El cambio de escenarios al que se vio sometida fue demasiado abrupto. Lo pudo sentir desde el momento en el que puso el primer pie sobre la base militar. Era un hecho que los jueguitos de preparación habían terminado; ahora se encontraba viviendo como una realidad lo que jamás experimentó en el corto tiempo que estuvo realizando su formación básica en la academia. Una cosa era estar encerrada entre cuatro paredes, rodeada de cadáveres que tan sólo narraban el desenlace de los hechos a través de sus restos y otra era advertir, en tiempo real, el estado de aquellos hombres y de muchas mujeres que volvían del campo de batalla. Soldados que habían estado frente a frente con el enemigo y se habían librado, por poco, de las garras de la muerte. Flagelados sus cuerpos y muchos faltos de sus miembros superiores e inferiores; pero, vivos al fin y al cabo.
Por primera vez, desde que su preparación había dado comienzo, Sam analizó el gran riesgo que corría al encontrarse allí. Del gran lío en el que se había metido por la desesperación que la llevó a huir de su casa. Si todo era tal y como lo que sus ojos advertían, día con día, ella sabía que tan sólo era cuestión de tiempo para que, muy posiblemente, estuviese ocupando alguna de aquellas camillas; si no era que primero la enviaban a casa dentro de un ataúd y entonces, sintió mucho miedo. Como el que jamás había sentido antes. No se hallaba dentro de ella ningún sentido de responsabilidad para con sus semejantes; tampoco un espíritu de servicio que la llevase a querer afrontar todo aquello sin sentir primero como le temblaban las piernas.
Sin embargo, había firmado un contrato años atrás; términos y condiciones que la ataban a una nueva realidad infestada de reglamentos y más obligaciones. Su formación como médico se encontraba muy avanzada. Había recibido, mes a mes, la paga del gobierno por ser tan sólo una simple estudiante y ahora, en cuanto su educación general estuviese lista, tendría que devolverles el favor, a ellos y a su nación.
Y se sintió tan amedrentada que, en más de una ocasión, se encerró en los baños con el único fin de poder llorar de igual forma que si fuese una niña asustada. Ahora pensaba que quizás jamás tendría la oportunidad de volver a ver a su hija. Como si no hubiese sabido, desde un principio, que se había marchado con todas las intenciones de no volver nunca más; pero, muy en el fondo…muy dentro de ella, todavía guardaba la esperanza e incluso, llegó a pensar en la posibilidad de escapar también de aquel lugar. Así se convertiría en una fugitiva que vagaría por el mundo y no sólo huiría de sus padres, sino también de su país. Si la llegaban a encontrar la refundirían en una cárcel bajo el cargo de deserción; por violar las reglas y las condiciones del contrato que, según ella y siendo la más estúpida del mundo, firmó a sus dieciocho años. Su pequeña ahora tenía tres añitos y ya fuese sirviendo, huyendo o en definitiva quedando bajo tierra, era un hecho que la niña jamás llegaría a conocer a su madre. Por lo que, incrementando la fuerza de su llanto, aquel día Sam golpeó su cabeza contra la pared de lata reforzada que dividía los baños y se quedó allí, sollozando por un rato más, hasta que…
—¡Kendall!
Los furiosos golpes se escucharon desde el otro lado de la puerta y las botas del oficial superior, a cargo de su regimiento, se divisaban por la parte de abajo.
—Si tanta mierda es la que te sale por el culo, entonces de ahora en adelante, tan sólo te servirán la mitad de tus raciones. ¡Sal ahora mismo de ahí, antes de que sea yo mismo quien tire esta maldita puerta de una sola patada y vaya por ti!
Sam se apresuró a limpiarse el rostro y acomodando su uniforme, salió fingiendo delante de éste como se abrochaba los pantalones con torpeza; aún así los colores de su reciente llanto la delataron enseguida.
—¿Acaso estabas llorando, Kendall?
—No, señor —respondió ella de inmediato y adoptando la firmeza de su cuerpo delante del oficial, se mantuvo muy seria frente a él.
—¿Acaso estabas llorando, Kendall? —Insistió éste de forma amenazante, tanto así que se acercó hasta depositar el vaho caliente y apestoso de su aliento sobre el enardecido rostro de Sam. Quien se encontraba tan atemorizada que sintió allí mismo como se le aflojaban las piernas; pero se mantuvo muy firme frente a él con sus negativas—. Porque si estabas llorando, maldita niñita. Yo mismo me aseguraré de enviar tus putos pucheros al infierno hasta que berrees junto con el diablo, ¿me oíste? Aquí no hay lugar para niñas cagadas como tú que lo único que desean es salir corriendo hasta su mami y su papi para que éstos le limpien el culo —le infirió el oficial con sus burlas. Fingiendo, como si fuese una pequeña, la voz mientras se frotaba los ojos con ambas manos frente a ella—. Más te vale que me digas ahora mismo qué era lo que estabas haciendo —le dijo arrinconando el cuerpo de Sam de cara y contra los baños—; porque si me hiciste salir de mis labores y venir hasta acá tan sólo para perseguir tus debilidades, ahora mismo te voy a dar un verdadero motivo por el cual debas temer el estar aquí —continuó éste acercando su cuerpo hasta ella.
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Editado: 24.05.2022