—Comprendo su molestia Dr. Oliver…
—No, usted no podría llegar a imaginar si quiera lo furioso que me encuentro —Se expresa David, atropellando con elevados tonos las palabras de la oficial de mando que atiende el caso de su esposa.
Sam se encuentra sentada al lado de su padre, en completo silencio, escuchando cómo es David quien se eleva por encima, incluso del propio Jim, demandando sea revocado el llamado que impusieron de nuevo sobre ella.
—Mi yerno tiene razón —Se manifiesta la voz de Jim en conjunto con la de David. Se eleva de su silla con prestancia y plantándose con la elegancia de su traje frente al escritorio de la mujer, comienza de inmediato con sus alegatos—. Como abogado y representante legal de mi hija, aquí presente, es mi deber informarle que llegaremos hasta las últimas consecuencias.
—Y está en todo su derecho, abogado —le dice la oficial sin inmutarse ni un ápice ante sus amenazas—; pero también es mi deber decirle que los informes, tanto físicos como psicológicos, de la Dra. Kendall arrojaron resultados bastante positivos luego de haber hecho todos los estudios correspondientes. Y esto tan sólo nos habla de que se ha dado a cabo una completa recuperación por parte de uno de nuestros elementos. Un valioso activo al cual su formación militar y profesional le costó al estado muchísimo dinero y por lo tanto, si se encuentra apto y listo para reincorporarse a sus funciones, debe terminar con el servicio que se comprometió a dar en favor de su nación. Nuestros recursos son limitados y no podemos darnos el lujo de malgastar activos viables que ya se encuentran listos en su formación para ser desplegados.
—Jim, haz algo —interviene la voz de Alexandra, con suma molestia, desde el asiento de atrás.
—Le agradecería mucho si deja de referirse a mi hija como si fuese un objeto. Un simple artículo de guerra —pronuncia Jim intentando contener la ira que sale despedida de sus ojos—; pero, ya que estamos hablando en esos términos. Entonces dígame, ¿cuánto es? —Pregunta éste propiciando que Sam eleve la mirada hacia él con alarma.
—¿Disculpe? —Pregunta la oficial.
—Si, dígame: ¿Cuánto es lo que se adeuda por la formación que ella recibió en las fuerzas armadas? Yo me haré cargo de cubrir todos los gastos y todo lo que nuestra GRAN NACIÓN invirtió en ella.
La oficial le mira por un segundo en silencio, con la perspicacia de su rostro puesta sobre aquel arrogante e imponente caballero. Deja salir un vestigio de burla frente a él y entonces procede a hablar.
—Antes de responder, primero sáqueme de una duda, abogado. ¿Ha escuchado usted hablar de perdida…O ha oído usted, si quiera, mencionar la frase “soldado anónimo”?
—Oh, por Dios —Se escucha el susurro de Sam perderse en medio de aquel debate mientras se barre el rostro con ambas manos.
—No —responde Jim de inmediato.
—¿Observó usted la reacción de su hija, abogado? Ella sí sabe muy bien lo que esto significa —menciona la oficial apartando la mirada de Sam y regresando de nuevo a Jim—. Permítame y le explico: Nuestra GRAN NACIÓN, así como lo acaba usted de mencionar con sarcasmo, en efecto ha destinado gran parte de sus recursos en la formación de muchos activos militares…Millones de ellos y en los últimos tiempos, una gran mayoría han sido catalogados simplemente como un grupo de soldados anónimos. Esto quiere decir, elementos que han sido enviados a la guerra y que nunca han activado su arma en combate, ni siquiera una vez. Han pasado desapercibidos en el ámbito de la guerra y han vuelto a sus hogares, sin mayor mérito que la formación que han recibido y la valentía de haber hecho acto de presencia ante su llamado…pero, no así su hija…Dígame una cosa, oficial —pronuncia la mujer poniendo de nuevo sus atenciones sobre Sam—. Cuando se graduó de la escuela de medicina, ¿con qué rango ingresó usted a servir?
—Todos los médicos nos recibimos e ingresamos a servir con el rango de Capitán, señor. Eso todo el mundo lo sabe.
—¿Así que ostenta usted el rango de Capitán dentro de nuestras fuerzas armadas?
—Si, señor —responde Sam mostrando la seriedad de su rostro frente a ella—; no así en el caso de los médicos, casi nunca nos hacemos llamar entre nosotros por nuestros rangos. Mi tutora y mejor amiga es Teniente Coronel, mas yo siempre la he conocido tan sólo como la doctora Sullivan. Para mis colegas yo fui siempre la Dra. Kendall.
—Y dígame otra cosa, oficial. ¿Estuvo usted alguna vez en medio de la zona de guerra?
La mirada de Sam se enfrenta con la de ella.
—En más ocasiones de las que hubiese deseado —responde volcando la mirada hacia sus recuerdos.
—Podría ser un poco más específica.
—Me refiero a que pertenecía a los equipos de rescate. Teníamos el deber de incursionar, vía aérea, a las zonas de ataque cada vez que había heridos. Nos internábamos en medio del fuego cruzado y de los bombardeos para rescatar a nuestros soldados.
—¿Cada cuánto ocurría esto?
—¿Cada cuánto? No lo sé —responde Sam—. Cada vez que nos mandaban a llamar.
—Me refiero en promedio.
—Una…dos, tres veces al día…incluso más. Eso dependía de las movilizaciones de nuestras tropas terrestres.
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Editado: 27.05.2022