Todo lo que nunca te dije

12

1 de noviembre de 1944.

Me desperté antes de lo habitual, escuchando los lamentos de mi madre sobre alguna situación que parecía demasiado urgente para atender a una hora tan temprana: “¡sabía que no podíamos confiar en ella!” o “siempre mantuvo esa indecencia escondida frente a nosotros, ¡y nunca lo vimos! ¿Cómo pudimos ser tan incrédulos?” era todo lo que acertaba a escuchar con la puerta cerrada. No había amanecido lo suficiente como para iluminar mi habitación con una luz más cálida, era tan azul que pensé que estaba soñando y que la noche aún no había pasado.
Comencé a salir del estado de somnolencia y a escuchar la vos de mi madre más enunciada, traspasaba el grosor de las paredes junto al paso fuerte de los tacones contra el suelo.
El ambiente me hizo sentir extraña, parecía que mi habitación no me recibía de buen grado y un miedo irracional paralizó mi cuerpo, quizá me había despertado mucho nates como símbolo de una premonición.
Me reincorporé tan rápido que sufrí un ligero vértigo y por un momento perdí la visión, me llevé la mano al pecho repetidas veces para asegurarme de que el corazón se mantenía en su lugar. Tuve el impulso de lanzarme por la ventana, de arrancarlo del pecho y cortarme la cabeza para que la sensación de pánico muriese con la preocupación que e producía saber que me estaban ocultando algo.
Antes de salir de mi cuarto pensé en Nina, y aunque estabilizó el equilibrio de mis pies, provocó un escalofrío tan intenso que adormeció mis extremidades: ¿se trataba de ella?
Decidí, con el temblor de mis huesos, abrir la puerta y preguntar si sucedía algo con la esperanza de parecer sosegada y de que fuese fruto de mi imaginación, pero encontré a mis padres sentados en la mesa d la cocina, con la luz de la bombilla que había perdido fuerza con el tiempo encima de su cabeza. Parecían consternados, resultaba ser una escena sobrecogedora.
—Madre, padre… ¿Se encuentran bien?
Mi padre alzó la cabeza.
—Cariño, no pretendíamos despertarte. Vuelve a dormir, hablaremos en la mañana.
—No, Francisco, debemos contárselo ahora. Valeria, siéntate, por favor.
Mi padre le dedicó una mirada muy desagradecida a mi madre.
—Estoy empezando a preocuparme. — dije.
—Nos ha llamado José, el padre de Isabel, ¿la recuerdas? —preguntó mi madre.
José se consideraba un buen amigo de la familia, era guardia civil y su hija pasaba mucho tiempo en las galerías de mi padre y fuimos grandes amigas durante la infancia. Se convirtió en una mujer con la cabeza demasiado alta para el poco tacón que usaba y no pude mantener la educación ante su comportamiento. Solo nos quedó el saludo cordial.
—¿Le ha ocurrido algo? —pregunté, de la forma más inocente que podía fingir. Sabía que no querían hablar sobre ella.
—A ella no. —interrumpió mi padre. —Nos ha llamado porque ha detenido a Nina esta madrugada en un local clandestino destinado al estraperlo. Sabe que es una buena amiga tuya y quiso comunicárnoslo para que pudiésemos atenderla ya que no tiene familiares ni marido.
—¿Está encarcelada?
—Nina confesó que su tío es un guardia civil de alto cargo en Sevilla y José decidió llamarle para que respondiese por ella.
Intenté actuar sorprendida, guardar las apariencias y la asfixia que me obstruía la garganta. Ya lo sabía todo.
—Se conoce que Nina… Ainhoa, ya estuvo involucrada en algunas revueltas en su pueblo y pudo evitar ser procesada por la influencia de su tío.
—¿Ainhoa? —continué fingiendo mi ignorancia.
—Si no fuese suficiente con su vergonzoso comportamiento, ¡nos mintió sobre su identidad! — dijo mi madre.
—Nina será un apodo, querida. —dijo mi padre.
—¡No es justificación!
Noté la boca seca, apenas encontré las fuerzas para preguntar si habían averiguado algo más. Solo pude pensar en los rumores que hicieron a Nina huir de Sevilla y de la repercusión que tendrían si mis padres eran conocedores; sus tíos no podrían salvarla de eso dos veces.
—Hemos hablado con Nina y los tres coincidimos que es mejor si no os relacionáis durante un tiempo.
—Nunca más. —rectificó mi madre.
La sensación de alivio que sentí cuando no mencionaron nada de aquellos rumores se había quedado eclipsada ante la decisión abusiva de mis padres.
—¡No pueden prohibirme ser amiga de Nina!
—¡Podemos exigir que te mantengas alejada de ella mientras estés bajo nuestra tutela! Cuando te cases, esa responsabilidad será de tu marido. —replicó mi madre.
—Valeria, solo queremos protegerte. —puntualizó mi padre.
—No pueden invalidar mis deseos de esta forma.
Me levanté de la silla y me apresuré a la entrada de casa.
—¡Valeria, vuelve aquí ahora mismo, no te atrevas a salir! —gritó mi madre.
Hice caso omiso de sus demandas y crucé la puerta. Corrí las dos calles descalza y con el camisón pegándose al cuerpo por el exceso de rocío en la madrugada, clavándome restos de la gravilla de la acera, sin considerar los cristales o piedras que pudiesen estar escondidos o la supervisión de las calles por algún guardia.
