Todo lo que nunca te dije

13

15 de julio de 1945.

El tiempo retumbaba en mis oídos antes de la salida del sol, el amanecer ya es frío, el resto del día, inconsistente; me he centrado en las nimiedades de mi entorno, como la calidad de la madera en mi escritorio, el cristal de agua que ahoga mis fotografías, mi rostro en un espejo: un conjunto de signos, de las edades que se amontonan, una mirada sin nadie detrás que la dirija. Todo el peso de un año sin ella.
He trabajado en el sentimiento, lo he disfrazado de dependencia y no parece algo perjudicial, sé que es un veneno que me matará lentamente, pero prefiero enfermar ante la emoción de sentir algo de nuevo; estoy hastiada y mi vida no ha comenzado en los ojos de muchos, ha terminado en los suyos y solo me ha dejado un reloj que no cesa y que escucho desde entonces.
Pasé mis dedos por la tela del vestido y llegué al cuello ardiente y apretado por el encaje, fantaseé con la posibilidad de asfixiarme y lloré sin emoción, no estaba afligida por mi final y la madre de Nina cruzó mis pensamientos por un minuto: intenté recordar el árbol más cercano y buscar en mi habitación algo parecido al cuero o el esparto que sujetase mi peso sin fallar el propósito, pero descarté la idea al escuchar a mi madre entrar y gritar de alegría. Creyó que lloraba por amor, y si lo hacía, pero por el equivocado.
Continué escuchando los relojes a cada paso del talón contra la acera, de camino a la parroquia estudié los adoquines de las calles que una vez recorrí con ella y que no me atrevía a mirar de nuevo por las sospechas de que me estuviese viendo caminar hacia un altar que quemaría como el perjurio que soy; me imaginé a su lado como un espectro y por un momento, volví a sentir la quemazón de la sangre reanudando en mi estómago y pensé en detenerme y dejarme caer en mitad de la vía, como las ruinas de un imperio que una vez fue algo más que un espacio de cemento gobernado por aquella que le llevó a su propio fin. Nina era una emperatriz tan despiadada que aún podía escuchar sus ecos en mí.
Alcé la vista cuando llegamos al callejón de la Librería de San Ginés, y con el velo cubriéndome el rostro, pude diferenciar la esquina donde nos detuvimos, la iglesia que me resultó una ironía cuando la besé, y tuve la tentación de tocarla, de cerrar los ojos y enviudar otro año más; ya no me permitía sentir nada, pero me resultó profundamente embaucador el desconsuelo de lamentar la pérdida de una persona que aún estaba viva.
Mi madre consideró oportuno caminar hasta allí y mostrarme en sociedad como un regalo a un mundo que no entendía lo que era ser mujer porque, incluso cuando observaba a mi madre, sabía que ella no se conocía y no comprendía que era una joya en los anillos de mi padre; Nina me demostró la forma más brava de querer y la más sutil de no dejarme morir en la comodidad de la vida esperada y, aun así, he sucumbido tan brutalmente a las expectativas que he dejado que me agredan, me desnuden y me escupan en mitad de la plaza, como una hereje, una traidora a mi género, para demostrar que ya no me queda dignidad porque ella se llevó todo lo que me diferencia de una escultura.
La iglesia estaba repleta de imágenes barrocas que cambiaron de significado cuando me coloqué frente a Martín: todos los domingos anteriores a Nina eran meras figuras de cerámica que se paseaban por mi vista cada vez que me arrodillaba para pedir mi penitencia, y todos los domingos después de Martín parecían recipientes llenos de almas que han sufrido todas las generaciones sobrevividas; parecían que me miraban con condescendencia y dejaban de ser una representación para contar los horrores de la humanidad, lloraban por mí y yo con ellas, me sentí parte de la historia frustrada y quise encerrarme en uno para advertir a los próximos tiempos.
Tomó mi mano, me retiró el velo y pude leer las buenas intenciones en sus ojos, quería hacer de mi existencia una experiencia más ligera y comencé a temblar, agaché la mirada y me pregunté si entendía lo que suponía aceptarme como su esposa, si alguna vez pudo descifrar que siempre estaría esperando a otra persona; quise atender a mis instintos, quise evitarle el dolor que me había dejado impasible ante cualquier inquietud porque solo era un cuerpo vacío y él era todos los rayos de luz que jamás podría rellenar tantos huecos, quise correr hacia Sevilla: pensé en el dolor de mis piernas, mis pies sangrantes, el sudor de mi frente y todos los inconvenientes que nos resultan desagradables en alguien, en la exhaustividad de no beber ni comer durante días y a pesar de parecer una tortura, me sentí viva por breve.
Me colocó el anillo y vi a Nina hacerlo tantas veces como hubiese deseado en aquella cafetería, era un espejismo que me hizo creer que estaba perdiendo la cordura, pero las ganas urgentes de hundirme en sus brazos eran inexistentes. Me besó, selló un trato del que nadie se preocupaba, ya no era responsabilidad de mis padres: ahora lo era de mi marido.
Mi madre suspiró aliviada en los bancos, mi padre miró el reloj y yo no dejaba de escuchar el manillar marcar las doce como una sentencia, el fin de una transacción; ya era de alguien más y ni siquiera estaba completa.
Su casa me parece extraña, un territorio forajido donde no soy bienvenida, no por el amor, no por su mirada, sino por el rechazo de mi cuerpo a caminar estos pasillos.
Pronto será de madrugada y se despertará con mis intenciones paralizadas, seré una entidad de carne y hueso que yacerá hasta pudrirse por la pena; he sido incapaz de consumar la noche de bodas y me ha respetado como ningún hombre de esta ciudad lo haría, es un santo caído del cielo que nunca podré venerar.
He tratado de convencerme sobre Nina y el sueño febril que me hizo vivir como si fuese una maldición, la corrupción de mi inocencia, para despreciarla tanto que no sienta la necesidad de recordarla por accidente, pero vuelve en las noches, en las tardes, en los libros y en las palabras que no he escrito en un año; es atemporal y temeraria, y siempre la querré más que cualquier vida que se me ofrezca. Es por ella que todo lo que acontece carece de valor, es letal hasta alcanzar la raíz de mi existencia: en momentos así no me arrepiento de ver a la muerte como mi amiga más cercana.



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En el texto hay: lesbian, amor lgbt, lgbt+

Editado: 19.10.2024

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