Fueron días sin comer, noches sin dormir. La saliva de su boca se la robó sus lágrimas.
El silencio que ahora habitaba en su hogar la sumergía en un profundo mar de tristeza.
De un momento a otro su vida había cambiado drásticamente tras aquella trágica pérdida.
-Lamento mucho lo de tu madre.- Decían todos.
Una frase que odiaba pues sabía que sólo lo decían por obligación y no porque en verdad lo sintieran.
Para ella ya nada valía la pena, realmente ya no importaba nada.
Su madre había muerto, a su padre lo veía de vez en cuando ya que había empezado a beber.
Básicamente pensaba que ya no le quedaba nada para seguir, ninguna razón para quedarse... Nada para vivir.
-¿Papá?.-Dijo Christian, entrando por la puerta de su casa.
Encontró a su padre sobre la mesa en un charco de licor amargo.
-Papá. -La chica alzó la voz para despertar a su padre.
-Déjama tranquilo. -Contestó el hombre.
-No puedes seguir así. -Dijo Christian con un tono triste.
-No me digas qué hacer. -bufó el padre.- Hazme un favor y no me jodas más la vida. Apártate.
Los ojos de la joven se llenaron de las pocas lágrimas que le quedaban y salió corriendo de aquel lugar tan gris al que llamaba hogar.
Corrió sin rumbo hasta perder el aliento, hasta llegar a un puente alto que estaba sobre un rio.
Sollozando, recargada en el barandal de aquel lugar, terribles pensamientos se posaron en su cabeza, haciéndola querer saltar de aquel puente.