Las jornadas de trabajo en el hospital eran extenuantes, tanto así, como Sam podía recordar e incluso, en ocasiones, se tornaban interminables. Ser residente era sinónimo de pertenecerle a la institución médica por completo. Ellos eran sus dueños y en muchas ocasiones la excesiva cantidad de horas, sumadas al terrible cansancio de muchas horas sin dormir, atendiendo paciente tras paciente, convertían a la joven doctora en un blanco vulnerable. De todos aquellos hombres quienes, al ver su hermosura, no perdían la oportunidad de intentar aprovecharse de ella.
Estar ingresados por causas menores, muchas veces no les impedía emocionarse lo suficiente como para comportarse de un modo bastante majadero con ella. En algunas ocasiones invitándola a salir, como si el lugar se prestase para tales actividades o dejando emerger de sus bocas cuantas estupideces dejaran articular sin el permiso de sus cerebros. Majaderías que, al fin y al cabo, ya eran viejos conocidos de Sam y por lo tanto, en su gran mayoría, eran ignoradas por un semblante serio y desinteresado, pero sobre todo profesional.
No así, cuando las asquerosas manos de éstos entraban a participar en sus tontos jueguitos de conquista y se atrevían hasta faltarle el respeto, las reacciones de Sam llegaban incluso a tornarse físicas en contra de ellos. Sin importarle el tamaño o la fuerza que estos hombres pudiesen llegar a tener. Ya estaba cansada de tener que contender con todo este tipo de situaciones. Su trabajo no sólo era agotador y demandante más allá de su propia resistencia; sino que, además de todo, también tenía que lidiar con estos imbéciles.
Esa tarde, cuando uno de los escuadrones de vuelo sufrió un percance menor en medio de sus ejercicios de entrenamiento; varios de los soldados tuvieron que ser ingresados con cortes, golpes y torceduras de menor grado.
Como siempre y cuando ocurrían este tipo de situaciones, se echó mano de todo el personal médico para realizar las valoraciones, vendajes y una que otra sutura, que pronto los tuviese circulando y fuera de ahí. Esto en caso de que, presentándose una verdadera emergencia, éstos no estuviesen en el lugar obstaculizando y acaparando los servicios médicos.
Sam se encontraba, en ese momento, atendiendo a uno más entre todos ellos. Era un chiquillo de veinte años de edad, según leyó en su hoja de ingreso; mas su corpulencia era la de un hombre ya formado por la vida y desde que ingresó al cubículo para atenderle supo interpretar, de inmediato, aquella mirada y la forma tan despistaba con la que, a cada segundo, este joven volvía a ver hacia las afueras de la sala de valoraciones en la que ambos se encontraban a solas. Comenzó siendo muy galante y muy simpático con la doctora; pero al cabo de unos pocos minutos y al ver que no obtenía respuesta alguna a sus insinuaciones, decidió ser un poco más agresivo y tomando la mano de Sam, sin su permiso, quiso llevarla hasta sus labios.
—Eres muy hermosa.
—Gracias —respondió ella a través de un tono seco y distante. Y pasando por encima de su mirada sin determinarle, lo despojó de su mano y continuó con el reconocimiento sobre la herida que presentaba el chico en su pierna.
—No, es en serio. Me gustas mucho —insistió él e intentando tomar de nuevo su mano, se encontró de frente con las advertencias de Sam.
—Te sugiero que te calmes y me permitas terminar de examinarte —le dijo.
—Claro…lo que tú ordenes, preciosa —respondió el chico enseguida. Elevó ambas manos frente a ella y mostrándose enfermo de amor, debido a su hermosura, se tensó de cuerpo entero.
Pero sus amores eran de urgencia y por ello continuaba con el acoso de su mirada, deslizándose sobre las delicadas formas de la bella doctora.
—¿Tienes novio? —Le preguntó.
—Si, sií lo tengo —respondió Sam de inmediato— y por cierto, es mucho más grande que tú.
—¿En serio?
—Así es.
—Que afortunado —respondió el chico y mostrando el desasosiego de su respiración frente a ella, comenzó a llevarse la mano lentamente hasta la entrepierna—. Si tú fueras mi novia te haría mía todas las noches…una y otra vez. ¿Sabes hasta cuando…
—Muy bien, suficiente —pronunció Sam y dejando caer, por medio de un severo golpe, el instrumental sobre la bandeja, observó cómo aquel comenzaba a saciar su sed por el sexo sin quitarle la mirada de encima. Extasiado al ver la rudeza de la belleza que tenía en frente—. Eres un asqueroso —le dijo ella e hizo a marcharse. Sin embargo, enseguida, sintió la mano del soldado sobre su piel.
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El Capitán Crowe hacía su ingreso en el hospital, en ese preciso momento, preguntando por sus muchachos. Pidiendo información sobre el estado y la evolución de sus heridas. La mayoría ya habían sido dados de alta, por lo que se dirigió a las salas de valoración para cerciorarse, con sus propios ojos, de que los pocos que aún permanecían ahí estuviesen bien. Pero el sonido de forcejeos e instrumental médico cayendo al suelo, por medio de estruendosos golpes, le hizo detenerse por un instante, para luego echar a correr e ingresar al cubículo con premura, en donde se encontró con una escena bastante desalentadora.
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Editado: 24.05.2022