Llegué a su portal sin aliento, con las piernas ardiendo del ejercicio y los pies tan doloridos que creí que sangraban.
Subí las escaleras y aporreé la puerta con los dos puños, podría tener alguna vecina mirando por la mirilla, pero no me importaba; quería confirmar que Nina no acordaría dejarme, no ahora, no después de todo.
—¡Nina! ¡Abre la puerta!
Como la última vez que estuve allí, tiró de mis muñecas.
—¿Has perdido el juicio? ¿Cómo se te ocurre venir así, Valeria?
—¿De verdad no quieres volver a verme?
—Creemos que es lo mejor.
—¿Creemos? ¿Y qué hay de lo que tú crees, Nina?
Miré alrededor, tenía ropa encima de la cama y del sofá, doblada y dos bolsas abiertas a medio terminar.
—¿Qué estás haciendo?
—Vuelvo a Sevilla.
—No, eso es imposible.
—Esto es lo único que puede asegurarme que estarás a salvo.
—Si realmente te preocupases por mi bienestar, no habrías acudido a aquel local anoche.
—Sabes que eso no es justo.
Nos miramos unos segundos, lo que había sucedido hace unos días en ese lugar parecía un sueño febril, una mentira en la que vivir tanto como tiempo requiriese el mundo para cambiar.
Le respondí con el mayor de mis venenos, no estaba molesta por lo que había hecho, sino por lo que estaba aconteciendo; era incapaz de ver la esperanza.
—¿Qué hacías allí? —pregunté con un tono más suave.
—Las cartillas de racionamiento no son suficientes para las familias numerosas; me reúno con un grupo para llevar parte de nuestra comida y dársela a esas personas.
—No quiero que huyas a Sevilla por intentar ayudar a los demás.
—Solo quiero protegerte.
—¡Estoy cansada de que todos queráis protegerme! Mis padres no me quieren ver contigo porque quieren lo mejor para mí, y tú no quieres quedarte porque quieres mantenerme segura, pero nadie me pregunta que es lo que yo quiero realmente y todo termina conmigo, sin nada, perdiendo lo que más quiero. Te creía más libre.
—Si piensas que obro voluntariamente, estás equivocada.
—¡Existen opciones, Nina! Puedes decidir.
Sentía que estaba intentando atraer a un niño muy testarudo con un caramelo muy pequeño, Nina podía ver mi desesperación por encontrar una respuesta a cualquier inconveniente que me presentase.
—¡No tengo voz aquí, Valeria! Tus padres ya conocen mi etapa conflictiva en Sevilla, ¡mi nombre! Es cuestión de tiempo que descubran los rumores. Me he guardado bajo la protección de mi tío, pero si eso llega a saberse, no hay nadie que nos pueda ayudar; no quiero verte encerrada ni en el exilio, no podría perdonármelo si te sucediese algo, ¡lo sabes!
—Sé que hay una solución menos drástica.
—¿No lo entiendes, Valeria? Prefiero huir de la ciudad a encontrarte por las calles y no poder mirarte; saber que estás tan cerca y que nunca volverás a entrar por mi puerta, a tocarme, es pero que una ejecución.
—Nina, si te vas, se acabó. El sol saldrá hasta el fin de los días, pero yo habré muerto mucho antes; solo me quedará esperar, observar mi vida como un fantasma porque todo carece de sentido si no estás.
—No hagas esto más difícil.
Me acerqué a ella y le abracé por la cintura, había derrumbado todas mis estrategias y solo podía atraparla entre mis brazos lo máximo posible y tan fuerte que escuchase sus costillas romperse. Caí al suelo poco a poco, hasta que acabé de rodillas, con los brazos enlazados aún en su cintura.
—Por favor, no lo hagas.
Presioné mi cabeza contra su vientre, lloré por la derrota. Nina miró hacia el techo, resopló, y se arrodilló frente a mí.
—Valeria, —dijo, sujetándome la cara. Tenía los ojos tan rojos como la sangre, apenas podía diferenciar esas motas alrededor de la pupila. —has sido lo mejor de mí y nunca podré querer a nadie como te he querido a ti. Sé que no seré capaz de volver a tener una relación con otra persona.
Apoyó su frente contra la mía, teníamos los ojos cerrados con fuerza bruta para evitar que cualquier lágrima se escapase.
—Te esperaré toda la vida, Nina.
Me besó hasta quedarnos sin oxígeno, hasta que todos los músculos de nuestra cara estaban agarrotados. Un dolor invadió mi pecho y supuse que era mi corazón rompiéndose en cristales que se clavaban en mis pulmones y alcanzaban mi espalda, como miles de espada atravesándome de la cabeza a los pies.
Caminamos hacia la puerta, estábamos temblando, completamente exhaustas por el gasto emocional.
Aunque cruzar el umbral llevó un tiempo tan minúsculo que es incalculable, me pareció la acción más pesada de mi existencia.
Cerró tras de mí, sin darme margen de girarme y verla por última vez: solo quedaba yo en el rellano, con su rostro en mi memoria, ahora como un recuerdo que se estropearía con las goteras del olvido.
Todos mis órganos dejaron de funcionar para dar paso a una parte de mí que volvía gris toda la realidad que me rodeaba, pues nunca más sería capaz de ver el color, de sentir el sol; somos dos desconocidas, nunca volveré a ser feliz, y lo más aterrador: nunca volveré a amar.



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En el texto hay: lesbian, amor lgbt, lgbt+

Editado: 19.10.2024

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