El cielo pintado de colores grisáceos, el sol escondido entre las oscuras nubes y una suave brisa, el invierno se acercaba y con ello las fiestas, toda la ciudad de Berna estaba alegre y preparada para la enorme celebración que se daba cada año en la época navideña. Por otro lado, la familia Olsen, no estaba del todo bien.
Ambrosine, Amélie y Maël Olsen, se encontraban en el cementerio, como cada año en esa misma época, Ambrosine con un ramo de Lotos blancos, Amélie con un ramo de Rosas rojas y Maël con una flor Dahlie y una flor Amapola rosa. En frente de dos lapidas estaban las chicas y el hombre. Lagrimas silenciosas salían de los ojos de Ambrosine, la culpabilidad, el remordimiento y el dolor se apoderaban de su mente y cuerpo.
Amélie se acerco a una de las tumbas y dejo las Rosas rojas sobre esta, con delicadeza y cuidado de no dañarlas.
—Hola, Onii-chan —dijo la chica de catorce años—. Traje tus flores favoritas, las rosas rojas. Espero te gusten, las escogí junto a Otoucho-chan. Me ayudo a encontrar las mas bonitas que habían en la floristería de la señora Maia —contó nostálgica la menor.
Ambrosine y Maël miraban con ternura y melancolía a adolescente, el aura de inocencia y pureza que estaba denotaba era divina. Tan parecida a su madre.
Un suspiro melancólico salió de entre los labios de Maël Olsen, observando a su hija menor enderezarse después de dejar el ramo de Rosas Rojas, la menor secaba sus mejillas húmedas por las lágrimas con el dorso de su mano derecha.
Fue el turno de Ambrosine para acercarse a la otra tumba. Se arrodilló y con delicadeza dejo el ramo de Lotos Blancos sobre la tumba, miro la lapida y la leyó mentalmente. Un sollozo salió de sus labios, las lágrimas silenciosas resbalaban por sus mejillas humedeciendo estas. Coloco sus manos sobre sus muslos y apretó sus puños. Dolía, quemaba y lastimaba el ver a su padre y hermana sufrir por su culpa.
Sintió una mano en su hombro acariciando este suavemente. Soltó un suspiro entrecortado y apretó sus labios formando una línea recta.
—Hola, Mamá —murmuró—-. T-Traje tus flores favoritas, Lotos Blancos, recuerdo que cada semana comprabas un ramo de estos para llevarlo a casa y dejar una flor en cada parte de la casa. En la sala de estar, en la sala comedor, la cocina, nuestras habitaciones... —musito la pelinegra nostálgica—, es doloroso el ya no escuchar tu voz cantar mientras cocinabas o limpiabas la casa —sollozo fuerte, rápidamente cubrió su boca con sus manos—. Lo lamento, perdóname por favor —susurró y sintió como dos pares de brazos la abrazaban suavemente.
Para Maël era doloroso el ver a su hija mayor en ese estado, llena de culpabilidad, remordimiento, tristeza, arrepentimiento y dolor por algo que no cometió, que fue un accidente. Miro a su hija menor y esta le sonrió tiernamente achinando sus ojos azules eléctrico, le devolvió la sonrisa a medias.
—No llores más, cariño —susurro en el oído de Ambrosine, cerro sus ojos y apoyo su frente en la sien de la chica—. Ha ellos no les hubiera gustado verte llorando, princesa —le hizo recordar en un intento de que se calmara.
Ambrosine asintió y tomo una bocanada de aire, seco sus mejillas con el dorso de su mano y cerro sus ojos calmándose por unos minutos, evitando volver a romper en llanto frente a su padre y hermana.
Maël sintió como la respiración de su hija se estabilizo y suspiro aliviado, no le gustaba ver a la chica así, le dolía y odiaba no poder hacer nada para que Ambrosine no se sintiera culpable por aquel accidente que le costo la vida a su esposa e hijo. El hombre se separo de sus hijas y dejo la Dahlie en la tumba de su hijo y la Amapola rosa en la tumba de su esposa con delicadeza, después de colocarlas sobre las tumbas se coloco de pie.
—Vamos a casa, ya es tarde —anunció el mayor a sus hijas, estas lo miraron y asintieron.
Amélie se separo de su hermana, se levanto y limpió su pantalón, se acerco a su padre y tomo la mano de este.
—Onee-chan —escucho como su hermana la llamaba, la miro por sobre su hombro e hizo un sonido para que siguiera—. ¿Vienes o te vas a quedar?
—Ustedes vayan a casa, yo llego después —murmuro Ambrosine—. Debo hacer unas cosas.
Maël la miro interrogativo pero aun así asintió no muy de acuerdo con la idea.
—No llegues muy tarde —dijo protector.
Ambrosine asintió y regreso su vista a las lapidas, escucho como sus pasos se empezaron alejar hasta dejar de oírlos.
—Sal de donde te escondes, Axe —ordeno la chica.
Un chico rubio, salió de detrás de un árbol, su forma de caminar tranquila y despreocupada, pero su espalda recta, expresión fría y mentón en alto. El chico camino hacia la chica, quedando a su lado, se acuclillo y apoyo sus codos sobre sus rodillas, mirando al mismo lado que la chica a su lado miraba.
—Así que ya son casi cuatro años de sus muertes... —murmuro el rubio ladeando la cabeza—. Y te sigue doliendo como la primera vez.
—Cállate, Axe —susurro la pelinegra.
Axe elevo sus manos y se encogió de hombros, en señal de inocencia.
—No es mi intención hacerte daño verbalmente —aclaro el rubio, volvió a colocar sus codos sobre sus rodillas y soltó un suspiro—. Sabes que yo jamás te haría daño de ninguna forma y mucho menos burlarme de tu dolor, Ambrosine.
Y con esas palabras cualquier muro de defensa se derrumbo, con esas diecisiete palabras derrumbo a Ambrosine.
La pelinegra rompió en llanto, escondió su rostro en sus manos y sollozo fuertemente. El rubio la miraba triste, le dolía verla así, llorando, herida, deprimida. No sabia como ayudarla, consolarla... No era bueno consolando a la gente triste, pero, por Ambrosine haría lo que fuera con tal de que estuviera bien.
—Ángel —llamó a la pelinegra, esta lo miro, sus ojos rojos e hinchados, los labios rojos y su nariz levemente sonrojada al igual que sus mejillas. Se acerco a ella y acuno su rostro, con sus pulgares limpió las lagrimas y dejo un beso en cada una—. No llores, me duele verte así...