necesitaba un anillo que le recordara que estaba unida a alguien más. Lo que necesitaba era la certeza de que pasara lo que pasara, nunca se soltarían la mano y que se ayudarían a levantar las veces que fueran necesarias.