—Edward—
Finalmente había llegado el día más esperado del año, la hermosa luna redonda que apenas hacía acto de presencia iba resplandeciendo con todo su fulgor en lo alto del cielo nocturno, y la prensa que ya había arribado esperaba fuera de la iglesia por Lara, quien como toda novia aún no había llegado.
El chico se encontraba nervioso, hoy se casaba con ella, con la primogénita de los Evans; y aunque su relación no había mejorado mucho, Edward solo esperaba que las cosas entre ellos no se complicarán más de lo que ya estaban.
Respiró profundo, contuvo el aliento y miró hacia la entrada.
La enorme puerta de madera que abría sus dos hojas se levantaba ante sus afilados ojos, dejándole ver la decoración del templo; unas cascadas de tules blancos caían por los extremos del techo hacia el suelo y el pasillo por el que se supone caminarían, se encontraba tapizado de blanco, cubierto en sus orillas por una verde vegetación de hojas pequeñas, que adornaban las bases de las plantas que se enredaban en los soportes hasta llegar a un lujoso ramo floral que lucía encantador con los rayos blancos de luz que se proyectaban de abajo hacia arriba, por delicadas lámparas frías.
Sin duda, una decoración sencilla pero hermosa.
En el interior de la iglesia se encontraban solo las personas que tenían que estar, familiares, algunos socios y uno que otro amigo, todos vestidos de gala.
—Edward —pronunció Matthew a su lado mientras tocaba su hombro—. Hay que entrar, la gente comienza a murmurar.
El pelinegro lo miró apenas.
—¿En verdad crees que venga? —preguntó temeroso.
Lara llevaba más de quince minutos de retraso.
—No lo sé, pero si no lo hace... No creo que quieras estar aquí afuera —aseguró el rubio, escuchando como las campanas nuevamente replicaban y los reporteros los fotografiaban.