La mirada de Sam se refuerza sobre sus palabras.
—Para haber tenido sexo recientemente, te encuentras de muy mal humor —le dice.
Intenta pasar sobre ella para ingresar a su recámara. Mas Rebeca se apresura y se interpone en su camino obstaculizándole la entrada.
—Quítate o te quito —le advierte Sam alterando los tonos de su voz.
—No hasta que me lo digas —le insiste ésta con insolencia, hablándole casi que sobre el rosto—. Dímelo, que quiero saber. ¿Qué es lo que haces? ¿Acaso es magia o algún maleficio de amor…Sexo depravado con acceso directo a beneficios ilimitados? ¿Qué tácticas son las que utilizas?
—Pues de seguro que no han de ser las mismas que las tuyas —pronuncia Sam con sorna. Baja la mirada hasta llegar al enorme y descubierto busto de Rebeca, mismo que toda una vida acostumbra llevar al aire.
—¿Ah, esto? —Menciona ella echándose un vistazo a sí misma, mientras sonríe mostrándose muy orgullosa de sus atributos físicos—. Él no dejaba de mirarlas con insistencia, sé que las deseaba; así que me dije: ¿Por qué no? Es lindo, es un oficial de alto rango y además, sé que le haré daño a ella llevándolo a la cama. Le di luz verde y entonces, se lanzó sobre mí como si fuese un animal embravecido; como una criatura desgarrada por el hambre y la cual no ha recibido alimento desde hace mucho tiempo. Eso me encantó…Todo iba bien hasta que el muy estúpido mencionó tu nombre mientras mantenía los ojos cerrados; entonces, comenzó a besarme y a tocarme…a acariciarme con más calma, con más ternura. Podría jurar que sentí el amor que despedía en cada roce de sus labios; pero ese amor no era para mí…era para ti —pronuncia Rebeca en dirección a Sam con el resentimiento puesto sobre sus palabras—. Aún así no le dije nada; permanecí callada y lo dejé que continuara moviéndose sobre mi cuerpo, dispuesta a recibirlo dentro de mí. Sin embargo, de la nada se detuvo y entonces, abrió los ojos. Fue como si hubiese despertado del sueño en el que se encontraba sumido. Me miró por largo rato y luego se disculpó conmigo mostrándose contrariado. Se apartó y se sentó sobre el borde de la cama sosteniéndose la cabeza con ambas manos, entonces me pidió salir de allí.
—¿Te corrió de su habitación? —Pronuncia Sam; recordando lo horrible que sintió cuando él hizo lo mismo con ella.
—Él simplemente me dijo que era muy hermosa. “Eres una mujer con la que me encantaría hablar algún día. Llevarte primero a cenar; pero, por favor, ahora vete”.
La mirada de Sam se entristece.
—¿Él te dijo eso? —Pregunta mostrando los tonos sombríos de su voz.
—Si.
—¿Qué hacías allí, Rebeca? ¿Por qué lo fuiste a buscar?
—Quería explicarle; decirle que David no tuvo la culpa por el accidente ocurrido durante la tarde de ensayos. La explosión del motor fue un hecho, por completo, aislado con respecto a la implementación de los nuevos sistemas que estábamos ajustando dentro de la nave. Entonces noté como sus ojos no se despegaban de mí, de mi cuerpo y bueno…una cosa llevó a la otra y luego…
—¿Rebeca? —La interrumpe Sam con los tonos impetuosos de su voz.
—¿Qué?
—¿Tú dormiste con mi esposo? ¿Tuviste algún amorío con David?
Las órbitas, enrojecidas y ardidas, de sus ojos se estrellan en contra de las sorpresivas preguntas de Sam.
—Yo dejé de existir para David el día en que tú apareciste.
Y viendo como Rebeca rompe a llorar con la fuerza de sus sollozos…Y viendo Sam como esta mujer se deja caer de nuevo sobre el suelo, ocultando el rostro entre las piernas; no puede hacer otra cosa que dejar ir la cabeza hacia atrás, al tiempo que comienza a darse pequeños topes contra la puerta. Porque, ¿cómo es posible que ahora deba sentir lástima por la estúpida esta, cuando más bien debería estar fregando los pisos con las manos bien atadas a sus cabellos?
—Ven, vamos —le dice, entonces, elevándola del brazo y arrastrando a Rebeca junto con ella, salen juntas de los dormitorios.
—¿A dónde me llevas?
—A la cubierta; tú también necesitas recibir algo de aire.
—Yo lo que necesito es beber un trago ahora mismo. ¿Sabes dónde puedo conseguir algo de licor en este maldito lugar?
La mirada de Sam se petrifica; aún así…
—Si, supongo que sí —le dice y dejando salir un apocado suspiro de resignación, continúa caminando con ella.
Al cabo de una media hora se encuentran las dos sentadas en el piso y recargados sus cuerpos en contra de unas enormes cajas de madera. Refugiadas ambas en el mismo lugar que guareciera las lágrimas de Sam de hace un momento.
Rebeca bebiendo, a boca de jarro, de la cuarta de licor que Sam le consiguió de contrabando y ella, con una botella de agua bien atada en las manos. Evitando, a toda costa, percibir la fluidez de aquel líquido dorado recorriendo con suma complacencia la garganta de su nueva compañera de juergas.
—¿Quieres?
Sam observa el ofrecimiento de Rebeca y se relame los labios en medio de agitadas respiraciones. Siente cómo se le reseca la boca allí mismo.
—Si no fuese por mis hijos, te juro que no lo pensaría dos veces…No, gracias —termina de pronunciar declinando la invitación y vuelve el rostro mientras se lleva la botella de agua a la boca, bebiendo de ésta por medio de amplios y robustos sorbos—. Y, entonces, dime: ¿Él te gusta?
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Editado: 27.05.2022