Fijé la vista donde estaban mis padres, las personas avanzan torpemente hacia una grieta gigantesca, de la que salía la luz roja, que había visto al salir de mi casa. Al acercarme podía sentir el calor que emanaba las profundidades del abismo.
Tenía ante mis ojos la entrada principal al infierno, el lugar donde irían a parar esas personas y almas cautivas. El hogar de miles de almas condenadas y corrompidas por la ira y la venganza, además de seres inmundos.
—¿Qué está pasando, Izy? —gritó Arex, un joven de aspecto gótico, él era mi vecino, e iba encadenado cerca de donde estaban mis padres, era el chico intrépido y valiente de la preparatoria, sus ojos oscuros y piel bronceada por el sol, le daban una apariencia misteriosa con la luz mortecina del Averno.
—A llegado el final —fue lo único que logré articular, necesitaba avanzar lo más rápido posible, acercarme a mis padres para liberarlos o al menos despedirme de ellos, esto último lo pensé con el dolor más profundo que te puedes imaginar.
—No entiendo nada —dijo con su voz llena de temor, mientras se caía su capucha negra y dejaba ver su cabello castaño, Arex continuó diciendo —yo estaba cómodamente durmiendo, cuando de pronto algo que no podía ver, entro en mi cuarto y me jaló de los pies, no le importó que me lastimara, cuando me arrastró escaleras abajo, después me arrojó a la calle y más de esas cosas invisibles, me encadenaron en ésta fila. ¡NO ENTIENDO NADA! —Dijo alzando la voz, desesperado —lo único que sé, es que me dejaron marcas en donde me tocaron y no son humanas, se parecen más a las garras de un enorme felino.
Sabía que clase de demonio lo había llevado ahí, pero no lo mencione, no tenía tiempo para dar más explicaciones.
—Dame un momento y te ayudaremos —le dije, corriendo hacia donde estaban mis padres, las bestias obligaban a las personas a caminar más rápido.
—No lograrás hacer nada Izy, eres una chiquilla y debilucha —dijo exasperado, con la mirada perdida y las esperanzas destrozadas.
“Quizás tiene razón...” pensé.
—No lo escuches —dijo Ezequiel interrumpiendo mis pensamientos —son pocas las personas que ven con los ojos del alma, los que creen en algo que no pueden ver.
Asentí y seguí adelante, donde el calor y la luz se hacían más intensos.
—¡Mamá!, ¡Papá! Ya voy por ustedes —dije aún con el nudo en la garganta.
—Hija, sálvate tú —dijo mi padre con la voz quebrada y con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Nosotros buscaremos a tu hermano en el más allá. No te preocupes, estaremos bien —dijo mamá.
—Aún no es tiempo, ¡no me dejen! —les dije con voz temblorosa y con las lágrimas cayendo por mis mejillas —los amo y no dejaré que les pase nada malo.
Empuñé mi espada, aún más fuerte que nunca. La alcé. La espada se iluminó, con una luz plateada que alumbraba más que la grieta de la tierra, bajé súbitamente la espada y dio justamente en la cadena que unía a mi madre a la fila, la cadena se desintegró y mamá detuvo su lento andar, intentando no caer, ya que las personas de atrás tropezaron con ella. Papá sonrió al ver que ya no avanzaban más hacia el abismo, que sólo nos traía malos augurios y desgracias.
Ezequiel siguió con la misión de desencadenar a todas las personas, de la misma forma que yo lo había hecho, mientras sonreía a cada persona liberada.
Terminé de destruir las cadenas que seguía teniendo atrapado a mi padre, al terminar ellos me abrazaron fuertemente, dándome toda la fuerza que yo necesitaba, para salir adelante, ellos fueron mi motivo, para seguir con esta misión.
—Gracias, por no rendirte—dijo mami.
—Esa es mi hermosa niña, lista para enfrentar los peligros —dijo mi padre, estoy muy orgulloso de ti.
Les sonreí y los volví a abrazar. Estaba tan feliz de verlos con vida.
—Mamá, Papá ¿saben dónde están mis amigos? —les pregunté ansiosa.
—La última vez que los vimos, fue antes de que nos trajeran a aquí, ellos estaban bajando al sótano, creo que era porque ahí habían más de esas bestias, como las que nos encadenaron —dijo mamá.
—¿Pueden ver a los demonios?
—Algo borroso, pero sí, tienen un aspecto inexplicable y aterrador —dijo mamá, sus ojos se movían de un lugar a otro, preocupada de que alguna de esas cosas apareciese de nuevo.
—Yo veo algo parecido al humo, son como sombras en medio de la oscuridad nocturna —comentó papá.
—Al fin he terminado de soltar a las personas, —interrumpió Ezequiel —pero, se me hace muy extraño que los demonios no nos hayan atacado, es como si se hubieran ocultado, algo peor se avecina. Estamos contraatacando los planes de su líder y su intención de llevar más almas al Averno. Estoy seguro de que algo peor está por llegar —terminó de decir Ezequiel. Mamá lo miraba fijamente, sin quitarle la vista de encima, hasta que volví a hablar.
—Tienes razón —dije —¿qué podemos hacer, para proteger a las personas?
—Deben encerrarse y no exponerse al exterior, hasta que esto termine, me refiero a los tres días de oscuridad, deben mantenerse orando frente a una vela, que significa la luz del buen camino y tratar de evitar todos los sentimientos negativos, sino de lo contrario, los demonios podrán atacarlos y llevarlos al infierno. Es como si estuvieran invitándolos a entrar a su hogar.