XXI

Deje de respirar por un segundo, atónita y sorprendida ante lo que veían mis incrédulos ojos.
Su rostro no era más que el de un chico de unos dieciocho, tal vez diecinueve años. No tenía un color natural en la piel; está era pálida aunque no tanto como la de un cadáver. Su pelo era negro y corto por los lados. El flequillo le medio caía sobre la frente. No tenía nada fuera de lo normal en comparación con cualquier otro adolescente que yo conociera. Excepto claro por sus ojos.
Lo primero que notabas al mirarlos era que no tenían iris, solo oscuras pupilas brillantes. A decir verdad era extraño, pero no pude dejar de observarlas un largo rato.
—Tus ojos… —dije antes de pensármelo mejor.
—¿Te asustan? —dijo parpadeando.
—No, solo… son asombrosos —y de cierta manera lo eran.
Tuve que apartar la mirada porque me empezaba a sentir abrumada por aquellos pozos oscuros.
—No lo soy —dijo al fin.
—¿Cómo?
—Que no soy un demonio ni nada que se le parezca —continuo diciendo—. Fui un ser humano, como tú. Quizá no tenga nada de mi pasado pero sé que lo fui, no tienes que temer de que posea tu cuerpo.
No pude evitar sonrojarme. Ahora pensar que él podía ser algo así parecía estúpido.
—Perdóname por dudar —conteste mirándome los zapatos.
—No tienes que disculparte, si yo fuera tu habría salido pitando la primera vez que me viste
Sonreí, aunque aun con nerviosismo.
—Se que aun tienes  miedo, y no te culpo por ello.
—No tengo miedo, ya te lo he dicho antes, es solo que esto es muy… extraño para mí.
—También para mí.
Levante la mirada. El seguía observándome, aunque no se me ocurrió nada que decir hasta varios segundos después.
—Hey, aun no he podido encontrar nada concreto, pero sé que encontrare algo.
—A veces pienso que este es mi destino. Vagar siempre en soledad en este  abandonado lugar.
Yo no podía aceptar que aquello fuera su destino.
—Yo creo que aun hay algo mas, y créeme, lo voy a descubrir.
Y por primera vez sus labios se contornearon en una sonrisa apenas perceptible.