«El tiempo no duerme los grandes dolores, pero sí los adormece», George Sand.
—¿Cómo que mamá está hablando con los médicos? ¿Dime de una vez por todas que está pasando?
Escuchar a Verónica gritar y formular aquellas preguntas con tanta desesperación provocó que Mateo dejara de lado lo que estaba haciendo y corriera a su lado. Sorprendido al verla tan pálida, preguntó:
—Cariño, ¿Qué pasa?
Ella alzó la mirada y al conectar con sus ojos azules comenzó a llorar. No podía hablar, le costaba respirar, tratando de procesar lo que Victoria le acababa de decir. A su padre le había dado un infarto. Un infarto.
Al ver que su novia no reaccionaba, con cariño, tomó el teléfono que ella aun tenía pegado a su oreja con la intención de ver quien estaba del otro lado de la línea y averiguar qué había ocurrido. Estaba tan concentrado en alinear el telescopio para observar las estrellas que, a duras penas se percató de que Verónica estaba contestando una llamada telefónica. La oyó responder con cariño, no obstante, no alcanzó a escuchar de quien se trataba, a quien saludaba. Y solo volvió a centrar su atención en ella cuando la escuchó alzar la voz con desesperación mencionando a su madre.
Temeroso, le dio un vistazo a la pantalla del aparato antes de llevarlo a su oído y continuar la llamada. Cuando vio que se trataba de su cuñada su nivel de preocupación se incrementó. Por un instante, se sintió un poco mal por inmiscuirse en aquel asunto personal, pero no tenía opción, su chica estaba pálida y su respiración acelerada le hizo ver que estaba al borde de un colapso. La conocía y sabía lo que podría llegar a suceder si no lograba canalizar de buena manera lo que le estaba sucediendo.
—Victoria, te habla Mateo —se armó de valor y atendió la llamada. Al acercar el auricular a su oído, reparó que la menor de las Velarde estaba tan conmocionada como su chica. La pobre no paraba de llorar—. Verónica está un poco indispuesta para continuar la conversación. Puedes sentir la confianza de platicar conmigo. Dime, ¿qué fue lo que pasó? Haré todo lo que esté en mis manos para ayudar.
No mintió cuando minutos atrás prometió amarla, cuidarla y apoyarla por el resto de sus días. Para él, no existía una vida sin ella, sin su risa, sin sus extraños modismos venezolanos, sin sus ocurrencias. Verónica se había calado hasta lo más profundo de su ser, siendo su felicidad la de él.
Victoria inspiró hondo sintiendo cierto alivio al saber que su hermana no estaba sola, puesto que, temía que la situación de salud de su padre le pudiera provocar una recaída. Ella era una mujer fuerte y esperaba en que el tiempo que llevaba en terapia le ayudara a mantenerse sobria y afrontar de la mejor manera el duro golpe que acababan de recibir.
Entre sollozos, puso al tanto a su cuñado sobre lo ocurrido. Óscar sufrió un infarto y estaba siendo atendido por el mejor personal médico que tenía el hospital donde trabajaban su madre, abuelo y tío. Aunque confiaba plenamente en la labor de los profesionales de la medicina y contaba con el apoyo de sus demás familiares, estaba muerta de miedo y se sentía sola, necesitaba a sus hermanos.
—No te preocupes, yo me encargo de conversar con Daniel. Estaremos con ustedes lo antes posible —la tranquilizó. Estaba al tanto del porqué su amigo no le atendía el teléfono a su hermana. Estaba en una cita con Celeste, la jefa de Verónica. Afortunadamente, sabía en qué restaurante se encontraban y podía llamar al gerente, el cual era su amigo, y pedirle que lo comunicaran con el futbolista.
Luego de finalizar la llamada con su cuñada, de manera inmediata, marcó al restaurante para hablar con Daniel. Debían ir al aeropuerto cuanto antes, no había tiempo que perder.
Al igual que su novia, su amigo quedó impactado por la noticia y se sintió mal por haber apagado el teléfono, el tenerlo encendido no habría cambiado la situación de su padre, pero habría ayudado a tranquilizar a su hermana menor que se sentía sola.
Durante el tiempo que estuvo al teléfono, Mateo no apartó la mirada de su chica. Su reacción le alarmaba. Desde el momento en que le quitó el celular de las manos ella le había dado la espalda. Estaba a unos pasos, con la mirada gacha, abrazándose a sí misma, seguramente, con la intención de darse ánimos y así poder lidiar con toda la situación.
—Cariño, debemos irnos —con Daniel acordaron encontrarse en el aeropuerto para salir a Valencia en el primer vuelo que estuviera disponible. Conociendo a su amigo ya debería de ir en camino y era momento de que ellos hicieran lo mismo.
Verónica permaneció con la mirada fija en el suelo sin saber qué hacer. Entendía que se tenían que ir, tenían que viajar, pero no estaba lista para afrontar la realidad. Amaba a su padre y quería estar con él, mas no sabía si sería capaz de hacerlo. No se creía capaz de ir hasta el hospital y verlo caído en una cama luchando por su vida. Había escuchado todo lo que Mateo habló con sus hermanos, a su padre lo estaban estabilizando para luego ser evaluado por el personal médico, sin embargo, eso no la tranquilizaba, porque nada, absolutamente nada, podría garantizar que sobreviviera.
—Yo… yo no quiero ir —dijo en susurro pero con temblor en la voz.
Mateo se posicionó en frente de ella y la tomó de la mejilla obligándola a mirarlo directo a los ojos. Quería transmitirle confianza, recordarle que no estaba sola, que lo tenía a él y que nunca soltaría su mano.