Ya van a dar las dos de la tarde y ni señas de su padre por ninguna parte. Sam camina de un lado al otro por todo el pasillo. El temblor de sus manos sostiene una taza de té que Doris, muy amable, preparó para su evidente nerviosismo. Pero baila sobre el plato con tal descontrol, que opta mejor por dejarla sobre el escritorio de la srita. Kristen. Quien no hace otra cosa que lanzar miradas de fuego sobre la indiferencia que le muestra Sam.
Los elegantes atuendos que recorren los pisos superiores desfilan de arriba abajo, luciendo las renombradas marcas de los diseñadores que los visten y los calzan: Giogio Armani, Valentino, Carolina Herrera, entre muchos otros. En cambio, el confort de las modestas zapatillas de Sam parece no combinar muy bien con la pomposa pasarela, lo que no hace otra cosa que desviar la atención de todos hacia ella. Es claro, para su disimulada percepción, que han de estarse preguntando quién será la dueña de ese estilo tan casual, no muy apto para el lugar donde se encuentran. Su cabello antes una cascada de hermosura cayendo sobre su espalda baja, ahora se muestra descuidado, atado a una cola de caballo con una delgada cinta en color café. Quizás lucir uno de sus mayores atributos es un poco complicado para un médico que labora extenuantes jornadas. En ocasiones hasta sin poder salir del hospital por varios días seguidos. Por lo que el peinado y el largo que ahora luce su melena, es más bien una cuestión de comodidad que de apariencia y estilo. Por eso es que advierte cómo Kristen no logra disimular su desagrado. El parecido físico de seguro que está allí, pero en cuanto a la apariencia y distinción…Uhmm —continúan sus malintencionadas miradas―. Ella no podría estar más lejos, no a menos de cien millones de años luz de distancia de los Kendall.
Todas esas recriminaciones visuales y los descarados cuchicheos, son del todo indiferentes para Sam. De hecho, hasta cierto nivel, le parecen comprensibles debido a su propia experiencia. Ella misma estuvo alguna vez subida en ese tren. Sabe muy bien lo que es estar del otro lado de la línea; donde quien no le era igual resultaba despreciado y vituperado por atreverse siquiera a respirar su mismo aire. Se ha vuelto una espectadora de su propio pasado. Al parecer eso es ahora, sí. Una mujer sumida en el recuerdo de una vieja película vista hace, ya, mucho tiempo atrás.
Se acerca a una de las ventanas, intentando distraerse un poco para evitar pensar. Permitirse cerrar los oídos e ignorar el fuerte deseo que tiene de malograr la misión y salir huyendo de allí. Por suerte Adam no se encuentra presente —piensa agradecida—. Cuando preguntó por él, Doris le aclaró que por ahora el joven Kendall se encontraba almorzando con unos clientes, sino de seguro que ya habría accedido a su cobardía. La verdad es que no quisiera encontrárselo antes de poder hablar con su papá.
El tiempo transcurre un poco más frente a aquel ventanal y de la nada, la mirada de Sam se ve obligada a retornar con alarma al complejo de oficinas. De pronto escuchó a los siseos silenciarse y los pasos a su alrededor, antes pronunciados con garbo y elegancia, ahora se apresuran a correr. Las tazas de café comienzan a humear junto a los documentos que fueron puestos rápidos y con precisión sobre los escritorios.
La respiración de Sam se acelera, ya antes ha sido testigo de estas reacciones y sabe que debe prepararse, pues ha llegado la hora. Las puertas de los elevadores se abren y las gigantescas puertas del Olimpo son puestas de par en par para recibir a los venerados dioses de vuelta en su morada. Tan sólo un par de segundos para asumir su posición, eso es todo con lo que cuenta la vieja arrogancia para transformarse así en una humilde servidumbre. Misma que se apresura a recibir los abrigos y los maletines. Esto a cambio de entregar unas muy buenas tardes a quienes ni siquiera les alzan a mirar; sino que, ingresando con sus muchas ocupaciones, abruman de una a sus subalternos dictando órdenes e indicaciones. Leyendo y firmando documentos en el aire que han sido puestos frente a ellos, ahora que han logrado captar su atención.
Entre la horda de servidumbre, se vislumbra muy fiel a la srita. Kristen, muy sumisa y complaciente. Corriendo al igual que si fuese un sabueso amaestrado detrás de su jefe. Con pequeños y escandalosos pasos reproducidos por sus finos y elevados zapatos de tacón alto.
Se adelanta para poder poner frente a él los documentos del caso Rivielli.
—No, prepara el expediente del caso Williams —Se escuchan las órdenes de Jim sobre la mujer, sin molestarse aquel siquiera en volverla a ver...a ella o a los documentos que para, entonces, ya se han retirado de su presencia.
Jim continúa avanzando a paso firme y acelerado, obligando al ridículo caminar de Kristen a aumentar las revoluciones de su taconeo. Este caso en particular es de suma importancia para la firma, tanto así, que es el mismo Jim quien lo está atendiendo. La cita con el cliente es a las dos treinta y si acaso tiene tiempo de prepararse. Ordena de inmediato que se cancelen todas las demás citas programadas para el resto de la tarde. Así sea que el edificio mismo se esté derrumbando no quiere que lo molesten —ordena explícitamente.
—Sí, señor —atiende Kristen a las demandas de su jefe. Pero se detiene por un momento y luego avanza de nuevo junto a él―. Señor ―le informa con urgencia―; pero su hija tiene cita para verlo a las tres.
—Entonces, llámala y dile que no podré recibirla sino hasta más tarde. O mejor aún, que venga otro día. Hoy estaré muy ocupado. De todos modos no ha de ser otra cosa que para pedirme dinero.
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Editado: 12.05.2024