—Lara—
—¿Estás totalmente seguro? —Le preguntó a su médico una vez más mientras leía por tercera vez sus resultados.
Lara aún no podía creerlo. Tenía el ceño fruncido mientras se preguntaba cómo diablos era posible que hubiera sucedido eso, sí después de esa noche ella se había cuidado.
—No hay ninguna duda. —Le respondieron frente al escritorio—. Yo mismo realice la prueba dos veces.
—Pero eso es imposible —susurró.
—El que sea imposible no quiere decir que sea improbable, aunque si no estás de acuerdo esto podemos interrumpirlo.
—No —contestó a prisa—. Eso no.
—¿Estás segura?
—Sí —contestó fielmente.
Luego de aquella conversación, Lara regreso a la mansión de sus padres tras casi dos meses de desaparecida, aunque ahora ella había vuelto a casa como una mujer completa, llena de determinación y malicia, dispuesta a no dejarse influenciar ni engañar por nadie más.
—Señorita Evans —comentó sorprendido su chofer al verla arribar en un taxi amarillo—. ¿Por qué no me llamo? —espetó a prisa—. Yo hubiera ido por usted. No era necesario que tomará el transporte público.
Lara lo miró con una seriedad absoluta en su rostro, sin embargo, no respondió a esa pregunta.
—¿Y el joven Palmer? —inquirió una vez más aquel hombre a lo que ella expresó una mueca de fastidio en su rostro al escuchar aquel apellido.
—¿Están mis padres?
Lara evadió la pregunta con otra en voz gruesa y sin ningún tipo de delicadeza.
—Sí, aunque me temo que están algo ocupados —respondió Wilson algo contrariado—. Se encuentran en el jardín trasero hablando con una señorita, aunque...
—Perfecto. —Inmediatamente Lara lo interrumpió pasando por su lado mientras lo dejaba parado al inicio de las escaleras, viendo como ella subía a toda prisa a lo que el chico de gafas redondas y oscuras suspiro.
Ella ya no era la misma persona que había salido de esa casa hace varias semanas.
En un principio, Lara fue recibida por el resto de sus empleados a los cuales no saludó ni con la más mínima sonrisa, ella había cambiado; se había vuelto un poco más soberbia e irreverente.
—Buenos días —anunció con garbo al llegar al lado de sus padres.
Su padre levantó la vista y la miró sorprendido. No solo su actitud había cambiado, su apariencia también lo había hecho, ahora, ella lucía más... implacable con su nuevo corte de cabello y sus frívolas facciones.
—Lara... —La expresión en el rostro de Cristopher no daba cabida a su estupor, ver a su hija frente a ellos luego de cierto tiempo los había tomado más que por sorpresa.
La chica los miró a ambos, luego sonrió con una especie de sutileza.
—Veo que ya está haciendo su trabajo, abogado —citó con voz cabal, dirigiéndose a la mujer que estaba sentada a uno de sus costados.
Esta negó con la cabeza.
—Nada de eso —dijo—. Yo solo estoy haciendo acto de presencia tal y como usted me lo ha pedido —enunció con voz firme al ir levantándose de su asiento—. Hasta ahora no les he dicho nada, ya que la estábamos esperando.
—Lara —demandó su madre confundida desde su silla—. ¿De qué está hablando esta mujer? ¿Y qué está haciendo aquí? —exigió molesta.
La chica sonrió.
—De lo mismo que me han enseñado toda la vida, madre. De negocios —espetó de la misma forma.
—¿Negocios? —chistó su padre con burla—. ¿Pero qué clase de negocios puedes hacer tú con esta? —inquirió, recorriendo a la mujer trajeada de pies a cabeza.
—Esta... —Lara la miró igual que Cristopher—. Como tú la llamas papá, es mi abogado. Y es quien llevará mi proceso de divorcio —dijo y de inmediato sus padres se quedaron pasmados.
—¿Divorcio? —preguntó Layla, sacudiendo la cabeza─. ¡¿Pero de qué demonios estás hablando, niña?! ¿Qué divorcio y en dónde está tu esposo? —exigió levantándose de su asiento.