Erick.
Mis ojos se encontraron con los ojos verdes de Kyle cuando cerré la puerta del casillero, la ceja enarcada en mi dirección haciéndome saber que no me iba a dejar en paz.
— ¿Qué? —me hice el tonto ocultando la furia que inundaba mi cuerpo.
Había marcado todo el día a su teléfono ayer, y de no ser por el hecho de que el entrenador me había retenido en el avión, habría salido corriendo tras ella cuando aterrizamos.
Se estaba escabullendo y ocultándose de mi como siempre lo hacía cuando quería posponer las conversaciones pendientes en donde le tocaba soltar todo, pero no le iba a dar mucho tiempo. Mañana antes o después de la reunión hablaríamos de una buena vez y arreglaríamos esta mierda.
— ¿Por qué no lo mencionaste? —me encogí de hombros sabiendo que no estábamos hablando aquí del clima. —Pudimos haber frenado las burlas y los intentos por molestarte con ella de haber sabido que había una historia tras esas miradas de odio y pasión. —dijo intentando sonar gracioso para alivianar el ambiente.
— Soy un idiota, no niego eso. No quería que ustedes se enteraran de lo que sucedió en el pasado, aún es difícil de sobrellevar. —suspiré. —Ella volvió a mi vida como un huracán para arrasar con todo, incluyendo mi estabilidad emocional.
— ¿Así de mal? —asentí. El grito del entrenador me detuvo a medio hablar. —Estoy aquí cuando quieras hablar.
— ¿Puedo ir a tu casa esta noche? —tantos años conteniendo mis emociones me estaban cobrando factura y justo ahora, solo quería sacarlo todo y hablar con alguien antes de volverme un manojo de nervios cuando hablara con Verónica.
— Claro. —palmeó mi hombro desnudo. —Ahora ven, la sesión debe terminarse hoy, ya estoy cansado de todos esos productos brillantes que nos colocan en el cuerpo para que quede bien. —se burló señalando su tórax.
Tenía razón, le daba eso. Era jodidamente fastidioso sacarse esa mierda grasosa de la piel. Era difícil, pero no tanto como lo fue intentar sacarme a esa mujer de la cabeza durante seis años. Todo lo que hice para hacerlo fue en vano, y hoy tenía que enfrentar la realidad de ello, tenía que aceptarme a mi mismo que no lo había conseguido.
Verónica se me incrustó en la piel, en el alma y en el corazón; y luego de ello, fue imposible sacarla de allí, porque cada intento por hacerlo, dolía mucho mas que el anterior.
Fue difícil también sobrellevar la estúpida sesión de fotos a la que estábamos comprometidos cuando mis únicos pensamientos giraban en torno al hecho de salir corriendo de aquí como alma que lleva al diablo. No ayudaba tampoco la realidad a la que tendría que enfrentarme en unos minutos en las garras de Lindsay Donovan.
Nos odiaba gracias a Bradley, y ahora, dos horas después perfectamente vestidos y sin cremas y grasa en el cuerpo, nos estábamos preparando para el matadero.
— ¿Por qué no pudiste mantener la polla en tus pantalones por una sola vez, Cox? —bramó Kyle, molesto repasando su mirada en el espejo del vestuario.
Todos fijamos los ojos en el rostro de Bradley quien solo rodó los suyos y se recostó en el casillero con los brazos cruzados sobre su pecho.
— Como si esa mujer ya no nos odiara lo suficiente antes de que lo hiciera. —se burló.
Y eso era parcialmente cierto. Lindsay no había llegado a la cima de su carrera como periodista siendo un alma pura y dadivosa. Claro que no. La mujer tenía la lengua de una serpiente y las garras de un puma preparada para atacar al primer y más sensato movimiento.
Mi reputación como el chico malo convirtiéndose en estrella la había forjado ella, y aunque en principio estuve de acuerdo y me agradó la idea, con el paso de los años simplemente me sentía aún más vacío que al principio.
Verónica tenía razón ese día en su oficina, ni tirándome a media ciudad había podido olvidarme de ella.
— Tienes razón, pero eso no quita de lado el hecho de que, si te tuviera en su lado bueno, sería más amable. —todos reímos ante las palabras de Grand.
— La conocemos. —se encogió de hombros Bradley. —Donovan no es la típica mujer que cede ante los deseos de que alguien ocupe su cama. La mujer es una perra despiadada que piensa con la cabeza. Incluso si por un milagro de los ángeles fuese mi esposa o mi chica, eso no dejaría de lado que me siguiera masacrando en las entrevistas. —se burló.
Tenía que darle que en verdad tenía un punto. A la mujer no la movía el corazón, sino la pasión por su trabajo, el deseo por ser la mejor. Y lo era, así Frederick Stone quisiera seguir compitiendo con ella por el primer lugar.
— Salgan todos de una vez. —el grito del entrenador se escuchó lejos poniéndonos alertas en nuestros lugares y en movimiento, porque sabíamos que era cuestión de tiempo antes de que el hombre hiciera su aparición y acabáramos con la poca paciencia que tenía últimamente.
Deseaba que esto acabara rápido y todo volviera a la normalidad, si el tipo era un dolor en el culo constantemente, cuando estaba enojado y estresado realmente no había palabras para describir lo mucho que nos jodía.
♣ ♣ ♣
— Y bien, Bradley. —los ojos azules de mi compañero fueron de la pelirroja completamente impasible frente a él al entrenador.
El hombre sonrió por primera vez en todo el día y cruzó sus brazos sobre su pecho para luego recostarse de lo mas calmado en la pared junto a él. Sabía que esto era por la bromita de Cox hace un par de meses de estar faltando a los entrenamientos para enojarlo, y se las estaba cobrando fuerte.
Mientras que a la mayoría de los muchachos los había entrevistado Greg, el compañero de Lindsay, el entrenador O'Brien había hecho que Bradley quedara como uno de los últimos para que Donovan hiciera los honores de exponerlo en televisión nacional para la revista de chismes.
Ya la hora del profesionalismo había pasado cuando nos entrevistaron a todos juntos, y en las ultimas dos horas los buitres se habían dado gustos inmiscuyéndose en nuestras vidas privadas para la entrevista anual que la liga nos obligaba a llevar a cabo.
#869 en Novela romántica
#348 en Chick lit
hijos inesperados contrato secretaria, reencuentro rivalidad amor drama amigos, romance odio mentiras
Editado: 24.02.2024