Al parecer las manecillas del reloj no caminan, sino que corren a paso ágil y ligero sin consideración alguna de sus usuarios. Y por eso mismo es que todos miran corriendo a Sam, antes de que alguna emergencia la detenga y se le haga tarde de nuevo para llegar a casa de sus padres. En cuanto Jim llamó acordaron un nuevo encuentro. Ni bien concluye con los deberes del día y se apresura a escabullirse del hospital sin decirle a nadie. Por suerte logra llegar sin ningún problema y a la hora indicada.
Nana respira hondo en cuanto la recibe. En su determinada fortaleza se prometió a sí misma que no lloraría en cuanto viese de nuevo las marcas del castigo; pero esto no impide que el brillo de sus lágrimas oscile caprichoso de un lado al otro.
—Te aguardan en el estudio, mi niña ―es lo único que alcanza a gesticular con voz entre cortada.
—Gracias, nana —Sam deposita un cálido beso en la frente de su atribulada nana, sólo así logra tranquilizarla. Pero no espera más y sube. Toca la puerta antes de entrar. Bien es sabido, por experiencia propia, que debe hacerlo antes de poder ser recibida y finalmente abre la puerta al escuchar el tan esperado "adelante" dicho por su padre.
Lo encuentra sentado y charlando muy serio detrás de su escritorio; con el siempre y acostumbrado trago de wisky balanceándose entre los dedos de su enorme mano. Un suave contoneo de olas en el casual movimiento de su experimentada catación, justo antes de la cena. Un hábito bien practicado y muy al estilo de Jim, utilizado siempre para relajarse después de un arduo día de trabajo. La entonación perfecta antes de reunirse y sentarse con su familia alrededor de la mesa.
Sam también viene de concluir con un arduo día de labores; lo único es que, a diferencia de su papá, una sola de sus degustaciones no le sería suficiente. Pero se regocija al encontrarse, una vez más, con la memorial escena. Justo igual como cuando era una adolescente —si bien recuerda—. Enseguida lo mira abandonar su asiento y la recibe bien como era de esperarse, con un fuerte y protector abrazo de papá oso. Con una tierna mirada que, sin retraimientos, delata la amplia debilidad que siente éste por sus hijos; pero que, al mismo tiempo, se torna llena de coraje e indignación al ver cómo le dejó Alexandra el rostro a la niña. Y se lo hace saber de inmediato con los ojos con que la hace merecedora de sus reclamos. Porque para sorpresa de Sam, su madre también se encuentra allí; así que se prepara para otro enfrentamiento. Sin embargo, esta vez, a la señora se la nota más tranquila. O sería más bien porque su marido le advirtió, firme y tajante, que si la volvía a tocar no volvería a ver ni un centavo más de su dinero. Y eso sería la catástrofe para Alexandra. Si bien sus negocios lucran en forma generosa. Muy generosa, a decir verdad; no le alcanza para costear su así llamado prestigio social dentro de la colmena de abejas asesinas en la cual se desenvuelve con toda soltura, y necesita de Jim para mantener su estatus real dentro de la colonia. Por eso, aunque con la clara desaprobación de sus gestos, mantiene la compostura.
—Hola, mamá —la saluda Sam, pero de lejitos…muy de lejos. No vaya ser que enloquezca de nuevo y arremeta contra ella. Se sienta en una de las sillas que yacen frente al escritorio y procede a comparecer delante de sus padres.
—¿Sabes el daño que le causaste a esta familia? ¿Los que de seguro vienes a causar ahora? ―Reprocha Alexandra luego de mucho debatir. Está que estalla de la rabia porque el descaro de su hija se rehúsa a decirle dónde estuvo todo este tiempo y qué cosas, sabrá Dios, anduvo haciendo. De seguro poniendo en mal y deshonrando, con su vergonzoso peregrinar, el nombre de la familia.
Jim no quisiera, pero en este punto se mira obligado a secundar a su esposa. No entiende por qué su hija se niega hablar. Le preocupa el saber dónde estuvo todos estos años como para que él no pudiese dar con su paradero, y bien que sabe que la buscó hasta por debajo de las piedras en su fallido intento por hallarla.
—Por favor, mamá...papá —les ruega Sam—. En ningún momento quiero venir a causarles problemas. Sé que mi presencia aquí está condicionada a la voluntad y a las reglas que ustedes me impongan y créanme que no tengo reparo alguno en seguir todas sus indicaciones. Si tan sólo me permiten poder verla de vez en cuando, conocerla un poco. Es todo lo que pido.
— ¡Ja! ―Resopla Alexandra enardecida—. Y todavía se da el lujo de pedir.
La humillación de Sam se contiene en un breve silencio; pero luego continúa hablando, porque debe explicarles. Debe hacerles entender...
―Por favor ―les dice―; tienen que creerme que nunca ha sido mi intención, ni lo será jamás, el quitarle o privarla de todo lo que ustedes le han dado. Como el tampoco venir hasta acá a reclamar derechos donde sé que no los tengo, porque sé que cometí un grave error. También sé que les fallé en un cien por ciento como su hija y que pedir perdón a estas alturas está por demás, menos en estas circunstancias. Pero lo único que les puedo pedir…lo único que les puedo suplicar con encarecido ruego es que me escuchen; porque también sé y debo decirles, que no me arrepiento por la decisión que tomé... …¡Mamá, no!... Mamá, por favor, no te vayas —suplica Sam. Vio a su mamá levantarse de la silla, lista para salir y dejarla con la palabra en la boca—; escúchame, por favor. No me arrepiento porque sé que lo que hice fue lo mejor para Susan. En ningún otro lugar del mundo hubiese encontrado un mejor sitio para que ella creciera y se formara de la manera en la que lo ha hecho hasta ahora. No como aquí, con ustedes, con mis propios padres. Haberla dejado a su lado y marcharme fue la mejor solución que se me ocurrió en ese momento y ahora sé que no erré en mi determinación.
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Editado: 12.05.2024