Como Adam bien lo supuso, a Sam le fue impuesto por sus padres el que volviese a casa junto a ellos y al lado de la pequeña niña que aún era objeto de todos sus rechazos. Habían pasado más de quince días desde el nacimiento y la criaturita continuaba sin recibir un nombre. El documento de identidad que la facultaba como una persona adulta y la hacía responsable de sus propios actos, se encontraba ya entre sus manos; por lo que, como un acto de rebeldía ante sus padres, Sam se encerró en su habitación por varios días renegando de su mala suerte y evadiendo así, sus responsabilidades con la niña.
«¿Cómo era posible que el destino le hubiese jugado tan mala pasada?» Lloró con rabia en múltiples ocasiones. Todo estaba predispuesto; ya todo se encontraba listo para que sus planes se ejecutaran en el tiempo preciso y previamente establecido. «¿Cómo fue que, de un pronto a otro, todo se le vino abajo? Ella no se encontraba preparada para ser madre, ella no quería ser madre.
—Pues, aunque no lo quieras, lo eres —replicó Alexandra en frente de ella, aquella ominosa tarde de invierno; en la que, cansada de los berrinchudos comportamientos de su hija, se introdujo en su habitación aún en contra de su consentimiento y la enfrentó con la cruda realidad en la que se había transformado su vida—. Así que no quiero oír más pretextos —le dijo—, no quiero escuchar más llantos, ni más rabietas. Te sales ahora mismo de aquí, jovencita y atiendes tus responsabilidades, como te corresponde al ser la madre de esa criatura. Tú sola te metiste en este lío al haberte enredado con un bueno para nada. Por lo tanto, no será nana quien atienda más el llanto de tu hija, sino que lo harás tú.
—Pero, mamá, es que yo no sé…
—¡Te callas! —la advirtió Alexandra allí mismo—. Nadie más que tú será la encargada de velar por el alimento, el sueño, el aseo y todo lo demás que conlleve la atención de esa pobre niña y si no sabes hacerlo, entonces aprendes; pero aquí no te quedarás más sin hacer nada. Hasta aquí llegaron tus días de ocio y banalidad, Samanta. Quisiste jugar a la casita y a ser la niña grande, ¿no es así? Pues ahí tienes los resultados. Considérate una persona adulta de ahora en adelante y como tal recibe, en este mismo instante, tu independencia…Anda, apresúrate que te están llamando —pronunció Alexandra luego de que el llanto de la bebé se hiciera presente en medio de sus fuertes reprimendas—. Nana, por favor encárgate de quedarte al lado de esta insensata por toda una semana o hasta que por fin aprenda a llevar a cabo sus labores y luego te apartas de su camino, ¿entendiste?
—Si, señora —respondió nana de inmediato y tomando a Sam por el brazo la condujo fuera de la habitación.
—Ahh…y nana —prosiguió Alexandra con sus directrices—. Quiero que para esta misma noche se traslade todo el menaje de la niña hasta esta habitación. Si me doy por enterada de que tú o cualquier otra persona se está haciendo cargo de la pequeña, empezarán a ocurrir despidos.
—No se preocupe, mi niña —respondió nana mientras continuaba caminando a lo largo del pasillo—. Nadie perderá su empleo, de eso me encargo yo…
»…Ya, ya —continuaba repitiendo nana, intentando calmar así el desasosiego presente en el llanto de Sam—. Tu madre tiene razón, eres tú quien debe hacerse cargo de la bebé.
—Pero, nana, es que yo no quiero. No pueden obligarme.
—Tienes razón —pronunció nana para el inmediato asombro de Sam—, nadie puede obligarte. El amor de una madre no se condiciona, simplemente corre como un torrente desbocado que arrasa con todo a su paso; pero tú aún no te has dado cuenta de eso, mi vida. Ven, vamos. Tu pequeña debe tener hambre. Te enseñaré cómo preparar un biberón; además, ya es hora de cambiar su pañal.
—¡¿Qué?! —Pronunció Sam con el rostro cargado de asco y horror. Dio media vuelta allí mismo y separándose de nana, intentó darse a la fuga; pero no pudo, porque el inmediato halón por parte de nana, terminó de hundirla en la habitación donde se encontraba la pequeñita. Desesperada porque unos brazos la tomaran con amor y la meciesen hasta obtener algo de alimento.
—Nana, yo, ¡buagh!...Yo no, ¡buagh! —continuaba repitiendo Sam en medio de sus arcadas—. No puedo, ¡buagh! —Y volviendo el rostro en un último intento por no vomitar, sostuvo lejos el pañal sucio con la punta de sus dedos.
—Muy bien —le dijo nana tomando el pañal mientras lo envolvía con sus manos, para luego depositarlo en el basurero—. Ahora la aseamos bien con las toallas húmedas; le ponemos su cremita, sus talcos, la cubrimos con un pañal limpio de esta forma y listo, eso es todo. ¿Viste que fácil fue?
—Nana, esto es asqueroso. Si tan sólo es leche, ¿cómo es posible que se transforme en algo tan repulsivo? No entiendo cómo puedes hacer esto.
—Lo he hecho con todos y cada uno de ustedes —mencionó nana a través de una conmovida sonrisa; al tiempo que tomó a la pequeña y reposó su pequeño rostro de ángel sobre su pecho; llenándola de mimos, cariño y mucho amor—. Y al parecer ninguno se ha quejado hasta el momento. Ten, toma, ahora cárgala tú.
—No —pronunció Sam con hermetismo y cerrando su cuerpo ante ella, se rehusó a tomar a la niña.
—Mi amor, es tu hija. Cárgala tan sólo un momento.
—¡No! —Repitió ella con evidente enojo y volviendo el rostro se alejó de nana hasta caer sentada sobre la alfombra, al lado de la puerta.
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Editado: 24.05.2022