—Lara—
De nuevo Lara se encontraba ahí, esperando a que él llegara, algunas personas ya se lo habían dicho y ya sabía que él estaba ocupado, pero como buena ex esposa que era, creía un poco en él porque sabía que Edward había cambiado.
Lara miraba a la gente que pasaba feliz a su lado, estos, le sonreían de una manera amistosa y ella solo podía asentir frente a su saludo.
Más de medio mundo la conocía, no por ser ahora la antigua esposa de Edward Palmer, sino más bien todos ellos la conocían por ser la dueña de una gran cadena multidisciplinaria, benefactora y altruista junto a uno de los más ricos hombres del país, su nombre: Leonard Palmer.
La chica se encontraba golpeando la punta de sus dedos sobre la mesa mientras observaba las ondas de su café recién servido, agachó la mirada y suspiró con pesadez, pensado en que otra vez Edward no llegaría.
—Maldición. —Se quejó mirando la hora en su reloj.
—Tranquila, ya llegará. —Le dijeron a su frente.
Lara levantó la vista y miró a Cecil con una sonrisa mientras la rubia tomaba un trago de su café.
—Es que siempre es lo mismo —contestó con fastidio—. Estoy harta de que siempre que quiera me haga esperar.
Cecil amplió un poco más su sonrisa.
—Pero siempre lo haces. Además... ya te dije que esta algo ocupado. Esa mujercita lo tiene vuelto loco —espetó sin dejar su gesto de lado—. Espéralo un poco más, ya no ha de tardar.
Ante esa respuesta la chica exhaló una vez más, esperando pacientemente por otros cinco minutos mientras observaba el reloj de su muñeca, era casi mediodía y ya no podía esperar más así que, tomó sus cosas dispuesta a ir a buscarlos, pero en eso su celular volvió a sonar.
Inmediatamente pensó en él, imaginando que Edward otra vez no llegaría.
—¿Ves? Te lo dije —aseguró sin siquiera mirar el aparato.
No importaba cuantas veces él se disculpará o que pretexto le dijera ya que, para ella, él jamás cambiaría, sin embargo, ahora no solo tenía que estar ahí esperando por él, sino que, también tenía que estar ahí esperando por ella.
—Maldición. —Volvió a quejarse porque aquel hombre comenzaba a enseñarle a su hija muy malos modales.
Chasqueó los dientes molesta y sin sacar el teléfono de su abrigo tomó su bolso mientras sentía como otra vez Edward la había irritado.
A pesar de que su relación había mejorado y de que ambos habían progresado, Edward se había estado comportado extraño.
Lara no había cambiado, seguía siendo la misma tonta de siempre, sin embargo, no iba a repetir la misma historia. Bufó por lo alto y pagando la cuenta se levantó, dejando a su amiga con más de una media sonrisa.
—Le traemos algo más señorita. —Le dijeron a uno de sus costados antes de que se marchara.
—No nada —respondió casi al instante, sin siquiera mirar a la persona que estaba parada a su lado.
—Está bien. —Le contestaron amablemente, fue entonces que Lara reparó su vista en aquella bella joven mujer de ojos color ámbar, cabello negro y piel oscura.
La chica entornó los ojos en ella, parecía conocerla, aunque no recordaba de dónde.
—¿Disculpa...? —Se atrevió a preguntarle mientras estudiaba su nombre en la placa que estaba sobre su pecho.
—¿Si? —respondió la mujer con una sonrisa al notarla.
Lara volvió a divisarla.
—El mesero... Él que siempre me atendía, Lucian. ¿En dónde está? Hace tiempo que no lo veo.
La mujer le sonrió de nuevo mientras recogía su taza y viraba a sus espaldas para luego volver a mirarla.
—Usted es Lara Evans, ¿no es así? La esposa de Edward Palmer, ¿no?
—Ex esposa —corrigió la chica de inmediato—. Él y yo nos divorciamos hace más de un año. ¿Por qué lo preguntas? —cuestionó a su vez.
—Porque es gracias a usted que Lucian ha comprado este café. —Volvió a decir, aunque esta vez le señaló con la mirada el interior del lugar en donde el hombre se encontraba atendiendo a otro par de comensales.