En el momento en el que Axel posó el pie en el recibidor, la música dejó de sonar. Un intranquilo bisbiseo acariciaba sus oídos, apenas pudiendo percibir palabras sueltas de aquel leve murmullo. En medio de aquel enturbiado y roto silencio, una chica canturreaba en medio de la espesa tensión, como si fuese ajena a aquel nerviosismo que embebía el ambiente. Tenía el pelo claro, largo hasta las caderas y un rostro ovalado en el que brillaban dos preciosos ojos verdes. No era especialmente guapa, pero era de aquel tipo de personas que gozaban de un atractivo fascinante. Axel por un momento pensó que quizás era parte de su actuación. Año tras año eran muchos los concursantes que jugaban un papel, una actuación formidable que podría proporcionarles, al abandonar ALEA, patrocinadores, ayudas monetarias o trabajo. Participar en EGO arreglaba la vida a muchos de los que allí entraban.
EGO era la oportunidad que todos querían aprovechar, pero el concurso era complicado, especialmente para aquel que empezase con el primer "asesinato". El espacio era muy reducido, pero si el "asesino" fallaba, parte del escenario se abría para el resto de investigadores que seguían jugando. Con un escenario tan limitado era raro que se acabase tras el primer o segundo caso, pero no imposible. Caso tras caso el espacio se abría, favoreciendo al futuro "asesino", pero aquellos que debían encontrarle también conseguían pequeñas ayudas con las que poder correr tras sus pasos. En EGO perdían los investigadores si no conseguían encontrar al culpable, pero el culpable era expulsado si averiguaban que había sido él.
-- ¿Han dicho algo? – Preguntó Axel a Vega, acercándose a su oído desde atrás.
Vega negó con la cabeza.
- Empezó a sonar la música y todos vinimos. Algunos estaban aquí, pero la mayoría estábamos en nuestras habitaciones. – susurró ella.
Axel miró a su alrededor, escudriñando por fin los nuevos rostros que habían aparecido en ALEA. Vio entre la multitud al chico gordo de la habitación de al lado y, a su lado, irguiéndose como una espiga en el pasto, un joven muy alto, con gafas metálicas y gesto serio. Aquel rostro le resultaba familiar. Se fijó de nuevo en él, en su imberbe rostro, su piel blanca, su postura estirada y supo que le había visto con anterioridad, pero no supo decir dónde.
El mismo clicar metálico que Axel había escuchado en la segunda planta atravesó el ambiente, estallando en sus vientres como un suspiro de fuego en un mar de propano. Ante sus ojos comenzó a abrirse una de las tantas puertas que había permanecido cerrada desde que llegaron: la puerta de la derecha. Por un instante una brillante luz cegadora salió por la puerta. La megafonía emitió un leve silbido y una alegre voz comenzó a hablar:
"¡BIENVENIDOS, JÓVENES CONCURSANTES!
PASAD, POR FAVOR."
Uno a uno comenzaron a entrar por la puerta que acababa de abrirse. Axel todavía no alcanzaba a ver qué había dentro de aquella sala. Trató de ojear por encima los hombros de sus compañeros, a través de sus cuerpos en movimiento, pero tan solo alcanzaba a ver una hilera de luces que cruzaba el techo de la sala de un lado a otro. Cuando por fin pudo pasar, una enorme habitación se abrió ante él, más brillante y luminosa que el recibidor. Una larguísima mesa rectangular ocupaba el centro de la sala, a rebosar de platos de comida aún humeantes. Elegantemente colocados, descansaban sobre el mantel platos, cubiertos y vasos de un precioso vidrio impoluto. Las sillas eran de madera clara, tapizadas en un color blanco que brillaba en sintonía con el marrón grisáceo de la estructura. Los pasos resonaban sobre las baldosas que cubrían el suelo del comedor, unas limpísimas baldosas de un claro gres porcelánico que parecía imitar a la perfección la textura y la apariencia de la madera. Las paredes blancas abrazaban y envolvían como un tibio manto aquella amplia y bella habitación.
Justo frente a la puerta de la entrada había dos grandes ventanales, en aquel momento tapados por la misma losa metálica que cubría las vistas de las habitaciones. Frente a aquellas ventanas había dos pequeñas mesitas redondas y varias butacas en las que poder tomar el postre mirando al enigmático exterior. Aquella habitación era la descripción de la opulencia y el lujo que Axel jamás había visto en la zona en la que se crio. Cada silla costaba como todas las sillas de su casa y un par de vasos como su vajilla entera. Recordó con melancolía su pequeña casa, su mesa cuadrada de madera, su cristal desgastado, la luz tenue por la noche, recordó las risas, los llantos, el sexo, el sudor, la magia.
Hubo un momento antes de sentarse a la mesa en el que todos miraron a su alrededor, conscientes de que la retransmisión había comenzado. Axel miró por la habitación, tratando de encontrar alguna cámara, pero no encontró ni rastro de nada que pudiera parecerse a una. En aquel momento se dio cuenta de que tampoco había visto ninguna cámara en el recibidor o en la segunda planta.
Finalmente, uno a uno fueron tomando asiento alrededor de los platos que engalanaban la mesa. Axel ocupó el sitio libre junto a Vega y al chico alto que había visto en el recibidor. Vega le miró y miró los platos con estupor, ambos estaban igual de sorprendidos. Sobre la mesa había platos con todo tipo de comidas, pollo frito, asado, en salsa, empanado, verduras a la plancha, en tempura, ensaladas de todo tipo, asados de ternera, varios tipos de arroz, pasta... Había más platos de los que Axel podía reconocer. Aunque hasta aquel momento no se había dado cuenta del hambre que martilleaba su estómago, notó su boca salivar impaciente.