Desde que Bek había escuchado la melodía en las lindes del río Nilo, una suave y vibrante marea lo estaba siguiendo, él se daba cuenta que aquella corriente rodeaba su cuerpo como si lo protegiera de la vista de los humanos que caminaban por las cercanías. Así que cuando llegó al estacionamiento del templo los mercenarios sólo vieron una extraña marea que subía desde el río hasta ellos, por lo cual todos se metieron a sus automóviles para no mojarse, aunque la fría agua se colaba de a poco por las hendiduras de las puertas no logró ingresar al interior y lo único que sintieron fue un golpe que los empujaba hacia un lado.
Los hombres asustados miraban como la corriente verde proveniente del río subía por la pequeña escalinata del templo y se metía a su interior, sin entender que sucedía decidieron encender sus vehículos e irse del lugar. Sin embargo, la marea no les permitía avanzar ni retroceder, así que decidieron esperar a que esta disminuyera para poder escapar del lugar. Mientras tanto el enorme cocodrilo ingresaba a las salas hipóstilas, las cuales formaban un bosque de piedra que al cubrirse con el agua se volvían manglares artificiales; aquello hubiese maravillado a Bek, pero no le prestó atención puesto que tenía que apresurarse a encontrar a Gafar y salvarlo de sus captores.
En cuanto ingreso a la sala principal miró con odio a todos los presentes, pero su ira se incrementó al ver el cuerpo de su amigo cubierto de sangre, por lo que la marea que lo acompañaba se perturbo hasta el punto de inundar todo el lugar, mas ésta rodeo estratégicamente al sarcófago de Uadyet, el cual descansaba junto a los cuerpos de Aiman y Gafar. Justo en el instante que el enorme cocodrilo ingresaba al lugar, Julie miró a todos los hombres que la rodeaban y se dio cuenta que aquello no estaba en sus planes, así que se arrastró hacia los cuerpos de los badawis empapándose al gatear sobre la corriente, que por alguna razón le permitía atravesarla para llegar con el jovencito, mientras que los secuestradores eran devorados por las verdes aguas del Nilo.
La arqueóloga llegó junto a Gafar, lo tomó entre sus brazos y se acomodó cerca de Aiman para revisar su pulso, entonces se dio cuenta que el anciano ya había muerto. Así que decidió hacer lo posible para detener la hemorragia del jovencito, mientras presionaba con fuerza el pecho del niño, los desgarradores gritos de los seguidores de la secta Dyet inundaban el lugar y se juntaban con el bamboleo de la marea que acompañaba a un reptil descomunal, el cual se parecía demasiado a la figurilla que traía el niño, quien entraba en shock hipovolémico, ya que su sangre no dejaba de fluir.
—Entrégale el cetro —murmuró el niño, mientras dejaba caer su figurilla de turmalina para levantar el artefacto de marfil.
Julie miró con tristeza al badawi y asintió al escuchar sus últimas palabras, con lagrimas en los ojos colocó la cabeza del niño sobre el pecho de su abuelo, les cerró a ambos sus ojos y tomó el cetro entre sus manos, ya que era demasiado pesado para tan sólo medir un metro y tener cinco centímetros de grosor. Se levantó con dificultad y visualizó al cocodrilo que regresaba de la sección sur del templo, donde se encontraban los santuarios, entonces le gritó para que éste volteara y poder lanzarle el bastón hacia su hocico.
En cuanto el cetro y su dueño entraron en contacto, se alzó un enorme torbellino de agua verde que cubrió completamente al cocodrilo con algas y burbujas. En ese instante un largo suspiro se escuchó de su garganta y el reptil se irguió en dos piernas, mostrando su enorme altura. Ahora su cabeza era más pequeña y proporcional a su cuerpo original, además, de su espalda caía una cola reptiliana y de sus brazos aparecieron unas garras con forma de mano humana, sin embargo, el color de su piel era igual, pero unas escamas más claras marcaban sus pectorales y la parte interior de sus extremidades. Bek retornaba a su verdadera apariencia, mientras sus ojos se posaban en la cabeza cercenada de Uadyet, trayéndole un último recuerdo de aquel hombre.
El enorme cocodrilo negro se encontraba mirando el Templo de Kom Ombos recordando los dorados días en los cuales tomaba té del oriente con su amigo Adyib, cuando volvió a ver humo en el cielo y escuchó gritos provenientes del nuevo palacio, así como caballos cabalgados por guerreros de un reino vecino. Aunque la humareda le recordaba la tragedia de hacia dieciséis años, en el fondo de su alma estaba satisfecho porque Uadyet estaba perdiendo ante un faraón justo, lo cual se debía a que Horus era su consejero.
La vibración del río lo distrajo de sus pensamientos para posar su mirada sobre un extraño cocodrilo de color caoba y con pupilas rojizas, el cual avanzaba rápidamente hacia la linde que colindaba con el templo; observó curioso cómo el otro reptil se hundía para esperar a que pasara algo en los alrededores, entonces escuchó a un grupo de hombres que gritaban mientras arrastraban a tres varones, entre los cuales estaba Uadyet, al verlo su corazón se aceleró, puesto que aún tenía la esperanza de recuperar su cetro.
Sobek estaba a punto de avanzar hacia los humanos cuando el faraón del reino vecino llegó a caballo, el atractivo moreno descendió del animal y exigió que le acercaran a su enemigo, sus soldados halaron al varón hasta dejarlo de rodillas ante su rey, quien gritó: —¡En el nombre de Horus, yo soy la justicia! —. El hombre sacó su espada y de un solo golpe decapitó a Uadyet.
El cocodrilo negro sintió un golpe en el pecho y comenzó a temblar de frustración, ya que se dio cuenta que estaba varado en la tierra, sin la oportunidad de regresar a su mundo y recuperar su forma real. Entonces sin poder despegar su mirada de aquella escena, vio que el otro cocodrilo salía del río, mostrando su fortaleza ante los humanos, que se alejaban horrorizados al verlo, para avanzar y tomar con su hocico el cuerpo y la cabeza sonriente de su amigo. Sobek estaba perplejo al observar como el otro reptil gruñía para alejar a los hombres, mientras se adentraba de nuevo en las profundidades del Nilo. [1]
Editado: 30.12.2020