Sam no tuvo que rogar mucho para que le extendieran el permiso de salida y viendo como la chica de la noche anterior se acercaba hasta ella, con la mano extendida, se apresuró a brindarle la suya y recibió su saludo.
—Gracias por hacer esto. Por cierto, mi nombre es Wendy —se presentó la joven—; yo seré tu enfermera.
—Samanta Kendall —respondió ella.
—Doctora Kendall, un placer —pronunció la chica.
Su rostro rebosante de alegría se mostraba invadido de muchas pecas coloradas. Hacían juego con el tono rojizo de sus cabellos. Ella aún no podía creer que un médico de verdad los acompañase. Esto sería una gran sorpresa para los humildes habitantes de la aldea.
—Se irán de espaldas cuando te vean —terminó de decir con animados tonos envueltos de espontaneidad—. De nuevo, muchas gracias, doctora.
—El placer es mío —respondió ella.
—Bien, será mejor que nos pongamos en camino —le dijo—. Es un largo trayecto el que debemos recorrer hasta llegar al pueblo.
Y Wendy no mentía, porque las tres horas de viaje que les tomó llegar hasta la aldea, fue todo un padecimiento para la pobre de Sam. El bochorno de aquel clima tropical y la humedad mezclada con el calor característico de la isla, la estaban asfixiando. Aparte de los terribles calambres que presentaban sus piernas y el entumecimiento de su trasero. Ya que al estar sentada por tanto tiempo, en la misma posición, se vio aquejada más de la mitad del camino por horribles punzones que se incrustaban en su coxis.
Cuando, por fin, llegaron no pudo esperar para hacerse lanzada fuera del camión y así poder estirar distintas áreas de su cuerpo que antes no sabía que estuviesen allí. Sin embargo, no había concretado ni un par de estiramientos cuando tuvo que buscar, con desespero, el resguardo de una sombra ante los inclementes rayos del sol. Los cuales para la temprana hora que era, ya arremetían sin piedad alguna en contra de ellos.
«No es posible», pensó Sam, sintiéndose decepcionada de su propia persona. Tantos años de entrenamiento; tantas situaciones enfrentadas y superadas en medio de ambientes tan hostiles y todo para qué. Para que ahora se viese buscando un refugio en medio de las copas de los árboles como si fuese una zarigüeya. Esto la hizo reflexionar y darse cuenta de que aún le faltaba mucho por avanzar.
Aunque lo más probable, era que todo aquello se debiera a la condición tan avanzada de su embarazo, algo de lo que Wendy pudo percatarse sin ningún problema.
—Ven conmigo, Dra. Kendall —le dijo y ofreciéndole la asistencia de su brazo, la condujo hasta la vieja edificación de madera, con la firme esperanza de que ella pudiese descansar un poco antes de iniciar con las consultas. No quería que la doctora fuese a arrepentirse y terminara por abandonar la misión. No obstante, en cuanto entraron, se encontraron de frente con la sala llena de pacientes. Esperaban por ellos desde antes del amanecer y en cuanto las vieron, todos éstos se abalanzaron sobre ellas, hablando en un dialecto el cual Sam no pudo comprender y por ello retrocedió sintiéndose atemorizada; pero en cuanto advirtió que Wendy y la otra enfermera que viajaba en la brigada, una chica llamada Gina, comprendían y se daban a entender frente a aquellos, sin ningún problema, Sam pudo relajar los modos. Aunque, aún así, permaneció precavida.
—¿Qué es lo que están diciendo? —Le preguntó a Wendy sintiendo curiosidad por saber.
Las chicas continuaban intentando hacerlos retroceder, para que no la asediaran; pues en más de una ocasión, éstos quisieron invadir el espacio personal de Sam, tratando de llegar hasta ella con una gran sonrisa dibujada en los labios. La tosquedad de sus facciones denotaba la prolongada exposición al sol que aquellas personas sufrían día con día y la dureza de sus manos secas, viejas y trabajadas se elevaban al cielo en clara señal de agradecimiento por el ángel enviado hasta ellos. Hubo unos cuantos que, incluso, tuvieron el atrevimiento de acercarse tanto hasta tocar el vientre de Sam; pero, enseguida eran apartados de ella.
—Lo siento, Dra. Kendall —expuso Gina ante Sam mediante una apenada sonrisa—. Es que se muestran muy felices de que se encuentre usted aquí y por ello lo intenso de su recibimiento. Tienen años de que un verdadero doctor no los visita. Ellos le dan la bienvenida y le otorgan la bienaventuranza por la criatura que está por llegar.
Sam sonrió de inmediato al escuchar aquello y llevándose ambas manos al vientre, les dio las gracias por sus buenos deseos. Mensaje que las jóvenes enfermeras transmitieron al instante.
—Bien, comencemos —indicó, entonces, la doctora en dirección a las chicas.
—No prefieres descansar un poco antes de comenzar —pronunció Wendy, dejando cierto deje de preocupación sobre el recorrido de sus palabras—. Recuerda que fue un viaje muy largo y pesado, para una mujer en tu condición debe ser algo agotador.
—Me encuentro bien —Fue la respuesta que le brindó Sam al instante—. No te preocupes, ya habrá tiempo para el ocio después; por ahora y si no te importa, me gustaría dar un breve recorrido por las instalaciones. Entre más pronto comencemos más temprano retornaremos a la base.
Wendy procedió, allí mismo, a cumplir con sus órdenes y en menos de cinco minutos el recorrido se había terminado.
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Editado: 24.05.2022