Todos iguales

Todos iguales

 

1

 

    Sonó la maldita alarma de las seis, y la apagó de un manotazo, casi estrellándola contra la pared, y luego de refunfuñar un rato, se levantó, observó un rato detenidamente el sol naciente iluminando la ciudad, y se preparó un café amargo, y la tostadora le ofreció dos tostadas calentitas, calentitas.

    Luego de desayunar se vistió con una camisa y una chaqueta de cuerina negra, y unos jeans sueltos, y unas botas, y se puso su morral de cuero ya listo.

    Bajó por el ascensor, y se dirigió al subte San Cristóbal,  que en ese momento iba a viajar a Santa Cruz. 

 

2

 

    Se encontraba entre la gente, por suerte estaba fresco, ya que si no se estaría ahogando del calor, pero del corporal.

    ¡Buff! Cómo le disgustaba la multitud, le aturdía y su buen humor se disipaba, siendo intercambiado por incomodidad y deseos de marcharse de ese lugar.

    A veces sus padres le obligaban ir a los cines o a las peatonales los fines de semana largos, que estaban abarrotados de gente, y gente… A pesar de que quería mucho a sus padres, en esos momentos los odiaba. ¡Si tan solo existiera la tele transportación!

    Miró su reloj de aguja… las 7,30… el subte tendría que estar llegando dentro de quince minutos…

    Un hombre empezó a insultar a otro y la gente empezó a apartarse. El insultado empezó a insultar a su emisor, y después hubo unos pequeños empujones, y la gente se apartaba más y más, quedando cada vez más apretados.

    Hasta que llegó un policía y los detuvo, ya estaban con moretones, los labios con hilos de sangre y los ojos morados, y los nudillos rojos. Algunos miraban con asombro la tragicómica escena con asombro, y otros optaron por ignorar.

    Cuando todo volvió a la normalidad, el subte llegó.

    Por fin

    Apretada y entre maldiciones a todo el mundo, entró al subte. Agudizó su sentido de la vista y empezó a fijarse rápidamente en busca de un lugar libre. Ninguno en un vagón… ninguno en el otro… Fue al principal y logró divisar un asiento libre, y casi a la velocidad de la luz se dirigió a éste y se sentó en el asiento con un cómodo respaldo que la relajó.

    Al lado tenía una anciana con lentes con formas de óvalo con una maleta pequeña, y a su otro lado un hombre de unos… ¿cincuenta y algo de años? Quizá… flacucho y con pelo corto y castaño que vestía una camisa blanca, un saco y un pantalón de vestir azul, y una corbata negra. Parecía… ¿Un empresario? ¿Un administrador de una empresa…? Luego de esto, sus pensamientos se dirigieron hacia otros asuntos. Tenía que enfocarse en la entrevista que le iba a hacer a ese tal Ullman, que había descubierto que una anciana que parecía inocente en realidad había asesinado a su nieto, ¡Y todo con una lágrima! Pero no pudieron sacarle más información porque se había tirado por la ventana de un noveno piso. Auch.

    ¿Y si no quería ser entrevistado? ¿Qué haría? ¿Se pondría a recorrer la ciudad y probar ir a diversos bares, y ver negocios? quizá había algo interesante allí… Clarín se iba a enojar con ella, pero ¿Qué culpa tiene ella de que no quiera ser entrevistado? Seguro que era de esas personas que no quieren saber nada de salir en revistas o en la televisión. ¿Y qué más da? Lo único que temía era que la despidieran, le encantaba su tra…

    Se oyó un grito espantoso proveniente de la boca de un señor, posiblemente no en el otro vagón, si no en el otro.

    Casi inconscientemente salió corriendo y cruzó el vagón… cruzó el otro, y vio a un policía hablando con un anciano lleno de pecas, y el poco pelo que le quedaba, canoso. Parecía petrificado, se había quedado con el brazo alzado y apuntaba con el dedo índice hacia… nada. Luego apareció el hombre que tenía a su lado anteriormente con unos lentes redondos. Resulta que era un médico.

    —¿Qué le ha pasado, oficial?

    —Ni idea, ¿Es usted doctor?

    —Si, si…

    —Por favor revíselo… no sé que… le sucede.

    El médico se acercó, y chasqueó los dedos delante de su cara.

    El anciano inhaló aire exageradamente, y tosió de una manera muy poco agradable.

    Está más cerca del arpa que de la guitarra este hombre

    —Eh… eh… —el señor empezó a respirar rápidamente. Sus ojos estaban como platos.

    —Tranquilícese, por favor, respire hondo.

    —E… ese… ese mucha… cho…

    —¿Qué muchacho?

    El policía miraba atentamente.

    —Ahí… ahí… —señalaba la puerta que llevaba al otro vagón.

    —¿En el otro vagón?

    —Si… si… se… fue allí… él… él… asesinó a… a… mi hija.

    Hasta ese momento no se había dado cuenta de que todo el vagón miraba al anciano y a los otros dos, pasmados.

    ¿Un asesino, en el subte? Oh, Jesús.

    Los murmullos y la inquietud empezaron a aparecer.



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En el texto hay: crimen, surrealismo, suicidio

Editado: 18.04.2023

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