Tradiciones Ancestrales

Día de muertos lecciones

Había una vez, en la hermosa región mixteca, dos cuñadas, Esperanza y Teresa, que compartían un lazo familiar, pero también un conflicto que nublaba su relación. La disputa giraba en torno a los extensos terrenos que habían heredado de sus suegros, los padres de Esperanza y Teresa. 

La noche del Día de Muertos se acercaba, y en la región, la gente se preparaba para rendir homenaje a sus seres queridos fallecidos. Sin embargo, en la casa de Esperanza y Teresa, la atmósfera estaba tensa. Cada una reclamaba la propiedad de los terrenos como si fuera su derecho absoluto, generando una división en la familia. 

La noche del 2 de noviembre llegó, y la casa estaba adornada con velas y flores de cempasúchil. Esperanza y Teresa, cada una por su lado, se disponían a recibir a sus difuntos con ofrendas suntuosas, esperando que sus suegros les dieran señales de aprobación desde el más allá. 

A media noche, cuando la oscuridad envolvía la región, algo inusual sucedió. Un extraño viento sopló a través de los campos y una bruma espesa se levantó en los terrenos disputados. De repente, las sombras de dos figuras aparecieron, eran los espíritus de los padres de Esperanza y Teresa. 

Los espíritus observaron con tristeza las disputas entre sus dos nueras y se entristecieron al ver que, en lugar de celebrar el Día de Muertos con amor y unidad, se peleaban por terrenos que ni siquiera habían trabajado personalmente. 

Con la intención de enseñarles una lección, los espíritus de los suegros decidieron realizar una serie de eventos inexplicables. Luces titilantes, sonidos extraños y sombras danzantes llenaron la noche. Esperanza y Teresa, asustadas y arrepentidas, se dieron cuenta de que sus suegros no estaban contentos con la situación. 

Frente a las tumbas de los difuntos, los espíritus aparecieron y, en lugar de emitir un reproche, compartieron su decepción. Explicaron que los terrenos eran para el bien de toda la familia, para ser cultivados juntos en armonía, y no para causar discordia. 

Las cuñadas, con lágrimas en los ojos, se abrazaron y pidieron perdón a los espíritus de sus suegros. Prometieron dejar de lado las disputas y trabajar juntas para honrar la memoria de aquellos que les habían dejado tan valioso legado. 

Desde esa noche, las terrenas mixtecas florecieron con la colaboración de Esperanza y Teresa, quienes aprendieron que el verdadero valor de la herencia no estaba en la tierra, sino en el amor y la unidad de la familia. El Día de Muertos se convirtió en una celebración llena de armonía y respeto por las tradiciones, y las risas y alegrías de la familia resonaron en la región mixteca. 




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