Phoe Dalaras
Primer Mundo
Una auditoria se estaba desarrollando en el reedificado palacio de Kkoch. El ángel Zoilo se encontraba de rodillas con sus manos atadas en medio del salón principal, frente al primer ángel, Sauro, quien se encontraba sentado en el trono. Todos los ángeles del primer mundo se encontraban presenciando la auditoria, entre ellos, Phoe Dalaras, descendiente de Zoilo.
El rostro de Phoe se encontraba inmerso en una desesperación por no saber que iba a ocurrir con su padre.
Sauro se levantó de su trono y dio unos pasos hacia adelante.
—Zoilo Dalaras, será condenado a estar encerrado en el foso de Perfidia de ahora en más por órdenes del Comité Autoritario del Primer Mundo, incluyéndome, por el cargo de traición— su rostro se ensombreció.
Los susurros retumbaban por cada rincón de la sala.
Zoilo, quien tenía un rostro demacrado, estaba tan desorbitado como lo estaba Phoe y el resto de los presentes.
—¿De qué traición hablas Sauro?— indago Zoilo mientras en su rostro se comenzaba a notar el dolor debido a sus manos atadas.
Pero Sauro no hizo más que ignorar a Zoilo y observo por unos segundos a Phoe para luego volver la vista a los presentes.
—¡Zoilo Dalaras es el responsable por la muerte de Zoe Mazin!
—¿Qué?— esta vez se oyó la voz de Phoe— ¡Sabes que él no haría algo así!
Sauro hizo un gesto para que Phoe sea retirada de la auditoria, pero en vez de eso, Phoe salió de entre la multitud y se posó delante de su padre con vista a Sauro.
—¿Cómo sabes que mi padre es el responsable? ¡Sabes que fue tomado por los demonios de Jiog!
El rostro de Sauro se ensombreció.
—No estuviste ahí. ¡No sabes lo que ha ocurrido!
—¡Entonces demuéstralo! ¡Demuestra que mi padre ha sido el asesino de Mazin!
Se acercó más hacia Phoe.
—Si no quieres que la condena sea más severa, mantente alejada— dijo en un susurro.
Volvió la vista a los presentes.
—He estado con Mazin hasta el momento de su último respiro y ha nombrado al verdadero culpable, ¡Zoilo Dalaras!
Las voces de los presentes se mezclaban en el aire y es que había una división notoria de opiniones.
—¡Eso no es cierto!— replico Zoilo en un lamento.
El jefe del comité autoritario dio un paso hacia adelante.
—Gran Sauro, bien sabes que jamás dudaríamos de tus palabras, pero se trata de tu mano derecha y nunca hemos tenido motivos para dudar de él. Nos resulta extraño el hecho de que hayas solicitado una audiencia sin comentarnos al respecto antes.
—¡Lo he oído hablar con Elke! ¡He oído que se aliaron para llevar a cabo el ataque el Primer Mundo!
—Sauro...— la voz de Zoilo se oía desganada— De entre todos los habitantes, tú no puedes hacerme esto.
—El día del ataque, bien saben que fuimos tomados por los demonios y llevados al Tercer Mundo, a la Cámara de la Tortura, más específicamente— Sauro observo por unos momentos a Zoilo— Me apartaron y fui llevado hacia otra habitación cercana— Sauro volvió la mirada hacia los presentes—Desde aquella habitación oí como Elke le agradecía a Zoilo por haberlo ayudado a ingresar al Primer Mundo. ¿De qué otra manera podrían haber ingresado si bien saben que la única manera de irrumpir era deshaciendo el sortilegio impuesto por el Primer Mundo si solo unos pocos pueden deshacerlo?
—¡Nada de lo que dices tiene sentido Sauro! ¡Mazin acabo con su vida por voluntad propia!
—¡No blasfemes en nombre de Mazin!
—¿Crees en las palabras que salieron de la boca del Gobernador de Jiog? ¿Justamente en las de él, Sauro?— las lágrimas comenzaron a caer incontrolablemente por el rostro de Zoilo.
—¡La sentencia ha sido dictada!. Si alguien tiene algo para decir en contra, que no sea Phoe Dalaras, puede decirlo en estos momentos.
Pero ninguno de los presentes salió en defensa de Zoilo, quien había cuidado del Primer Mundo como lo más preciado y había ayudado innumerablemente a la mayoría de los que hoy se encontraban presente.
Zoilo fue llevado al foso de la Perfidia y aquella sería la última vez que Phoe vería a su padre, antes de ser desterrada del Primer Mundo.
...
Tanto Phoe como Sauro, se encontraban en las oficinas del Comité Autoritario.
—Déjame verlo por última vez— exigió Phoe.
—No estás en posición de exigir algo en estos momentos— le recordó Sauro.
Acto seguido, Sauro dio unos pasos hacia la caja acorazada que se encontraba al final de la habitación y posteriormente, luego de indicar una serie de números, la caja fue abierta y un cofre fue extraído del interior.
—Este cofre contiene los más poderosos elementos en forma de medallón que fueron forjados por las más poderosas deidades de la antigüedad. Los medallones fueron creados para mantener el balance de los mismos en la Tierra hasta que hallaron la manera de controlarlos sin la necesidad de los medallones— Sauro acomodó el cofre sobre el escritorio— Fueron trece los medallones forjados, pero solo uno es capaz de controlar al resto.
En el cofre había seis medallones acomodados del lado derecho, otros seis del lado izquierdo y uno en medio de ellos. Sauro tomo el que se encontraba en medio y se acercó hacia Phoe, tomo su mano y depósito en ella el medallón.
El medallón desprendió una luz cegadora temporal que se apagó al cabo de segundos y un leve ardor comenzó a sentir detrás de su cuello y por inercia llevo su mano hacia allí y se sentía extraña, repaso repetidas veces esa parte de su cuello y definitivamente había sentido un relieve en su piel que no tenía anteriormente.
—Felicidades, fuiste elegida como el elemento número trece.
Phoe lo observo atónita.
—¿De qué estás hablando?
Sauro tomo el cofre y nuevamente volvió a depositarlo en la caja acorazada.
—Pronto, los doce dueños de esos elementos nacerán. Seis pertenecerán a los Jountugi y los otros seis formarán parte de los Dambaes.