Cinco metros.
Tan solo cinco metros me separaban de mi próxima comida, un venado estaba frente a mí comiendo de un arbusto del bosque. Tenerlo tan cerca provocó que mi estómago hiciera un sonido extraño al imaginarme todo lo que podía hacer con su carne... con sus pieles.
Humedecí mis labios al pensar en la comida recién hecha en mi casa.
Imaginé frente a mí la cara de Edward cuando viera lo que había conseguido.
Mierda, sabía que necesitábamos alimento. Nos encontrábamos en otoño, finales de octubre, para ser exactos, necesitaba tener alimento guardado para la época más difícil: invierno. Esa época que todo cazador odiaba, donde los animales se resguardaban para soportar el frío.
Desde la muerte de mis padres, quienes murieron en la hoguera al acusados de hechicería, no había nadie que nos diera las cosas que necesitábamos. Todos en el pueblo nos evitaban porque decían que estábamos malditos al ser familia de un par de hechiceros.
Era estúpido pensar en que todos realmente creían que pertenecíamos a un linaje de hechiceros, pero lo hacían, y por eso nos odiaban.
Pese a que mis padres negaron cualquier vínculo con la hechicería, terminaron asesinándolos frente a todo el pueblo, incluyéndonos a Edward y a mí.
Alejé los recuerdos para concentrarme en el animal que tenía que cazar.
Comencé a temblar ante la ansiedad que provocaba lanzar la flecha directo a la cabeza del venado... asesinarlo en tan solo un segundo. Me contuve de hacerlo, ese sería un movimiento absolutamente tonto y si fallaba solo lo asustaría.
Necesitaba concentrarme en el blanco y dar directo a él. Durante la semana ese había sido mi error, ser muy impulsiva y hacer las cosas sin pensarlas.
Coloqué la flecha en el arco, traté de no hacer ruido ya que no quería que el venado se fuera.
Tomé una respiración profunda, cerré el ojo izquierdo y apunté a la cabeza.
Solté la flecha; desde mi perspectiva, parecía que ésta avanzaba en cámara lenta. Después de unos segundos que parecieron eternos, la flecha dio en el blanco: la cabeza.
Esperé un poco para cerciorarme de que estuviera muerto. En cuanto estuve segura, corrí hacia él, no quería que la sangre que caía de su cabeza atrajera a depredadores más grandes, coloqué el arco en mi hombro, saqué el saco que tenía guardado e introduje al animal dentro de él. No quería dejar rastro de nada, con mucho esfuerzo coloqué el animal en mi hombro derecho y comencé a caminar. Pesaba demasiado, pero ya estaba acostumbrada a cargar animales grandes.
Eran aproximadamente las cuatro de la tarde o un poco más, el sol estaba por ocultarse y no podía dejar que la noche me alcanzara estando aún en el bosque.
Aceleré mi caminar, esquivaba árboles y arbustos, necesitaba llegar a casa lo más pronto posible. Ahí estaba Edward esperándome hambriento, me había ido desde muy temprano con la esperanza de lograr cazar algo y llevárselo antes de que el despertara, desafortunadamente no había sido posible, no había casi ningún animal aquí y los pocos que habían eran muy veloces para cazarlos.
Llegué a mi aldea, comencé a adentrarme en el mercado de ésta, el sonido de mis botas contra el suelo alertó a los presentes de que había vuelto de mi cacería.
Podía ver que algunos rostros me miraban con miedo, otros con caras de disgusto y la mayoría ni siquiera se molestaba en prestarme atención.
Miré al frente con la cabeza en alto, ya no me importaban sus reacciones, en un inicio me afectaban mucho, pero ahora, después de ver como las personas podían ser tan crueles... prefería no tener mucho contacto con ellos.
Sostuve el venado con fuerza, pesaba poco menos de cincuenta kilos y ya me estaba comenzando a sentirme cansada, pero no dejé que eso me detuviera, debía llegar a casa.
Mi hogar se encontraba a unos minutos del mercado, ya casi llegaba.
Pasé por la panadería de la aldea, a mi nariz llegó el olor a pan recién hecho y sentí mi estómago rugir, me mordí el labio tratando de soportarlo... solo un poco más, no faltaba mucho para llegar.
En el marco de la puerta de la panadería estaba Jaden otro cazador del pueblo, salía de ahí con una sonrisa en el rostro, pero ella se borró en el instante en que su mirada se posó en mí y el enorme saco que cargaba en el hombro, dio un paso en mi dirección pero se detuvo en seco, pareció recordar algo y miró a ambos lados de la calle, notó que había mucha gente.