Aquel “no lo haré” que David pronunció, tan claro y convincente a los oídos de Sam, provoca que las premuras de ella suban arrastrando y golpeando, contra los escalones, los quejidos de la atribulada valija.
No obstante, los minutos comienzan a pasar uno tras otro. Y se apresuran a dejar mella sobre los pensamientos de Sam. Es claro ver como un rastro de incertidumbre se cuela mientras le aqueja ahora mismo el semblante. Esto unido al hecho de que está sucumbiendo ante los sopores del sueño, lo que no la deja si quiera mantener la cabeza en alto.
Sam puede sentir cómo se cierran sus ojos ante la pesadez de los párpados. Tanto así, que sacude la cabeza pensando que, tal vez, una ducha de agua fría la ayude a mantenerse despierta. Por eso, arrastra los pies hasta el baño y se sumerge bajo la regadera, logrando de esta forma alertar los sentidos. Pronto se encuentra de nuevo sobre la cama, envuelta en una toalla y sin poder dejar de mirar como corren las agujas del reloj.
Pasada una hora con treinta minutos de larga y paciente espera, se decide, por fin, y abandona la pequeña cama para ir en busca de él.
—Aún debe estar molesto —masculla con preocupación mientras se enrumba hacia el piso inferior. Camina descalza, sin hacer ruido y vistiendo, tan sólo, una vieja camisa de trabajo que secuestró del closet de David y con la cual cubrió su desnudez.
Al ser ya de madrugada, se rodea por el silencio que circunda la enorme y vacía residencia. No puede evitar que, en cuanto pisa el último escalón, la invada aquella sensación de abandono. Misma que siente cada vez que se encuentra sola en la propiedad de los Oliver. Por eso se apresura a llegar hasta el estudio, donde piensa debe encontrarse David zambullido entre sus muchas ocupaciones.
Descubre con asombro que la habitación se encuentra vacía y que la mesa de trabajo, herramientas y demás dispositivos, que antes cubrían de caos todo el lugar, ahora se muestran en completo orden.
—¿Dónde estás, David? —Pronuncia Sam para sus adentros y saliendo del estudio, continúa con su búsqueda.
No es sino hasta que llega y cruza por la puerta de la cocina que respira con alivio; pues descubre a David solo, como si de un fantasma se tratase. Lo mira de pie y dándole la espalda al mundo. Con las manos apoyadas sobre la encimera, mientras parece mirar un punto fijo sobre la pared.
Sam permanece mirándolo con sumo interés. No puede evitar albergar la extraña sensación de que esto es algo ya vivido antes por ella. Como aquella vez, cuando observó a la adolescente figura de David sumergiéndose en un rincón de su habitación. Quedando el chiquillo allí, desterrado y aislado, junto al marco de la ventana que da directo al jardín donde se encuentra el árbol de manzanas.
Sam lo vio perderse en medio de sus pensamientos. Dubitativos que lo agobiaron en aquel entonces y de los cuales ella no vino a darse cuenta, sino, hasta muchos años después.
Ahora lo mira de nuevo y se da por enterada, pues al parecer esta es la forma en la que él lidia con sus dificultades, con todos sus problemas. Ella lo lastimó nuevamente y David tan sólo busca la forma de aislarse. De concentrarse en un solo punto y analizar así la situación que le rodea. Intentar descubrir las causas que le lleven a hallar, de forma inmediata, las posibles soluciones que resuelvan la incógnita.
Así es como trabaja su mente; es compleja y analítica, pero simple a la vez. Planteamientos de problemas….rápidas y posibles soluciones. No por nada es un científico. Un cerebrito como lo llamaba ella cuando se reunían a escondidas para sus citas de estudio; sin saber cuánto le ofendía a él, el que ella le dijera de esta forma. Pero David nunca reclamó nada delante de Sam, así como tampoco ahora lo hace y por ello es que se encuentra allí, pensando y sumido en su propio mundo.
—David —pronuncia Sam sacándolo de aquel ensimismamiento. Posa la mano sobre la suya desde atrás y enlaza los dedos de ambos. Une su cuerpo al de David y sumerge el rostro sobre su espalda—. Pensé que dijiste que subirías pronto.
—Lo siento —responde él sin abandonar la postura. Toma la mano de Sam y la lleva hasta sus labios—. Tardé más de lo esperado y pensé que ya dormías. No quise despertarte.
—Tú sabes muy bien que no puedo dormir si no estás a mi lado —responde Sam, sintiendo como los labios de David abandonan sus dedos.
Mentira más grande no ha sido, ni será contada jamás; pero esto es algo que ella ha manifestado con bastante frecuencia y desde que vive en casa de David. Todo con tal de hacerle sentir solicitado y que su estadía en el lugar no se mire comprometida por los constantes rechazos que éste sufre.
Dormir bajo el sigilo de la noche, «¿qué es eso?» Se pregunta ella, frotando con fastidio la nariz sobre la amplia estructura de David. Ni siquiera puede dormir con tranquilidad cuando es de día. No así intenta calmar los ánimos en David promulgando estas palabras, unidas a sus constantes demandas de cariño.
—Vamos a la cama —le dice—. Necesitas dormir algo antes de que te vayas.
—Si, yo…Iré en un segundo —responde él a través de un matiz que se muestra bondadoso. Una tenue voz que más que nada muestra la pesadumbre de su estado.
Algo que ella nota enseguida.
—David, perdóname. Yo no quise faltarte al respeto con mis palabras —Sam se mantiene atada a la esbelta figura de David desde atrás. Se da cuenta de que su falta de entusiasmo para con ella, no se debe a otra cosa, sino que a su propia culpa—. Yo te dije que las cosas iban a cambiar y así será, lo prometo. Es tan sólo que no me gusta que me atosigues con tus desconfianzas y con preguntas sin sentido que no vienen al caso en nuestra relación. ¿Acaso no corro a casa para estar contigo y con Ben cada vez que me libero de mis ocupaciones? ¿No es contigo y con mi pequeño con quienes paso todo el tiempo libre que me queda disponible? Tú y él son parte fundamental de mi vida. Yo ya no sabría cómo lidiar con mi día a día sin la presencia de ambos. No estés tan enfadado conmigo, por favor.
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Editado: 12.05.2024