Parece que fue ayer que aún esperaba un hijo suyo. Parece que fue, apenas, ayer que planeaba una humilde boda para unir su vida a la de él. Que la ternura de su voz enloquecía al pequeño que crecía dentro de ella y sus besos, aunados a sus continuas caricias, alimentaban el vigor de su vientre y de su alma. Ellos dos no tenían nada; pero, a la vez, lo poseían todo.
Y ahora ella se encuentra de nuevo allí, en su hogar, con el mundo entero a sus pies. Caminando del brazo de su padre, sobre un elegante sendero blanco cubierto de pétalos de rosas rojas. La mirada de David sigue aquellos pasos, vestidos de elegancia y alcurnia, a lo lejos y la espera frente al altar con la exaltación puesta sobre cada una de sus respiraciones. Las líneas del sendero se ven delimitadas por muchas miradas llenas de admiración, sonrisas y una que otra lágrima que derrama algún invitado frente al pausado, pero firme, caminar que da la novia hacia su nuevo destino.
Sam sonríe, pues observa a lo lejos a la hermosa niña que, hasta hace unos pocos meses, no conocía y al pequeño hermanito de ésta, quien se encuentra tomado de su mano. Ambos niños la esperan junto al padre. Ya que el deseo de ellos dos fue que de este modo se llevase a cabo la ceremonia. La pequeña con su hermoso vestido blanco de vuelos, ceñido a la cintura por un cinto en color púrpura y el niño, robando más de un suspiro, incluidos los de la propia madre, ataviado con su encantador trajecito en color blanco. Sostienen en sus manos las almohadillas que poseen las alianzas y con las cuales, muy pronto, sus padres se unirán en matrimonio.
Sam se convertirá, por fin, en la esposa de aquel chico que, ni en el más remoto de sus pensamientos, hubiese vislumbrado llegaría a ser de éste, algún día, su mujer. No así, una vez más, lleva un hijo de él en su vientre y no así su padre la entrega en sus manos bajo un gesto de conformismo que no le impide remarcar la seriedad de su rostro. Sam sube los escalones tomada de la mano de David; arrastrando la cola de aquel majestuoso vestido de novia, en color rosa pálido y en medio de la nieve. Quedando ambos, allí mismo, frente a frente y ante el altar.
De un pronto a otro, lo piensa y es como si el mundo se hubiese vuelto loco. Como si la vida la hubiese tomado por los cabellos, arrastrándola hasta aquel lugar y posicionándola al lado de alguien más. De un hermoso caballero de oscuros cabellos y ojos claros. Azules, tanto así, como el cielo que se encuentra ahora mismo despejado sobre sus cabezas. El dije de mariposa se descubre del elegante traje blanco que lo ciñe en sus varoniles formas; así que Sam se encarga de ocultar sus alas detrás de aquella corbata en color rosa pálido y endereza el nudo en su cuello, procurando que David luzca pulcro y sin imperfección alguna delante de ella. Entonces, sonríe.
—¿Nerviosa?
—Estoy a punto de hacerme encima —susurra ella de igual forma sobre su rostro. Se ocultan de los demás y muestran sus risas contenidas ante el maestro de ceremonias.
—Lo siento —dicen ambos al son de una misma voz y respirando de forma amplia y profunda, encausan de nuevo los gestos hacia la seriedad del momento. David toma el gorro de la fina capa de piel en color blanco que cubre la cabeza de Sam y lo deja caer con cuidado sobre sus hombros, dejando al descubierto un delicado tocado de flores de cristal que adorna y sostiene sus cabellos. Toman a los niños, situándolos en medio de sus cuerpos. Sus manos se encuentran atadas alrededor de los pequeños; creando una fortaleza sobre ellos y dejándolos provistos de todo su calor y protección.
La ceremonia, en realidad, es muy sencilla; nada extraordinario, pues así lo quisieron los novios. Sólo unos cuántos invitados reunidos en el jardín trasero de la propiedad Kendall. Sus allegados más cercanos, que para Sam no significan otra cosa que su familia y Lorie. Para David, ella y sus hijos; pues era más que obvio que su hermano y cuñada no asistirían al evento y fuera de aquellos, él no tenía a nadie más que le interesase estuviese allí. El resto de invitados lo conforman miembros de un selecto grupo de personas adineradas. Los más cercanos a sus padres y a los cuales ellos ni siquiera tienen el gusto de conocer; pero que ayudan a recrear la atmósfera que Alexandra tenía en mente, aún con todas las limitaciones que le fueron impuestas. Sam y David le rogaron que, por favor, no incurriera en excesos y así mismo lo hizo…O, al menos, así fue como intentó hacerlo; porque tan sólo mandó a colocar unas cuantas sillas frente al altar de flores en el que ahora se encuentran ellos tomados de la mano, repitiendo sus votos. Unos pocos arreglos florales por aquí, sobre finos pedestales de cristal y el resto se lo dejó a la naturaleza que, en medio de un majestuoso paisaje nevado, dejó los gustos y los procederes de Alexandra por todo lo alto. No así al tratarse de la recepción; ya que en cuanto terminen de darse el sí, les tiene reservada una sorpresa.
—Yo, David Benjamin Oliver; te quiero a ti, Samanta, como mi legítima esposa y me entrego, por completo, a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas; en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Todos los días de mi vida y hasta que la muerte nos separe.
—Yo, Samanta Jane Kendall; te quiero a ti, David, como mi legítimo esposo y me entrego, por completo, a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas; en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Todos los días de mi vida y hasta que la muerte nos separe.
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Editado: 27.05.2022